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Máscaras y mascarillas
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Máscaras y mascarillas

Actualizado 01/02/2022 09:02
Raúl Izquierdo

El otro día nos reunimos un equipo de personas para preparar un evento. En frente de mí, una persona mayor, con más de ochenta años a sus espaldas y con dificultades auditivas. Aunque llevaba un dispositivo en los dos oídos, seguía sin escuchar bien. Al terminar la reunión, me dice:

  • No me he enterado de nada de lo que habéis dicho. Para la próxima vez, no vuelvo.
  • Pero si tienes un dispositivo, ¿no te funciona?
  • Sí, pero no os he escuchado bien. Además, lleváis esa mascarilla en la cara y os tapa la boca. Y si al menos pudiera veros el rostro, os podría leer los labios.
  • Pues tienes toda la razón

Me bajé la mascarilla y le hice un resumen de lo que habíamos hablado. No disimuló su sonrisa, incluso me pareció que se ponía contento.

Eso es. La mascarilla es importante. Eso nos han dicho, nos lo creemos y ya está. Pero a veces, puede ser un obstáculo para la comunicación y la integración de las personas, especialmente nuestros mayores. En un momento, quitarse la mascarilla y mostrar tu rostro puede ser un acto de humanidad y de cercanía. En ocasiones, en la balanza de las decisiones está prevenir la enfermedad o evitar la pena y la tristeza por la falta de comunicación.

Aún así, me preocupan más las máscaras grandes. Esas son las que estamos más acostumbrados a usar y a ponernos. Parece que desde pequeños hay algo que nos empuja a empezar a usarlas sin rubor y con una habilidad que va creciendo con el paso de los años. Posiblemente las máscaras nos protegen y nos hacen menos vulnerables, nos complican menos la vida. Pero podría ocurrir que en algún momento ya no sepamos diferenciar el rostro real de la máscara que lo oculta. ¿Quién soy? ¿Y quién eres tú? No como a ti te gustaría ser, no como te gustaría que te vieran los demás, sino cómo eres realmente. ¿Y si a nadie le gusta mi rostro?

Cuántas veces dependemos de las máscaras. No mostrar los sentimientos, no decir lo que pienso….disimular, callar, mirar a otro lado, decir lo que otros quieren escuchar, mostrar lo que otros quieren ver. No siempre es fácil enseñar el rostro. Con la máscara puedo ir a cualquier fiesta, a cualquier sarao y sentir que soy uno más. Mostrar lo que somos es un ejercicio de riesgo. Por eso hay gente especialista en usarlas con frecuencia, con dependencia y con exceso.

  • Siempre estás feliz y sonriendo en las fotos que cuelgas en las redes
  • Claro, si quiero gustar a otros, tiene que ser así
  • Pero parece que tu vida es tan idílica, tan cool, tan superguay… A mí no me engañas
  • Pero al resto sí, así da al “like” y calla

Qué bueno encontrar personas que se quitan las máscaras, que muestran sus heridas y su fragilidad. También sus dones y capacidades, los que tienen de verdad, no los que querrían tener. Y todavía mejor encontrarse personas que te acogen con tu verdadero rostro, que se ponen en tu lugar, que te escuchan y te dan un consejo o una palabra de ánimo desde el cariño. Qué bueno encontrar compañeras y compañeros de camino, de cualquier edad, de cualquier condición, que quieren ir contigo sin máscaras, recibiendo el aire fresco de la vida que sopla desde cualquier dirección.

Entonces, tomar una copa de vino juntos, cantar desafinando, mojarse por la lluvia o bailar sin vergüenza serán motivo para celebrar, como si fueran fiesta de guardar. Y me sobrará tanta máscara y tanto “like”. Y andaré más veces descalzo, me emocionaré con más libertad, y el canto de los pájaros me parecerá una sinfonía bellísima. Al quitarme la máscara, quiero hacer el ejercicio de aprender a quererme más. ¡Qué haría yo sin mí!

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