Viernes, 26 de abril de 2024
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Buenos días, pobreza
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Buenos días, pobreza

Actualizado 24/01/2022 07:30
Concha Torres

Las mañanas sin lluvia recorro a pie los dos kilómetros que me separan de mi puesto de trabajo. Nada más cruzar mi avenida, allí esta él, con su grotesco disfraz compuesto de falda de tul rosa sobre un pantalón de deporte. No son ni las nueve y ya se está bebiendo una cerveza de marca blanca con otra al lado esperando su turno; increpa a los viandantes y despide el olor ácido del alcohol a destiempo mezclado con tabaco y quién sabe qué otras cosas; siempre cruzo de acera antes de llegar a su altura, a esas horas tempranas no estoy para mucha empatía, lo reconozco. En esa acera de en frente, cien metros más adelante, el señor (¿o quizás es un joven?) que duerme en el cajero automático está recogiendo su cama; es el único cajero automático que nos han dejado en medio kilómetro a la redonda y que muy pocos vecinos frecuentan, probablemente por haberse convertido en un dormitorio; cosas del invierno y de las noches a bajo cero que soportan los que viven recogidos en la calle.

Cruzo un parque donde los perros socializan entre ellos mientras sus dueños, cada uno por su lado, no levantan la vista del móvil. Una pandilla de alegres jubilados practica el Tai Chi con banda sonora y todo; verlos aparecer entre la niebla, ejecutando sus movimientos a cámara lenta, sin perder la concentración ni el equilibrio que a mí me falta, tiene algo de hipnótico. Algún vigoréxico madrugador da sus últimas zancadas antes de empezar a ser empleado, como somos casi todos y, sorprendentemente, en una diagonal de un kilómetro repleta de árboles y de estatuas con derecho a pedestal escalonado, nadie ha decidido hacer allí campamento nocturno.

Me voy acercando a mi edificio porque ya veo de lejos a una madre gitana y su bebé instalados donde acostumbran, y donde acostumbramos a no mirarlos los que pasamos todos los días. En la rotonda de todas las banderas posibles, jóvenes ejecutivos cruzan apresurados en todas las direcciones; van pertrechados con un café de esos que sirven por las ventanas y que hay que pedir cogiendo carrerilla porque tienen muchas palabras italianas y, generalmente, poco café. Los vasos que van dejando desperdigados en sus prisas tienen una segunda vida en manos de los que los reciclan, no para hacerle un favor al planeta sino para pedir limosna…Limosna, sí, esa palabra viejuna, pero que aún tiene recorrido porque no hay otra más moderna que explique igual de bien en qué consiste. De la boca del metro salen continuamente pares de orejas abrigadas con auriculares que no escuchan la melodía de violín desafinado que toca “Ojos negros” en bucle, con más notas de las necesarias y con el mismo ímpetu que si la audiencia, en vez de subir las escaleras mecánicas sin pararse ni dos segundos, estuviera pendiente del final de la pieza para arrancarse a aplaudir. La falta de monedas en los monederos desde que empezó la pandemia está dejando a los músicos callejeros sin jornal, que en algunos casos (no en este) es muy merecido.

Esa rotonda con tráfico permanente, también tiene su propio tráfico de mendigos que se disputan los chaflanes de los enormes edificios donde se construye Europa y de donde, varias veces al día, son desalojados por los guardias de seguridad en un ten con ten donde al caer la tarde suelen ganar los mendigos, mucho más tenaces en lo suyo, sin duda. En esos edificios grandes de mil ventanas donde ahora hay kilómetros de pasillos con oficinas vacías por mor del maldito teletrabajo, me creerán o no, pero también se pelea cada día para alejar del “riesgo de exclusión social” a los ciudadanos, que es la fórmula políticamente correcta de llamar a la pobreza. Pero visto lo visto, está claro que la exclusión social también nos ha ganado la partida y se llama miseria, con todas sus letras; y a veces hambre, también con todas las suyas.

El día tiene aún muchas horas por delante, pero la primera conclusión de la mañana, en lo que tomo asiento en mi confortable puesto de trabajo (que no es mi casa, también puesto de trabajo desde hace dos años) con calefacción, en una silla normal, con una mesa normal, e incluso con algún que otro buen rato que está por llegar, es que los parias de la tierra ya están levantados, sí; y además, desgraciadamente, continúan siendo famélica legión. Por mucho que esta canción se haya pasado de moda y que todos los demás hayamos desarrollado una enorme capacidad de mirar para otro lado.

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