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La burocracia ¿nos come o nos protege?
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La burocracia ¿nos come o nos protege?

Actualizado 26/01/2022 07:49
Antonio Matilla

O nos ayuda a comer y a vivir. Depende. Desde que el mundo es mundo y, sobre todo, desde que apareció el Estado, que debió ser en Mesopotamia, o en Egipto, hace miles de años, la burocracia ordena y controla nuestras vidas, queramos o no. A mí, que viví el Mayo del 68 y sus secuelas, la burocracia es expresión del poder del Estado, que controla todo y a todos y ¡Ay del que no respete la burocracia, se le caerá el pelo pronto!

A la burocracia de los Estados se suma ahora, apoyada en las tecnologías, la de las empresas, sobre todo de las grandes corporaciones, más grandes y poderosas que la mayor parte de los Estados. Sea como fuere, la burocracia es un signo de modernidad y es mucho más beneficiosa para el ciudadano común que otras formas de organización social, basadas en las tradiciones o en el carisma de los líderes, que se prestan más al inmovilismo, impidiendo el progreso y la adaptación a los cambios sociales, o a la arbitrariedad, como rezaba aquella maldad atribuida a la democracia orgánica –podría decirse algo parecido de la burocracia orgánica- en la que sería obligatorio hacer “lo que le salga del órgano al jefe”.

Vistas así las cosas, y apoyándonos en las reflexiones de Max Weber, la burocracia de suyo sería positiva, pues permite la racionalización de la convivencia social, cultural, económica y política y asegura que todos y cada uno de los ciudadanos, sin excepción, tengamos que atenernos a las leyes escritas, legítimamente promulgadas, evitando así caprichos e injusticias.

Pero ninguna burocracia es perfecta y todas pueden degenerar hasta hacer irrespirable la vida en sociedad en muchos aspectos. El propio sistema burocrático –si es que ello existe- tiene sus mecanismos de corrección, que pretenden racionalizar y facilitar la vida de los ciudadanos. Tengo escrito varias veces que, como vivimos en un tiempo y en una sociedad tan complejos, nadie puede abarcarlo todo y, yo al menos, solo tengo acceso a algunos datos, conocidos, vividos, gozados o sufridos por mí, y a partir de esos datos parciales puedo arriesgarme a tener intuiciones, con grave riesgo de equivocarme. Por otra parte, con la burocracia pasa como con la caricatura, que no refleja con realismo el rostro de alguien, sino que acentúa sus rasgos, sean bellos u horrorosamente feos, de manera que convierten ese rostro en algo único, a base de exagerar determinados rasgos de la personalidad del individuo en cuestión.

Y así, doy fe de que mi cuñada Nieves, funcionaria del Ministerio de Trabajo, participó en un equipo nacional cuya misión era agilizar la burocracia, logrando que un acto administrativo, por ejemplo, la creación de una empresa, en lugar de tener que llevarse a cabo en diez pasos, estos fueran solo cinco, con el consiguiente ahorro de neuronas y de tiempo, que es el bien más valioso que el ciudadano común posee.

Por el lado contrario puedo dar fe también de que una Asociación tuvo que cambiar de entidad bancaria porque los certificados de su banco venían en blanco y negro y, según decían en la instancia administrativa correspondiente, eso lo podía falsificar cualquiera con una fotocopiadora normalita. En cambio, los certificados del nuevo banco no ofrecían dudas, pues tenían en una esquinita dos centímetros cuadrados de logotipo en color rojo.

Al mismo banco de los dos centímetros cuadrados de logotipo rojo llegó el heredero de una señora recientemente fallecida para pedir lo que es preceptivo: el certificado del saldo de la cuenta en el día del fallecimiento. Con el saldo que había no se podía comprar ni un audífono, pero tuvo que pagar treinta y seis euros de vellón (sí, 36€) por el folio, convenientemente estudiado por la Comisión Jurídica de la Entidad Bancaria. ¡Un cliente perdido!

Conocí un bonito bar en una calle céntrica salmantina que, con la obra terminada, el mobiliario y la maquinaria instalados y la decoración dispuesta, tuvo que esperar 365 días para obtener la licencia de apertura.

También soy testigo de que la licencia de obra necesaria para hacer una pequeña restauración en una de las iglesias a las que sirvo, tardó ocho meses en ser concedida. Licencia en mano, la obra pudieron llevarla a cabo dos operarios en cinco horas de trabajo. Ni siquiera una jornada completa.

Las cosas se complican cuando intervienen varias administraciones, porque una de ellas, conforme a ley, te obliga a realizar determinado trámite en el plazo máximo de cinco días, pero hechas las gestiones a la mayor celeridad burocrática posible, es imposible cumplirlo en menos de mes y medio. La coordinación es una virtud cívica añadida que es casi imposible alcanzar. Me temo que todos iremos al Purgatorio –burocrático por supuesto-.

En resumen, la burocracia nos ayuda a cumplir la ley y nos da seguridad, pero nos hace perder tiempo y dinero y nos martiriza. Y es que nada es perfecto, ni siquiera la burocracia posmoderna.

Antonio Matilla, ciudadano.

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