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El café, esa odisea
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El café, esa odisea

Actualizado 03/02/2022 10:14
Ignacio Martín

En los noventa, recién llegado y con ese punto de soberbia de quien no ha cumplido aún los treinta, me enca… nijaba porque cuando pedía café con hielo era un lío –como me pasaba cuando iba a Portugal–. Años después, cuando en más de un sitio ya no me miran tan mal, ahora resulta que tengo que “pelear” para que me traigan el café con una cucharilla y un sobrecito de Stevia, que el azúcar me lo ha quitado el médico. Al platito ya renuncié. Uno tiene que decidir qué batallas dar.

Pues eso, que últimamente, tanto en restaurantes “de cierto nivel” como en restaurancitos “de barrio”, pido un café –eso sí, espresso, así, muy sofisticado, muy clooneyesco– y viene el joven o la joven –mesero/camarero es profesión muy millennial– con la tacita de la mano, o sea, con algún churretón cayendo por los laterales –porque de pulso estos muchachos, pobres, parece que ya andan como uno– y te mira medio extraño si le pides cucharilla y endulzante.

¿Por qué se habrá puesto de moda, al menos en México, servir así el café? Solo pasa con el exprés (o espresso, ya les digo): el barista –otra palabra supercool porque viene del inglés y que dejarán de usar el día que alguien les diga que, en realidad, el origen origen es nuestro vulgar latín– les ha debido ordenar que así va: en taza pero sin platito ni cucharilla ni azúcar.

Intuyo que pesa bastante que no deben ser muy cafeteros/as estos y estas pobres millennials, para quienes, ya les digo, el trabajo de mesero/a –camarero/a– es una opción para empezar a ganar algo de dinero y en el que suelen explotarlos; vamos, que para muchos y muchas, el café, fuera de la tazota mañanera –que tampoco sé si es tan habitual en los nacidos de los noventa para acá– es una bebida... que no lleva café –o lleva poquito– y que está llena de etiquetas y apellidos: alto, venti, con soya (soja), con leche de almendras… Vamos, que no pocas veces es, en realidad, una infusión de hierbas buenas para algún chakra o algo así.

Ya sé que soy un señor mayor, rezongón y cascarrabias pero, en esto del platito, la cucharilla y el sobrecito, me estoy volviendo guerrillero. Como aquí la propina es “obligatoria” pero yo soy el que la deja, esos cafés a medio servir –para mí, claro–, se comen porcentajes de la misma… O toda ella. Aunque, por si se quedan con mi cara, tengo que ir apuntando los sitios para no regresar… O hacerlo cuando pase un tiempo prudencial.

Yo no he empezado la guerra.

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