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Nostalgia de convalecencia
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Nostalgia de convalecencia

Actualizado 31/01/2022 15:34
Charo Alonso

-Se empiezan a notar las tardes.

Mi madre, desde su atalaya de cabañuela, mide las horas del crepúsculo, el horizonte que alarga su atardecer ese poquito de luz cada día mientras enero se apaga y febrerillo el loco, con sus días veintiocho hace casi su acto de presencia. Heladas feroces y cambios de temperatura que hieren a las estatuas, matan a los que duermen a la intemperie y nos enferman a todos, las ventanas abiertas para que se vaya todo lo malo, mitones y mantita en el regazo de los alumnos que se quejan de dolor de cabeza y marcan treinta y ocho de fiebre en un termómetro que a la puerta, es ritual de cada mañana lectiva.

-Este niño está intercadente.

Cuando al tragar sentías ese dolor, cuando te estremecías de frío y calor, la mano fresca, la mano sabia se posaba en la frente y te mandaba a la cama, miel y leche caliente, fiebre para sudar el malestar y silencio en la casa cuando los demás hermanos se van al colegio y tú permaneces ahí, al abrigo de toda perturbación, con la madre para ti solo, el termómetro a mano, la aspirina y, cuando se pasaba el peor malestar, la pila de libros, la de tebeos, sopa en la cama y mejillas arreboladas. La pandemia nos ha quitado hasta el gusto por el catarro común, la pesadez del moco, la nariz goteante, la posibilidad de quedarnos en casa arrebujados en el calor del sofá, la posibilidad de la molestia, de la gripe leve que se pasa con frenadol y descanso no dominical. Ahora, si sientes los síntomas del desastre, corres a meterte un barreno horrendo en las fosas nasales, a hacer memoria de tus contactos más estrechos y a arrepentirte mil veces de los instantes en los que te has bajado la mascarilla. La pandemia nos ha robado la parte deliciosa de la convalecencia, décimas de fiebre, calor y mano fría, cama sudorosa y mimo, mimo, mimo cercano al borde de la cama, presencia consoladora.

-Este niño está intercadente.

Les duelen los oídos a los pequeños de la casa y es su sufrimiento nervioso un lloro que resuena por el pasillo mientras la abuela dice que le pongas una gotita de aceite caliente. Remedios de tiempo y santa paciencia, ramita de geranio para el estreñimiento, miel y limón para las gárgaras, cama y calma para la gripe, cura sana, culito de rana. Días de quieta, deliciosa, bajita fiebre que te acuna en el nido de las mantas sudadas, fresca la mano que nos alimenta. Si no se cura hoy, se curará mañana. Cómo se conocen las tardes, dice mi madre, pero yo no miro a la ventana, sino al recuerdo de la gripe encamada, de la mañana de fiesta, la comunión de la aspirina infantil, la voz que resuena: “Mañana ya puedes ir a escuela”. Delicia de convalecencia.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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