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Ante el Misterio
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Ante el Misterio

Actualizado 19/01/2022 08:09

”Dios mío, líbrame de mi Dios”

MAESTRO ECKHART

Dios es misterio, por mucho que se le quiera iluminar, nunca la razón lo podrá abarcar en su totalidad. Todo Misterio siempre será objeto de fe. El Misterio siempre nos transciende y nos supera, solo queremos pensar en alto, crear un diálogo entre la razón y el corazón. Intentar esclarecer el Misterio, no significa dominarlo, solo caminar desde el silencio, el intelecto y los sentidos, para abrir el “tercer ojo” (oculus carnis, oculus rationis, oculus fidei). Con él podremos llegar a esa realidad que nos trasciende, sin negar lo que captan la inteligencia y los sentidos. No es una inteligencia emocional, sino una inteligencia espiritual que piensa desde la fe, en oración y en contemplación, toda ciencia transcendiendo.

El insondable misterio de Dios, siempre se ha sometido a mediaciones, unas afortunadas, otras muy distorsionadas de la realidad, que han hecho sufrir. Alguna de ellas todavía queda viva en ciertos grupos religiosos que no han desenmascarado los falsos dioses, provocando ataduras, prácticas religiosas alienantes y figuras opresoras de Dios. Esas imágenes de Dios son creadas por el propio hombre, muchas de ellas se han creado en el pasado y con formas desiguales y opresoras, que han sido trasmitidas de padres a hijos o por medio de ciertos ambientes culturales y religiosos.

Debemos ser conscientes que, nuestras imágenes de Dios nacen de nuestras interpretaciones acerca de Dios o, frecuentemente, de interpretaciones de otros, o de interpretaciones de otra época histórica, que no fue consciente de sus limitaciones, que nos llegan y asumimos sin mucha o ninguna reflexión. Se nos olvida muy a menudo, que la Biblia, los Evangelios, el Corán, las Upanishads, etc., son libros donde Dios habla a los hombres con palabras humanas. Debemos cambiar esas imágenes falsas por otras de misericordia y de vida, dejar a Dios ser Dios y respetar el Misterio, sabiendo que todo lo que digamos son aproximaciones siempre limitadas. Pero también, teniendo en cuenta, que el hombre es un ser religioso, un rasgo constitutivo del ser persona es el encuentro del hombre con el Misterio.

Una imagen todavía muy metida en los tuétanos es la idea de un Dios Providencialista. Es aquella que afirma que todo lo que ocurre en el mundo lo ha querido Dios, desde una enfermedad, hasta una catástrofe natural, desde la pandemia que estamos viviendo, o bien ganar un partido de futbol o encontrar trabajo. En esta visión, nada escaparía al control o acción de Dios, interviene de manera directa, universal y total. Así todo sucede porque Dios quiere, con lo que la consecuencia es el determinismo y el fatalismo. Además, es una visión que educa en la resignación, y también en la evasión de la realidad.

Una de las consecuencias más lacerantes de esta visión, es la de vivir una religiosidad tranquilizadora de la conciencia, pero a la vez velar las realidades económicas, sociales y políticas como la pobreza y el hambre, velando las realidades injustas. Este Dios providencialista y “tapa-agujeros” es una visión incompatible con la visión moderna del hombre y de la religiosidad, además es un recurso de encubrimiento y legitimación de una realidad que es necesario ser cambiada.

Surge como una visión de occidente que absolutizó la razón. Hay está la grandilocuente concepción hegeliana, identificando la razón y el Espíritu, con la providencia divina para realizar ese reino de Dios aquí en este mundo. Estas formas de entender a Dios y su providencia, fueron denunciadas por el filósofo francés Paul Ricoeur, a través de lo que el llamó los "maestros de la sospecha": Marx, Nietzsche y Freud. Encontrando en su pensamiento novedades que permitían "arrancar las máscaras" de ese dios que nos autofabricamos, señalando su capacidad para revelar los significados ocultos tras la insuficiencia de la noción moderna de "sujeto". Se intenta sustituir a Dios por otras realidades, e intenta hacer de estas el tribunal supremo, desde donde se juzga la vida del hombre.

El Dios de los profetas, el Dios de Jesús, no presenta esa imagen, todo lo contrario. Con lo que debemos limpiar el polvo residual de ciertas imágenes que nos llevan a un Dios enemigo de la libertad humana y no al Dios vivo que es amor y misericordia. Es cierto que siempre debemos hablar de Dios como balbuciendo, como nos recordaba Santo Tomás, pero siempre de forma luminosa y acudiendo al fundamento, que son los textos bíblicos. Estos nos presentan a un Dios que es amor activo, que no tiene reserva ni exclusiones, ni límites, ni fronteras. Jesús de Nazaret es la imagen del amor y la misericordia del Padre, con sus gestos y su persona revela el amor y la misericordia de Dios.

El creyente que pone a Dios en el centro de su vida, no es una creencia infantil en una providencia total. El Dios de Jesús no anula la libertad humana, ni le quita responsabilidad ante el hermano o el mundo. El fin de la religiosidad es el bien del ser humano. El Dios de Jesús se presenta cercano a los necesitados y pecadores sin importarle su condición. Un Dios que se abaja y se empobrece para enriquecer al hombre.

Aquí estamos dando vueltas, con un Dios que se toma en serio al hombre. Un Dios que respeta el silencio de la Cruz, que no intervino milagrosamente para bajar a Jesús con sus legiones de ángeles. No es un Dios tapa-agujeros que arregla a golpe de milagros los problemas humanos, sino que es el Dios que se detiene siempre ante la libertad de sus criaturas, limitando así voluntariamente su omnipotencia. Un Dios que quiere que participe el hombre de su proyecto de vida, para ello sigue un camino más lento, tiene paciencia, ya que es la forma de respetar nuestra dignidad.

No se puede poner a Dios a la altura de las cosas. Está a otro nivel. Es la fuerza de toda fuerza, el dinamismo de todo dinamismo. Dios, actúa de manera indirecta. Dios es una realidad transcendente, diferente. Pero a la vez cercana, como nos recordaba Juan, Dios es amor. Después de dar vueltas con el Misterio, no tengo más remedio que volver al silencio. Es una realidad que solo puede ser palpada en la noche oscura del alma, por la ausencia, que es a la vez presencia.

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