Viernes, 29 de marzo de 2024
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La Ciencia, esa amiga
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La Ciencia, esa amiga

Actualizado 19/01/2022 08:12
Antonio Matilla

Es lo malo que tienen los titulares, que te retratan desde el principio. Pues sí, soy amigo de la Ciencia y creo que la Ciencia es mi amiga, aunque tal vez valdría decir que hay algunos científicos, más bien muchos, que son mis amigos y por ellos y ellas siento admiración, y por otros a los que no conozco personalmente, pero que están ahí y de cuyas investigaciones y logros disfruto y me beneficio en casi todos los aspectos de mi vida.

Esta admiración se me ha acentuado durante la pandemia y no porque hayan conseguido milagros, que en la Ciencia no los hay, sino casualidades y, sobre todo, esfuerzo e inteligencia que dan ocasión a que ocurra algo similar a lo que confesaba en el ámbito de las Bellas Artes Pablo Picasso: “cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”, solo que con distinto método, el método científico y el de cada una de sus disciplinas. Y así, por ejemplo, no ha sido un milagro la secuenciación del ADN del Sars-Cov 2, sino que ya estaba preparado desde hace años por el profundo conocimiento obtenido en el estudio de otros coronavirus. Tampoco las múltiples vacunas han aparecido o aparecerán en los próximos meses “de milagro”, sino que se han apoyado en esos estudios anteriores.

Todos estamos un poco confusos con este coronavirus y no nos explicamos por qué personas vacunadas se vuelven a reinfectar, por qué para esta variante ómicron parece que no basta con la mascarilla quirúrgica, sino que es conveniente más protección, etc…Es probable que esa confusión esté provocada por nuestra falta de paciencia –virtud muy necesaria en un científico- y por la ansiedad generada por el peligro, más o menos remoto, pero real de infección. La incertidumbre genera ansiedad y ésta es difícil de controlar, lo que, unido a la falta de cultura científica, está provocando movientos de negación de la existencia de la misma epidemia y de la eficacia de las vacunas, lo que está llevan a muchos a no vacunarse y a defender esa postura como una manifestación de la libertad.

Y es que la pandemia ha propiciado tanto la aparición de las virtudes ciudadanas –solidaridad, responsabilidad, empatía, etc…- como de los defectos –individualismo, obstinación, rechazo de la evidencia del peligro de enfermar e incluso de morir-, como si no hubieran fallecido por Covid-19 y con Covid-19 millones de personas a nuestro alrededor, algunas de ellas muy cercanas y muy queridas por cada uno de nosotros.

Estos defectos cívicos creo que tienen su origen en diversas fuentes, que voy a intentar enumerar, sin ser por ello exhaustivo:

La opinión: vivimos en una sociedad democrática basada en la opinión, cosa legítima e incluso conveniente cuando se trata de cuestiones discutidas, pero que no sirve cuando uno tiene que enfrentarse con la verdad de las cosas. A este respecto ya decían los antiguos que “la opinión no hace ciencia”, y menos cuando la opinión no está argumentada ni basada en conclusiones científicas, aunque estas sean provisionales

La ideología: es una opinión que pretende dar explicación a toda la realidad, cuando en la práctica a lo más que llega es a explicar algún pequeño matiz de la misma, o que se basa en evidencias superficiales. Desde la ermita de mi pueblo, que domina una gran planicie, yo puedo pensar que la tierra es plana, pero estaré totalmente equivocado si creo que el Sol se pone tras la planicie, porque en Nueva Zelanda, al mismo tiempo, el mismo Sol está saliendo tras la aparente planicie curva del mar. ¿Por qué esa curvatura, fácilmente perceptible, no les lleva a dudar de su ideología?

La prisa, los atajos: la prisa y la eficacia inmediata es un paradigma de nuestra época, consecuencia de las revoluciones industriales y tecnológicas, que se nos ha anclado en el alma y a muchos les lleva a rechazar la paciencia del científico para obtener resultados inmediatos que acaban destruyéndonos totalmente, como es el hecho de ingerir lejía, que mata todos los virus, o acudir a terapias más o menos alternativas y milagrosas que prometen todo y no dan nada porque no respetan el consenso de los científicos ni el ritmo de la Biología, que es el de la vida.

La religión mal entendida: si pensamos que la Biblia, u otro libro religioso cualquiera, es La Verdad al pie de la letra, nos estaremos ahorrando “el esfuerzo del concepto”, del que hablaba Hegel y extraeremos conclusiones profundamente equivocadas, si no hacemos una lectura necesariamente interpretativa y, por lo tanto, científica, del contenido de ese libro religioso. La lectura teológica tiene unas normas muy estrictas que hay que intentar respetar si no queremos equivocarnos de la a a la zeta. Esa lectura equivocada, muy característica de las sectas, nos lleva, por ejemplo, a la idolatría –considerar dioses lo que son fuerzas de la naturaleza, por ejemplo, los sentimientos- o a adjudicar a Dios, de un plumazo, todos los males, sin contar con que mi libertad mal ejercida –o la del prójimo- está azuzando esos males a mi alrededor. Ejemplos hay en la historia humana para aburrir.

El ateísmo militante: que le corta las plumas religiosas al ala de la razón y avería los estabilizadores de su vuelo, pues razón y ciencia nacieron en el mismo corral, que diga Claustro –como puede comprobarse claramente, piedra a piedra, en el Claustro de nuestra Catedral Vieja- y, aunque se hayan enfrentado muchas veces, tienen el mismo genoma original, lo que no obsta para que sean y se comporten –Ciencia y Fe- igual que los miembros de una familia, distintos, claramente distintos entre sí, más no distantes, sino amorosamente cercanos. De manera que, aunque un hermano mío quisiera renegar de mi familia, yo no estoy obligado a aceptar esa ruptura; es más, estoy moralmente obligado a recomponerla.

A mí no me ha ido mal con la Ciencia, tanto en el ámbito social, como profesional, como y, sobre todo, en la salud, pues algunos científicos, con sus descubrimientos y la aplicación de sus protocolos, me mantienen vivo y me permiten continuar ejerciendo mi vocación. Me entristece el desprecio y la manipulación que se hace a la Ciencia y a los científicos. Quien a mis amigos desprecia y manipula, a mí me manipula y desprecia.

Antonio Matilla, sacerdote católico.

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