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El primer Papa que visitó Alba de Tormes siendo sacerdote
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El primer Papa que visitó Alba de Tormes siendo sacerdote

El primer Papa que visitó Alba de Tormes siendo sacerdote

Actualizado 25/01/2022 09:24
Roberto Jimenez

Esta es una larga historia y muy entrañable de una relación prolongada entre el monasterio carmelita de Alba y el sucesor de Pedro, Benedicto XV.

Un artículo de Manuel Diego, carmelita Descalzo

En el primer centenario de su muerte

El 22 de marzo del 1922, en pleno III Centenario de la canonización de Santa Teresa, murió el Papa Benedicto XV, considerado el Papa de la Paz porque trabajó tanto por evitar y detener la desgracia de la llamada I Guerra mundial. También el Papa del Derecho Canónico, pues hizo la edición moderna (1917) de este códice legislativo eclesial que llegó a estar vigente hasta el tiempo de Juan Pablo II. Era un hombre de Iglesia de carrera diplomática que ascendió al Pontificado teniendo detrás una importante labor política (nunciatura) y pastoral (arzobispo de Bolonia). Y en Alba de Tormes se vivió tanto su elección papal y su muerte, porque todos recordaban que había estado en la villa visitando el sepulcro teresiano, una circunstancia personal que él nunca olvidó y, por eso, mantuvo siempre una relación especial con el monasterio de las carmelitas descalzas de este lugar.

En este mismo día, falleció otro hombre de Iglesia, el cardenal Enrique Almaraz (1847-1922), natural de la Vellés, que trabajó tanto por Alba de Tormes y santa Teresa al lado del obispo Martínez Izquierdo y de San Enrique de Ossó. Fue obispo de Palencia, arzobispo de Sevilla y Toledo, cardenal primado de España.

Queremos recordar esta fecha proponiendo una parte del estudio que publicamos ya hace algún tiempo en el Libro de fiestas de Alba (Octubre 2013, pp. 256-269).

Benedicto XV (Giacomo della Chiesa, Génova, 21.11.1854 – 22.1.1922)

El primer Papa que visitó Alba de Tormes siendo sacerdote | Imagen 1

Era un eclesiástico de carrera diplomática, pero esto no impidió que fuera nombrado más tarde por Pio X arzobispo de Bolonia (25.5.1914) y cardenal, para ser elegido Papa unos meses después (6.9.1914). El suyo fue un pontificado breve (apenas 7 años), pero intenso, sobre todo porque le tocó de cerca el problema de la guerra mundial, que él trató de ayudar a resolver con una actividad muy concreta a favor de la paz. Su pontificado será recordado además por la promulgación del Códice de Derecho Canónico (28.6.1917). Murió en 22 de enero de1922 a causa de una neumonía, justo cuando comenzaban ya los preparativos para el III centenario de la canonización de Santa Teresa, acontecimiento en el que él quería participar, como así ya lo había expresado públicamente.

A nadie le pasó desapercibido, en el momento de la elección papal, los vínculos estrechos que tenía con santa Teresa y la villa de Alba. Reflejo de esto se puede encontrar, p.e., en la revista La Basílica Teresiana de aquellos años (1914-1922).

Se trata del 1º Papa que sabemos haya visitado Alba de Tormes, y esto fue cuando era secretario de la nunciatura de España en Madrid, al frente de la cual estaba entonces el Nuncio Mariano Rampolla del Tindaro (1882-1887), un eclesiástico muy importante que ascendió después a cardenal (1887) y Secretario de Estado del Vaticano durante el pontificado de León XIII (1887-1903), el cual apreciaba mucho a Giacomo della Chiesa y le quiso junto a sí como secretario personal. Es histórico que Rampolla fue el principal candidato a suceder a León XIII, y así lo demostraron las votaciones del conclave de 1903, pero el veto del emperador austro-húngaro (inconcebible en nuestros días) impidió su elección.

La ocasión de la visita a Alba fue con motivo de la concesión del patronato de Santa Teresa sobre la provincia eclesiástica de Valladolid (1886), que abrazaba casi todos los obispados de Castilla la Vieja. Este patronato ya lo había empezado a gestionar el obispo salmantino Narciso Martínez Izquierdo, que después fue el 1º obispo de Madrid.

En aquella misma ocasión, se consagró al Corazón de Jesús, por medio de Santa Teresa, a toda la provincia eclesiástica. Para ello se prepararon unos festejos religiosos que tuvieron su centro en Salamanca y Alba de Tormes, en los que participó también el Nuncio Rampolla como representante pontificio, ya que el patronato teresiano se había concedido por documento vaticano (S. Congregación de ritos, 8.4.1886). El Nuncio venía acompañado de su secretario (el futuro Benedicto XV) e –imaginamos- de otro personal de la nunciatura. Era obispo de Salamanca en aquel año el agustino P. Cámara.

Fueron unas jornadas memorables, concentradas principalmente en los actos del 22 de octubre de 1886, con un solemne pontifical oficiado por el Nuncio en la iglesia de las Madres. Pero en realidad se trató de una estancia de 3 días de toda la comitiva en Alba de Tormes: llegan desde Salamanca el 21 de octubre por la tarde, pasan toda la jornada (la más intensa) del 22, y el 23, después de desayunar en el locutorio del convento de las monjas, entran en clausura para visitar el sepulcro y las reliquias teresianas. Luego, de inmediato, vuelven a Salamanca. Son días que –a nadie se le oculta- coinciden con el final del novenario u octava de la fiesta de santa Teresa en Alba.

A propósito, conviene recordar que el Nuncio y su secretario pernoctaron dos noches en Alba de Tormes; uno piensa a primera vista que se hospedarían en el convento de los frailes Carmelitas, cuya hospedería estaba siempre a disposición para el obispo diocesano de Salamanca y todos los obispos que visitaban el sepulcro teresiano. Todavía existe en esa zona del convento carmelita una amplia sala que se sigue llamando la “Sala del obispo”, la cual ha visto pasar a tantos personajes eclesiásticos. Las monjas dicen que Nuncio y obispos se hospedaron “en las casas más ilustres de Alba, y en el convento de nuestros Padres” (Archivo MM. Carmelitas, D-I-162, fol. 12r). Pero en otra parte se precisa todavía más cuando se habla de las audiencias concedidas por el Nuncio: “recibió en su hospedaje, que era el magnífico palacio del señor Vizconde de Garcigrande” (Boletín Oficial diocesano de Salamanca 33 [1886] pp. 557-558). Es decir que el Nuncio Rampolla y su secretario Giacomo della Chiesa, futuro Benedicto XV, se hospedaron aquellos días en aquel palacete de hierro y cristal, situado en el Boulevard, que muchos hemos conocido en pie hasta las últimas décadas del siglo XX.

Una buena crónica de estas jornadas teresianas se puede leer en el Boletín oficial diocesano de Salamanca 33 (1886) nº 23; la crónica en pp. 540-558.

De estos días en Alba de Tormes le quedó al secretario Della Chiesa una impresión agradable y muy sentida, sobre todo en el trato con las monjas carmelitas, y desde entonces se inició una relación cordial con ellas (es de suponer que mediante cartas) que no se interrumpió jamás, incluso cuando estaba de Papa. Benedicto XV recordaba una y otra vez, cuando tenía ocasión, su paso por la villa. Nos podemos imaginar lo que supuso para la comunidad carmelita de Alba años después al enterarse el 6 de septiembre de 1914 que su antiguo amigo y devoto había sido elegido sucesor de Pedro y Papa. Esto debió trascender incluso fuera, es decir, repercutió hasta en la vida y comentarios de la misma villa. Y no les faltaba razón, porque se trata del Papa del que conservamos más testimonios de su estancia y vinculación con la villa durante un tiempo de tres días. Las monjas carmelitas son las que más documentación pueden aportar con su archivo; se conoce que tuvieron mucho cuidado en conservar todo lo relativo a la visita del Nuncio Rampolla.

El paso del futuro Benedicto XV por Alba a primera vista fue intrascendente, tanto que en el libro de firmas del camarín del sepulcro, apenas aparece la firma del Nuncio y de los obispos acompañantes, para nada la firma del secretario Della Chiesa: + Mariano, arzobispo de Heraclea, Nuncio Apostólico (“Libro registro de los que se inscriben en la asociación titulada Hermandad Teresiana Universal [transformado poco a poco en libro de firmas de visitantes del camarín alto], fol. 237v). Me he tomado la molestia de analizar el libro alternativo correspondiente de firmas de la iglesia y demás visitantes, y allí no aparece tampoco la letra del futuro Papa.

La discreción y silencio que advertimos documentalmente la podemos completar con la crónica y recuerdos de personas que vivieron aquellos días, recuerdos que fueron consignados en algunos artículos que salieron con motivo de la muerte del Papa (1922), sobre todo en la revista o boletín de aquel III centenario teresiano de la canonización: Tercer centenario canonización de la canonización de Santa Teresa, Ávila 1921-1923. Para los interesados en el tema, advierto que todo cuanto se ha escrito sobre este viaje y acerca de Benedicto XV y Santa Teresa se puede hallar registrado en la “Bibliografía sistemática de Santa Teresa” (Madrid 2008) nn. 10209-10213, 10392-10400, 10758-10759.

- Tenemos detalles concretos acerca de la presencia del entonces secretario de nunciatura en la clausura, incluso con recuerdos muy personales y significativos. Así los recuerda J.M. Bartolomé en 1921, pocos meses antes de la muerte del Papa:

“Los señores Obispos, las autoridades, las monjitas, los religiosos y el público que con la comitiva ‘se coló’, procuraron ir todo lo más inmediatamente que pudieron del señor Nuncio. Entre los rezagados en la celda donde murió la Santa se destacaron dos figuras: monseñor La Chiesa y una monja gallega próxima parienta del exministro D. Ángel Urzáiz, la cual no pudo seguir a la comunidad por achaques de su avanzada edad. Sin embargo no desaprovechó el tiempo. Porque creyendo, con los encantos propios de la rigurosa vida monacal, que son más eficaces las oraciones de los que están cerca del Papa, se encaró con el que más tarde ¡quién lo dijera! Había de ocupar el solio pontificio, diciéndole así, ‘a bocajarro’: -Usted que es italiano pida mucho por nosotras. – Y usted, que es española ruegue mucho por los italianos, respondió con viveza monseñor La Chiesa clavando, sonriente, tras el espejo afable de los redondos cristales de sus anteojos, [su] dulce mirada a la monja viejita e inocente.

Las personas que allí estaban festejaron, también sonrientes, las sencilleces de aquella hijas de Santa Teresa” (Tercer centenario, pp. 161-162).

“Cuando llegaron al camarín donde está expuesto el arcón que guarda los restos de la Santa, causó edificante asombro el fervor con que el Pontífice actual oró junto a aquellas inapreciables reliquias. Sobre todo cuando abrazado al relicario que encierra el corazón transverberado, le oyeron decir: sólo al ver esta divina herida el pobre corazón humano se eleva a Dios y le bendice. ¡Qué tesoro posee Alba de Tormes!’ Y esto otro: Hay que volver, hay que volver a este pueblo. Es muy grande Santa Teresa y muy chico el rato que a su lado he estado.

Al retornar a Salamanca alguien le preguntó sus impresiones, limitándose a decir: Doy por bien empleado el frío que pasé en Medina por el buen rato que hoy he pasado en este pueblo tan mimado por una Santa de la grandeza de la reformadora del Carmelo.

¡Monseñor La Chiesa no pudo volver a Alba de Tormes!” (Ibid., p. 162).

Esta crónica interpreta los hechos (y hasta puede ser que los exagere) ya desde la óptica de la realidad de que aquel secretario de nunciatura ahora es el Papa. Cambia la perspectiva y los pequeños detalles y gestos adquieren un significado y luz distintos. Pero cuando se examina la crónica interna conventual de aquel viaje, aun siendo cierto el hecho de la amistad y afecto de Giacomo della Chiesa por las monjas, sin embargo percibimos que allí nunca viene mencionado, no tiene relieve su figura en aquellos días memorables, lo que tampoco quiere decir que no lo tuvieran presente, sino que el verdadera protagonista fue el Nuncio Rampolla. Así registra aquella visita a la clausura conventual (23.10.1886) la cronista anónima de la casa:

“… después de tomar un pequeño desayuno en nuestro locutorio, entraron en la clausura el señor Nuncio y los cinco señores obispos, y dos Padres nuestros; y cada prelado traía dos sacerdotes. Visitaron la celda de la Santa, el camarín alto que estaba adornado con lo mejor, y todas las arañas encendidas, causaba en los prelados y demás clero un respetuoso y santo recogimiento; estuvo el Sr. Nuncio arrodillado al pie del sepulcro de la Santa gran rato, encomendando a la Santa la Iglesia, y a su atribulado Pontífice León XIII, a quien dio parte de todo lo que había pasado en Alba. Bajaron enseguida al camarín bajo, que estaba igualmente adornado para obsequiar al representante del Padre santo. Estaban ya las santas reliquias expuestas en una mesa, cubierta de damasco verde, cerca de la ventana; allí se postró el señor Nuncio en un almohadón de terciopelo, y permaneció adorando las santas reliquias, y admirando la llaga o transverberación, y las misteriosas espinas del santo corazón, sin querer sentarse ni un momento, por más que se lo rogábamos. Pasaron también a visitar a la Dolorosa en su coro, y quedó encantado de tan hermosa imagen, encargándonos la visitásemos mucho, y dejó un rescripto concediendo cien días de indulgencias por rezarla una Salve. Salieron de la clausura, y acto continuo, de esta villa, regresando todos a Salamanca…” (Archivo MM. Carmelitas, D-I-162, fol. 12v).

No sólo el relato es mucho más austero, sino reciente y, por lo tanto, reducido a recoger lo esencial de los hechos. No hay contradicción con el relato anterior mucho posterior y, como decíamos, condicionado por la nueva situación de la elección papal recaída en aquel antiguo secretario de nunciatura.

El recibimiento en clausura y el trato de la comunidad de monjas carmelitas debió dejar una grata impresión en los visitantes. Tanto es así que la relación amistosa continuará por mucho tiempo, sobre todo mediante cartas y otros enlaces, de todo lo cual seguramente no nos debe haber llegado todo.

Pero, claro está, siempre el secretario en la sombra (hasta que llegó a ser Papa). Porque la relación de la comunidad oficial era sobre todo con el Nuncio.

Así en el archivo de Alba se conservan 9 cartas del cardenal Rampolla desde Roma, pero que están escritas a mano por Giacomo della Chiesa, su fiel secretario. Se ve que las monjas han sido fieles a la vieja amistad, le han felicitado las Navidades y, sobre todo, a ambos les han enviado su capellana anual, es decir, la asignación de una monja que recibía el encargo por año viejo de orar por una determinada persona. Veremos luego que el Papa Benedicto XV, que sabía de estas costumbres carmelitas, a un determinado momento exigirá a las monjas de Alba tener también su propia capellana.

¡Menuda suerte para la monja que le tocara ser la capellana del Papa, nada menos!

El tema de las cartas es de puro protocolo y agradecimiento, pero tienen el enorme valor de ser autógrafos del que luego será Benedicto XV (1914-1922). Me da la sensación que no están todas las cartas que llegaron al Carmelo de Alba (hay años vacíos por lo que toca a la capellana), se deben haber perdido otras por el descuido de no conservarlas en aquel momento.

Entre éstas quiero resaltar la concesión del Nuncio Rampolla, apenas salido de Alba (28.10.1886) de una indulgencia de 100 días a todo el que rezare ante la Dolorosa de Pedro Mena, imagen que le impresionó mucho; es una concesión manuscrita escrita por el futuro Benedicto XV (Archivo, E-43). De paso quiero añadir que, seguramente debido a esta contemplación de la imagen de Alba, se debe el hecho de que Rampolla (cuando era ya Secretario de Estado en el Vaticano) rogó a León XIII que destinase al convento y sepulcro de santa Teresa la imagen del Nazareno guatemalteco que había recibido en regalo, y que llegaría a Alba de Tormes en el año 1889. Algún día, si tengo tiempo y fuerzas, quisiera documentar el motivo y la presencia de esta imagen tan querida en nuestra villa.

Elegido Papa el 6 de noviembre de 1914 con el nombre de Benedicto XV, en pleno III centenario teresiano de la beatificación de santa Teresa y a punto de celebrar el IV del nacimiento, en Alba se recuerda todavía aquella visita acompañando al Nuncio Rampolla en el lejano 1886. A esto se debe el detalle de que las monjas carmelitas le envían una fotografía de la imagen de la Dolorosa de Pedro de Mena, de la cual se acusa recibo por medio de una carta de la Secretaría de Estado (1.12.1914: Archivo, E-62).

Hay una anécdota que revela cómo el Papa Benedicto XV no se ha olvidado de las monjas de Alba. La refiere el mismo José M. Bartolomé:

“La comunidad de Madres Carmelitas de Alba de Tormes tiene la santa costumbre de nombrar todos los años a una de sus religiosas capellana de ciertas personalidades en cuyo obsequio ofrece a diario muy fervientes oraciones. Al cardenal Rampolla le nombraron la suya. Se conoce que Benedicto XV no lo olvidó, puesto que al recibir en audiencia al P. Clemente, General de la Orden Carmelitana, le manifestó lo quejosillo que estaba porque a él no le habían nombrado la suya y la reclamó con paternal interés.

Desde entonces tiene el Sumo Pontífice en el convento de Alba su capellana (Tercer Centenario, p. 162).

Por eso, se entiende que durante el pontificado de este Papa, siempre que recibía a algún obispo y si sabía que éste viajaría a Alba, le encargaba especialmente bendijera a las monjas de su parte y sobre todo a la capellana del año (ibid.).

Este Papa tuvo un especial empeño en beatificar a la compañera y enfermera de santa Teresa, la beata Ana de San Bartolomé, en cuyos brazos murió la Santa en aquella celda de Alba de Tormes. Esto ocurrió el 6 de mayo de 1917. Cuando el General de la Orden, con motivo del consistorio en que se aprobó y anunció dicha beatificación, le dirigió unas palabras de agradecimiento (25.2.1917), el Papa respondió con otro discurso en el que recordaba sus vínculos con la Orden desde su juventud en Génova, y a un momento determinado, refirió esto: Mas, ¿cómo pasar en silencio un recuerdo que no deja de estar jamás presente a nuestro espíritu, y que hoy se torna más dulce y más suave: el recuerdo de la visita que Nos en los últimos días de nuestra permanencia en España, hicimos al monasterio de Alba de Tormes?... A pesar de que hace esto más de treinta años, Nos lo recordamos como si fuera ayer; recordamos las suaves emociones sentidas delante de la reliquia del corazón transverberado de santa Teresa. ¡Oh, qué corazón! Esa víscera manifiesta abiertamente que el espíritu de la insigne Reformadora del Carmelo vive y palpita todavía en medio del pueblo cristiano y toma parte en nuestras alegrías y en nuestros dolores. Parécenos que esa preciosa reliquia va a estar muy pronto rodeada de flores del Carmelo, que atestigüen por doquiera el gozo de la santa Madre al verse rodeada de santos, entre los cuales vamos a ver muy pronto aquella su compañera fiel, Ana de San Bartolomé, quien muy luego recibirá los honores de los bienaventurados. Las hijas de santa Teresa que, por interesarnos en bien de su Orden, tantas veces nos pidieron el ir a visitar el sepulcro de su santa Madre, ¿no se unirán hoy a Nos y a todos los hijos de la Reforma Carmelitana para dar gracias al Señor por haberse servido de nuestra humilde Persona para acelerar los honores de los altares a una de sus hermanas?... (Ibid., p. 246).

No se pase de largo sobre la referencia a la reliquia del corazón como si fuera aquello que más le impresionó de su visita a Alba de Tormes, ya recordado por el otro cronista, porque en este mismo año de 1917 las monjas de Alba le van a solicitar una gracia litúrgica especial (seguramente aprovechando el momento favorable de la beatificación de Ana de San Bartolomé), y fue la de celebrar en Alba con mayor grado y solemnidad la Transverberación de Santa Teresa. Y lo consiguieron. Un testigo presencial, el fraile carmelita Florencio del Niño Jesús (1877-1939), natural de Santiago de la Puebla (Salamanca), que estaba por aquellos años en Roma, recuerda esta anécdota que nosotros ahora podemos bien documentar:

“Un día escribieron las Carmelitas de Alba a Su Santidad pidiéndole que las concediese directamente la gracia de poder rezar y celebrar la Transverberación del Corazón de la Santa con oficio doble de primera clase, pues en toda la Orden no es sino de segunda clase. La súplica venía un poco larga y cargada de muy buenas razones. El Papa no necesitaba ni la mitad para conceder la gracia pedida. Cuando nuestro Padre Procurador General presentó el pliego suplicante, el Papa lo leyó sonriéndose, cogió la pluma y escribió la concesión de su puño y letra, hasta que llenó el papel. Después dijo a nuestro Padre: Diga a las monjitas de Alba que no me puedo extender más por no haberme dejado más espacio. ¡Si ellas lo hubieran sabido!... (Ibid., p. 247).

Tal folio y petición con la concesión autógrafa del Papa se conserva en el archivo de las carmelitas de Alba (signatura E-65), y su lectura nos ayuda a precisar más el dato. Fue una petición en toda regla, formal, que las monjas, con picardía, en lugar de cursarla por la vía normal recurriendo a la Congregación de Ritos, el dicasterio vaticano encargado de estos asuntos, acudieron directamente al Papa (quizás por alguna experiencia anterior negativa), y lo solicitaron por medio de quien en la Orden era el destinado a presentar las peticiones a la Santa Sede, el Procurador general.

En el documento (seguro que las ayudaron a redactarlo), las monjas razonan así su petición de un mayor grado litúrgico para la celebración anual de la Transverberación: Esperamos conseguir esta gracia de la benignidad de Vuestra Santidad, y como un recuerdo de su Pontificado y un testimonio del amor de Vuestra Santidad a nuestra Madre santa Teresa, cuyo corazón veneró cuando tuvimos la dicha de conocer a Vuestra Santidad en esta santa casa. Es decir, recurrieron al argumento irrefutable de su visita y amor a la casa, la devoción que demostró hacia la reliquia del corazón, no a unas razones litúrgicas serias.

El Papa se dejó llevar de la emoción y del recuerdo de aquella visita a Alba y de la contemplación de la reliquia, y así –efectivamente- estampó de su misma mano y letra, y en español, la concesión litúrgica según los términos y deseos de las monjas, que dice textualmente:

“4 de Junio de 1917. Concedemos que en el monasterio y en la iglesia de Carmelitas de Alba de Tormes la fiesta de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús se celebre de primera clase. Benedictus PP. XV”.

En realidad si se examinamos el texto original (un pliego) y el ángulo derecho donde el Papa estampa sus palabras, no hubo tal profusión de escritura por parte de las monjas, como anotaba el P. Florencio. Es lo esencial, exagera el cronista. Eso habría que interpretarlo más bien como un comentario jocoso del Papa, una battuta pontificia, que se dice en italiano.

Todavía podemos recordar un detalle teresiano que da fe de su preparación cultural, y es que cuando Silverio de Santa Teresa (1878-1954) emprende la edición crítica de las obras de Santa Teresa y le envía el volumen 1º (Burgos 1915), el Papa responde con una carta latina laudatoria muy a su favor (8.6.1915) porque se daba cuenta del valor científico que tenía esta empresa (verla en el vol. 2 de la Biblioteca Mística Carmelitana, Burgos 1915, pp. vii-ix; o en la revista Monte Carmelo 17 [1915] pp. 66-67).

Finalmente, cuando se prepara la celebración del III centenario de la canonización de Santa Teresa, el Papa expresa públicamente su deseo de participar desde Roma en esta efemérides ya en el discurso navideño a los cardenales (24.12.1921), y hasta preparaba una carta. De hecho el boletín oficial del centenario, en su portada principal, se abre con una composición gráfica en la que el Papa Benedicto XV ocupa el centro, puesto que ya había dado las disposiciones necesarias a través de la secretaría de Estado en lo relativo a las indulgencias para los lugares santos teresianos de Ávila y Alba (6.3.1921), pero la muerte a causa de una neumonía (22.1.1922) le impidió llevar a cabo sus propósitos.

Este repaso histórico nos ha permitido constatar que Benedicto XV (del que precisamente tomó el nombre el papa alemán Benedicto XVI, Ratzinger, 2005-2013), ha estado ligado a Alba de Tormes por tantas razones. Además de lo anecdótico que pueda resultar el que durmiera en la villa durante dos noches, lo importante es que ha mantenido siempre una relación cordial a través del convento de las carmelitas, que ésta se puede documentar, y que podemos afirmar le causó una impresión muy grata la visita al sepulcro de santa Teresa y de sus reliquias insignes (imaginemos cómo estaría la villa en el lejano 1886 en cuanto a calles, casas…). Ya entonces nuestros antepasados, comenzando por las monjas, percibieron el significado histórico de aquel viajero y peregrino que terminó siendo Papa (1914-1922) y que nunca se olvidó del lugar de la muerte de santa Teresa.