En las últimas décadas el individualismo está superando a lo colectivo y la emoción a la razón. Parece que la humanidad está abandonando la razón, entregándose al mundo de los sentimientos y los intereses particulares, jaleados por el neoliberalismo salvaje, donde lo único que importa es el rendimiento económico a corto plazo. En ese pensamiento habría que encajar la consideración y el trato que la Banca está dando a sus clientes y a la ciudadanía en general, con especial y lamentable incidencia en los mayores.
Mientras que la sociedad de la información y el conocimiento se caracteriza por el auge de los servicios, el sector financiero va en sentido contrario, los bancos cierran oficinas y las que mantienen las dejan con el mínimo de empleados, reducen drásticamente las plantillas de personal y contestan a los clientes, despóticamente, con un “hágaselo usted mismo” en el cajero automático o en internet. ¿Dónde está el compromiso social de la Banca?
La gran crisis financiera iniciada en 2008 se llevó por delante, en los años sucesivos, una buena parte del sector financiero que supuso, entre otras cosas, el despido de 100.000 empleados. Los servicios financieros comenzaron a caer empicados y la deriva se ha agudizado en los últimos tiempos, debido a la pandemia, a las fusiones de entidades bancarias y al cierre de oficinas, que debilitan la red en las ciudades y dejan sin servicios financieros a la mayor parte del mundo rural.
Este despotismo usurero de la Banca afecta a toda la sociedad, pero si algún colectivo lo sufre de forma sangrante son los mayores, quienes, estoicamente, vienen aguantando ese cambio en la manera de hacer de los bancos. Para ellos supone un abandono por parte de aquellos en los que depositaron su confianza y su dinero, creyendo que lo podrían retirar cuando quisieran o lo necesitaran.
Pero, pedir y sacar dinero del banco ahora, es poco menos que un imposible para los mayores. Casi 10 millones de personas de avanzada edad, están en riesgo de exclusión financiera, por la escasa atención que se les presta en las sucursales bancarias y por la deriva masiva que se está haciendo hacia la Banca en línea o la automatización de la misma.
A esa exclusión financiera a la que los propios bancos están evocando a los mayores, contribuyen las restricciones de acceso a las oficinas bancarias, ya sea por la necesidad de pedir cita previa en unos teléfonos que casi nunca contestan; la limitación de horarios de atención al público, unos días para hacer un tipo de gestiones y otros para otras; el tener que hablar con robots; obligarles a que una gran parte de las gestiones las tengan que hacer en complicados cajeros automáticos o por medio de internet; o tener que soportar largos tiempos de espera a la intemperie del sol, el frio o de la lluvia.
Hay un clamor de malestar popular que empieza a levantar la voz ante tanta injusticia y, el Gobierno, hace bien urgiendo a la Banca, como ha hecho hace unos días, a garantizar el servicio a los mayores, para evitar la exclusión financiera de las personas de edad avanzada. A lo que habría que añadir, que las entidades financieras cumplan con su carácter de servicio esencial, ofreciendo a los usuarios un trato adecuado a sus necesidades, una atención más humana, tanto en las oficinas bancarias como por vía telefónica.
No es culpa de ninguna persona mayor el no tener internet en su casa, no saber manejarse ante un cajero automático y tener que pedir ayuda para completar las operaciones, o no tener las habilidades suficientes para desenvolverse en medios digital que son tecnologías nuevas para ella. Como tampoco se le puede pedir que dependan de sus nietos para que les hagan esas operaciones, colocándoseles así en una situación de humillación. Más de 2 millones de personas, mayores de 65 años, viven solas en España y no tienen quien les ayude con ninguna operación.
El envejecimiento de la población española es imparable y los mayores actuales, como los próximos, han tenido que trabajar durante años con tesón para formar su propio patrimonio. Ahora, cuando quieren saber sobre sus ahorros, sacar, ingresar o moverlos, tienen todas las trabas del mundo, porque no les atienden en los bancos o porque, como “generación analógica” que es, no son capaces de interactuar con los complicados cajeros o con el barullo de contraseñas y autenticidades necesarias, para acceder a las no menos complicadas aplicaciones y navegar por ellas, como si de una persona joven de la “generación digital” se tratara.
En el plan de medidas que el Gobierno ha pedido a los líderes del sector bancario, para solucionar el problema de la exclusión financiera de los mayores, debería incluir las de asegurar los servicios financieros en el mundo rural, más personal en las oficinas, dar formación al personal para la atención y mejor trato a los mayores, facilitarles las operaciones a las personas de mayor edad y disponer de aplicaciones más sencillas y operativas en internet.
No solo la Banca, el Gobierno y las Administraciones Púbicas harán bien si están atentos y elaboran normativa o leyes que garanticen la inclusión financiera de toda la sociedad, sin que nadie se quede excluido en este proceso de la transición digital y sostenible en el que estamos inmersos.
Nos quedamos con Antonio Orozco - Mi Héroe
© Francisco Aguadero Fernández, 28 de enero de 2020.
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