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Elogio de la Amistad
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Elogio de la Amistad

Actualizado 02/02/2022 08:42
Juan Antonio Mateos Pérez

Vivir sin amigos es como estar en el desierto, pues la amistad multiplica los bienes y reparte los males

J.L. VÁZQUEZ BORAU

La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno.

ERASMO DE ROTTERDAM

Vivimos un tiempo marcado por inseguridades y desconfianzas sociales debido a esta pandemia que no termina nunca. La soledad y el aislamiento social es propio de estos momentos de cansancio psicológico y de fatiga pandémica, nos está llevando a cambiar la pantalla del televisor o el ordenador por la amistad. Parece que no es solo tiempo de poda en el huerto o en el jardín, también se ha instalado en nosotros un recorte de afectos y amistades. Quisiera en la entrada de hoy realizar un pequeño elogio de la amistad en estos tiempos de soledades y de individualismo.

Se ha escrito mucho sobre la amistad, el propio Homero hablaba de ella en la Odisea. Por Platón sabemos que Sócrates conversaba a menudo con sus discípulos sobre la amistad. El propio Platón en su diálogo “Lisis”, nos habla de la gratuidad de la amistad, comenta que es un auténtico don y regalo; pero también de la reciprocidad, de esta surge un diálogo fecundo y sincero que fundamenta la amistad. Aristóteles, Cicerón, Séneca, Ovidio y otros muchos autores de la antigüedad escribieron obras enteras sobre la amistad. Autores cristianos como San Agustín, afirmaba que tener un amigo es como permanecer vivo en medio de los problemas y dificultades de la vida.

En este camino de la amistad me viene siempre a la mente Blas Pascal y su “inteligencia del corazón”, ese auténtico conocer de lo humano desde el espíritu, que percibe intuitivamente, que conoce existencialmente y que valora integralmente. El corazón es la fuente misma de la personalidad consciente, inteligente y libre, allí donde el silencio se vuelve Palabra y el hombre encuentra su vocación. Desde aquí el ser humano descubre la importancia de la amistad, hoy más que nunca, nos es necesaria como el oxígeno para la respiración. La amistad es una virtud que hay que cultivar, ya que es un árbol delicado, este crece y se desarrolla cuando se cuida con esmero.

Todos necesitamos de los amigos para completar nuestra existencia, en lo material y en lo espiritual, en lo intelectual y en lo afectivo, en el trabajo y en la vida de ocio. Una de las necesidades humanas más esenciales es esa capacidad de comunicarse, para ello, se necesitan compañeros de viaje para nuestra travesía vital, compañeros que conecten con nuestro quehacer y sensibilidad más allá de individualismos. Los amigos los elegimos nosotros, somos libres para aceptarlos o no, pero exige generosidad, donación y confianza. La amistad se da sin recompensa.

Conocemos a muchas personas en nuestras ciudades postmodernas, pero detrás de tantos conocidos, hay pocos amigos. La verdadera amistad es un bien escaso, es una virtud difícil de cimentar. En estos tiempos, tenemos muchos conocidos, pero a veces ningún amigo. La soledad y el desarraigo social, es uno de los males de nuestro mundo urbanizado. En medio del bullicio y la muchedumbre anónima, el hombre de hoy se siente incapaz de comunicarse y entrar en diálogo con su prójimo. La ausencia de empatía, el individualismo, la desconfianza, la superficialidad de las razones, la falta de apertura al otro, el exceso de ocupación, nos encierra en nuestro mundo, incapaces para una auténtica comunicación existencial.

La virtud de la amistad ha sido reconocida a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es un valor que se impone de forma evidente, no necesita ser demostrado, bien por la experiencia de los amigos que tenemos o los amigos que deseamos. La amistad es uno de los mejores antídotos para la soledad, aumenta la alegría y transforma los sentimientos negativos. Así lo reconocía Aristóteles: lo más terrible es la falta de amigos y la soledad, porque ni la vida entera ni las uniones voluntarias son posibles sin amigos. La amistad es un importante apoyo en las dificultades, es desinteresada y acompaña hasta la muerte, pero, sobre todo, es una fuente de felicidad, incluso en medio de los peores momentos de la existencia.

La amistad es un arte, y forma parte del arte de aprender a vivir. Como muchas cosas en nuestra existencia, el arte de la amistad se aprende en el día a día, con mucha paciencia y comprensión. Esta es la llave que abre la puerta de la amistad. Al comprender al amigo y sentirse el amigo comprendido, se establece entre ambos una cierta empatía, que consolida la relación y despliega la amistad. La empatía no es solo entender al otro, es tener la capacidad de ponerse en su piel, haciendo propias sus vivencias emocionales y tratando de ver las cosas desde su perspectiva. Con la empatía, no solo ves al amigo desde fuera, también desde dentro, complementándose uno al otro y enriqueciéndose mutuamente. Los amigos se quieren de verdad, se aceptan como son y se ayudan mutuamente a crecer como seres humanos.

Se necesita tiempo para la amistad, para el conocimiento mutuo y la confianza. Para ello, es necesario pasar el tiempo y “perder el tiempo” con los amigos. La amistad se alimenta de momentos compartidos y dialogados cada día, se nutre de nuestras cotidianidades y necesita pasar por todas las estaciones. Para ello, se precisa mucha cercanía y diálogo. Quisiéramos terminar diciendo que en este viaje del yo hacia el tú y viceversa, es el mejor antídoto contra la soledad y las soledades que nos invaden cada día, más ahora en tiempos de pandemia. En la amistad como en la vida, como dice el Principito, los esencial es invisible a los ojos y requiere ser desvelado por la palabra.

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