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Arte, valor o ambas cosas (a propósito de Morante)
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Arte, valor o ambas cosas (a propósito de Morante)

Actualizado 03/02/2022 13:40
Toño Blázquez

Desde niño, cuando comencé a ir a los toros de la mano de mi padre, me apasioné de este espectáculo. Y lo veía con naturalidad, nunca se me ocurrió siquiera pensar en algo sangriento (y tiene sangre) o cruel. Jamás. Porque siempre disfruté de la bravura del toro, de verle crecerse ante el castigo. No sé, ya mayor, me pareció la parábola perfecta de la condición humana, venirse arriba antes las adversidades. Y luego estaba el valor del torero….

Siempre se veían toreros valientes, y toreros artistas; unos una forma de entender el toreo en la superación rabiosa del miedo, Dominadores de la técnica, traspasando líneas de abismo y otros utilizaban la creatividad, las musas e inspiración enredada en la pureza de la normativa clásica del toreo. Y su cuerpo dictaba las armonías de una estética más llamativa que arrojada.

Siempre había esa dualidad en la condición de los toreros a la hora de interpretar: valientes y artistas. De los primeros, Manolete, Litri, Chamaco, El Cordobés, El Niño de la Capea…; de los segundos, Cagancho, Victoriano de la Serna, Curro Romero, Rafael de Paula…

Pero hay un grupúsculo estanco de toreros que han sabido pespuntear al cincuenta por ciento ambos conceptos. En ese capazo podíamos meter a toreros como Antonio Ordóñez, coletudos más contemporáneos como Julio Robles o José María Manzanares y más actuales como Diego Urdiales, Juan Ortega, Pablo Aguado o Alejandro Marcos.

Dicho lo cual, está de actualidad un torero que lleva más de un lustro llamando poderosamente la atención, aunque de alternativa bastantes más años. Morante de la Puebla. Morante, a mi juicio, ha llevado hasta cotas desconocidas hasta la fecha la ambivalencia antes descrita: el arte y el valor, aunándolos en un solo frasco. El torero sevillano aglutina ambos aspectos del toreo. Y de ese alambique conceptual se destila una perfecta sincronía del arte de torear. Y nos pone a todos los aficionados de acuerdo: a los que creemos que el valor es pieza fundamental en este negocio y lo valoramos por encima de todo, y a los que creen que el arte (donaire estético) es lo que de verdad enamora en el toreo.

Eso es lo que ha conquistado Morante de la Puebla, ése es su mérito y su éxito: unificar dos conceptos que iban siempre separados. La capacidad de ejecución se hace de esta forma más rotunda, compacta y, emocionalmente, más transmisible a los tendidos. Por haber llegado a este vital descubrimiento que rompe moldes, quizá Morante de la Puebla puede ser considerado una figura excepcional en la tauromaquia contemporánea.

Pero, ¡ojo!, este hecho no justifica lo que algunos medios vocean a los cuatro vientos: que a Morante hay que canonizarlo, hacerle santo, emperador absoluto de la Tauromaquia. Vamos a ver, una cosa es reflexionar de forma serena y sensata sobre el significado de este torero en la tauromaquia actual, y otra muy distinta concluir que ha inventado el toreo. No saquemos las cosas de quicio, por favor.

Morante de la Puebla es un torero grande, un investigador de formas antiguas de la fiesta y un hombre generoso que no sólo ha visto la precariedad en la que malviven (a punto de desaparecer) algunas ganaderías que en otro momento dieron lustre a este espectáculo, sino que él mismo las ha rescatado del abandono y olvido poniéndolas de nuevo en candelero, exigiéndolas en sus actuaciones (Prieto de la Cal, Galache…)

El público disfruta con su toreo y valora muy mucho el esfuerzo del de La Puebla por revalorizar el espectáculo que roza momentos cansinos, de abulia y desinterés y que en la actualidad sufre, además, ataques enfurecidos por tierra, mar y aire.

Morante de la Puebla, artista extraordinario, y torero de época. ¿Paqué más?

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