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El kiosco morisco
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El kiosco morisco

Actualizado 08/02/2022 09:52
Ignacio Martín

Pues aquí, está, compañeros ateneístas; ya está el “charro” sobre el hermoso edificio que adorna la Alameda de la Santa María La Ribera.

Supe de él, al poco de estar en México, por una telenovela, lo confieso; en ella, un personaje, que también me hizo conocer a los “evangelistas” de Santo Domingo –personas que escribían cartas, informes, de todo, para gente que no sabía escribir o no podía hacerlo–, paseaba a menudo por ese espacio que tenía su punto extraño: ¿qué hacía en México una estructura mozárabe, mudéjar?

Antes de tener coche, supimos que sí existía, que no era un decorado y cogimos, bueno, tomamos, el trolebús que recorre todo Eje Central –una de mis calles favoritas, por genuinamente chilanga (Reforma es muy bonita, pero tiene ese punto chic de lo francés, que diría Krahe)– y… pues no nos dejó tan cerca, pero llegamos, tras un buen paseo y un par de vueltas no previstas por una colonia que, tras el temblor del 85 –ese recorrido fue a mediados de los noventa–, había sufrido un éxodo cuando, durante buena parte del siglo XX había disfrutado de prosapia y abolengo.

Ahí estaba, en medio de una alameda, o sea, un parque, bonito, bien delimitado, un kiosco como los que hay en cualquier plaza, allá y acá, pero, como ven en la imagen, hermosamente garigoleado. La historia dice que representó a México en una de esas exposiciones universales –como la que dejó para el mundo la Torre Eiffel o, más recientemente, el Estadio de la Cartuja o al entrañable Curro– y que alguien en México lo trajo de vuelta y, tras algunas vicisitudes, encontró esa ubicación hoy ya centenaria.

Y si la colonia, como les digo, tenía bastante vida, gracias a las cosas de la vida, no solo no la ha perdido sino que la recupera cada vez más: hoy es una zona muy paseable, con cafecitos, librerías, restaurantes… como el Kolobok, un restaurante ruso, de rusos, que hoy tiene sucursales y empezó –gracias por el dato, señor Arvizu– como puesto callejero de empanadas, rusas, claro, que siguen vendiendo y están riquísimas.

Ese kiosco de las fotos que ven, ese espacio tan chilango que no todo el mundo conoce –me sentí de aquí, por primera vez, cuando “se lo descubrí” a gente que había nacido en esta ciudad y que me confesó que no lo conocía, incluso algunos me dijeron que ni sabían de él–, se ha vuelto, por supuesto, nachotour obligado, ya sea regresando de las pirámides de Teotihuacán –apenas hay que desviarse– o bien, simplemente, para ir a pasar la mañana o a echar la tarde.

Cuando vengan, avisen y vamos.

El kiosco morisco | Imagen 1

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