Siempre me ha llamado la atención el relato del reproche que Marta y María le hacen a Jesús, cuando éste llega a Betania y Lázaro, el hermano, ha muerto y ya ha sido enterrado. Como si sus hermanas se quejaran de que la presencia de simbólica figura paterna de Jesús hubiera evitado su muerte (San Juan, 11:4).
Para algunos estudiosos del texto de La vida de Lazarillo de Tormes, entre los que me encuentro, también tenemos la impresión de que bajo todo el relato del huérfano Lazarillo, de todas sus desdichas, engaños y la ausencia de caridad que le rodean, hasta su final ilegal de casarse con la amante del Arcipreste, se adivina latente la anécdota evangélica de la queja de Marta y María: como si en aquella España de Carlos V y su hijo Felipe II, hubiera un vacío o ausencia de autoridad que ordenara y resolviera la desprotección de las masas hambrientas, obligadas a ponerse la máscara de pícaros para poder sobrevivir.
Salvando las distancias, la muerte de seis ancianos ingresados en la residencia de Moncada en un incendio, hace una semana, de nuevo sugiere esta ausencia de una Autoridad que unifique criterios, protocolos, organización de los cientos de residencias, públicas y privadas, que hay a lo largo y ancho de nuestro país. Cada vez se hace menos soportable, para la mayoría de ciudadanos, estas Autonomías, que partiendo de una ley o directriz estatal, hacen de su capa un sayo y organizan y legislan sin mirar apenas cómo lo hacen sus vecinas Autonomías sin tener en cuenta que somos ciudadanos de una misma nación. Ya lo sufrimos al comienzo de la pandemia del Covid- 19, cuando murieron miles de ancianos de residencias, que tenían protocolos de actuación distintos a otras Autonomías.
Nunca ha estado en la época contemporánea España tan dividida como lo está en esta España de las Autonomías: en demasiados campos de gobierno hay demasiadas diferencias en derechos y obligaciones entre los ciudadanos. En las últimas semanas se llega a cuestionar que sea el Gobierno central el responsable de repartir con eficacia y justicia los fondos procedentes de la UE; como si ninguna autoridad fuera digna de que los ciudadanos confíen en aquellos a los que eligieron.
Esta división y “guerra” entre las Autonomías crea un mal mayor: la sensación de que nadie dirige la nave del Estado con suficiente eficacia y ecuanimidad. Los ciudadanos que vemos los asuntos políticos, desde muy lejos de los despachos de los políticos, centrales, autonómicos o locales, estamos convencidos que esta división de “reinos de Taifas” tiene que cambiar: no vemos la menor lógica a que, por ejemplo, se reúna el Consejo Interterritorial y termine la reunión de presidentes autonómicos sin la menor unidad en las medidas sanitarias, sociales o económicas, que han de ser aplicadas y gestionadas en cada Autonomía.
La ausencia del Jesús del Evangelio en el relato de San Juan sobre la muerte de Lázaro, es también una metáfora de que sin la presencia de una única Ley, justa, protectora, sólida y unívoca en su interpretación, no puede el barco de la Nación navegar con suficiente estabilidad y progreso.
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