Luz de los pueblos

A poco que echemos una mirada larga hacia nuestro exterior, nos encontraremos con las sombras dominantes o, a lo sumo, con una tenue luminosidad que apenas mantiene viva nuestra suspirada esperanza.

Yo mismo tengo que esforzarme muchas veces como navegando en la oscuridad de la noche cerrada de las olas oscuras dejadas a la marcha natural alejadas de toda luz, mientras se refriegan en la oscuridad que se aleja de la luz y se revuelve en la búsqueda de la suspirada luz de la noche.

¿Quién podrá ofrecer esa esperanza que procede de la luz que se adivina al final del túnel?

Por supuesto que en medio de la oscuridad nocturna podemos encontrar frecuentemente hombres-luz en los que es fácil apoyar nuestra esperanza.

Muchos de esos hombres-luz de esperanza son aquellos a los que Jesús de Nazaret les dijo que eran la luz del mundo y que están como luz brillante en el candelero, y no para esconderse debajo de la tiniebla de la cama.

Y éstas son luces derivadas o recibidas de la verdadera Luz, la que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

El primero que experimentó esta luz, que él había esperado tanto tiempo, y que tuvo el honor de poder descubrir y gozar cuando el niño hijo de Dios fue presentado por sus padres en el templo de Jerusalén y que le hizo exclamar con aquella hermosa oración que colmó de esperanza la larga espera: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Ése fue el anciano Simeón, que mereció acoger a aquel niño en sus brazos con el gozo de luz que resplandecía en él.

Sin embargo, no todo fue luminosidad, ya que a la Virgen Madre de la Luz se le anunció el dolor que la espada de la maldad pecadora de los hombres iba a producir atravesando su corazón. Dolores que no se ahorran a las pequeñas luminarias, tantas veces despreciadas y llevadas incluso ante la muerte, de tantos mártires o testigos de luz que han brillado a lo largo de todos los siglos.

Lo mismo que la gran Luz estuvo a punto de apagarse para siempre por las amenazas de los poderes políticos, económicos y de manifestaciones de soberbia frente a los hombres de bien, como ocurrió con Herodes, Pilatos y los orgullosos y temibles sacerdotes, que intentaron acabar con la Luz que traía el que es la luz de todos los hombres.

Aparte de los mártires y de los hombres luz, que fueron siempre semilla de nuevos cristianos, otros hombres y mujeres dedican su vida a ofrecer la luz que buscan los hombres con tanto empeño. Esos hombres son los maravillosos misioneros y misioneras, que expanden su pequeña pero firme luz de esperanza de vida humana y de futuro a todos los hombres de los lugares de pobreza más necesitados, que reciben esa hermosa luz y la expanden y comparten con todos los hombres y comunidades humanas de su entorno.

¿Cómo llevar la luz a las sombras conflictivas de Rusia y los Estados Unidos especialmente en Ucrania? Alguna aportación ha hecho, a la vez que nos invitaba a prevenir la amenaza de guerra con la oración y el ayuno, el Papa Francisco.

Y podríamos dirigir nuestra atención a tantos países pobres y de convivencia amenazada del continente latinoamericano. O de las realidades desorientadas tanto de África como de la misteriosa Asia.

Al mismo tiempo que es posible y conveniente denunciar todos los lados oscuros de mentira y de tantos abusos de desigualdades y marginación que abundan en nuestros países europeos.

¿Podremos empezar a encender alguna cerilla para mitigar la magna oscuridad de nuestros pueblos?