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A la cola del frío
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A la cola del frío

Actualizado 17/01/2022 14:32
Charo Alonso

A mí la barra del bar, que no del pan, me ha enseñado mucho, y lo reconozco a la cola de los churros en una mañana de frio punzante y luminoso, presagio de mediodía feliz al sol que más calienta en la terracita robada al cacho de la calle. Vaya frío que hace. Es lo que toca. La helada que ha caído hoy.

-¡Que pones el café hirviendo, joder!

-Yo como la madre que sabes que tiene frío porque arropa al niño. Sopla, coño y deja de quejarte.

Es la confianza que se moja en la taza y el chupito de aguardiente de los madrugadores, transparente y estimulante. A la cola de los churros uno se entera de los grados que había esta mañana en el campo y hasta del resultado de lo del tenista este que no se ha vacunado y pasa de todo en Australia. Curiosamente, los parroquianos de la cola de mi barrio, obvian la política mientras esperan, el aliento helado detrás de la mascarilla, las gafas empañadas. A mí la barra del bar, la cola del pan y la espera en las antesalas de los médicos, me han enseñado más que los cursos esos de profesores donde siempre me dicen lo mismo y de los salgo igual de ignorante.

-A esta no le cuentes nada, que todo lo apunta.

En el bar del tabernero mío de mi último pueblo, tenía fama yo de cucharona impenitente, porque a mi amigo se le escapó un día que había puesto en la columna alguna de las joyas de mis abueletes de berrocal y paciencia montañosa. Esos que, a fin de mes, dejaban de ir al bar a tomarse el chato de vino porque se había acabado la pensión con la que vivían hijos y nietos. Esos que luego competían entre sí para enseñarme las expresiones que me eran más desconocidas.

-Es más bruto que la pila un pozo.

En la cola del frío, me acuerdo de aquellas mañanas heladoras de la sierra de Gredos, estribaciones nevadas y luminosas que he cambiado por los tejados escarchados, la periferia de la ciudad provinciana. Y pienso, ya no en mis vejetes de café y chato, sino en los niños enfundados en ropa, dejando atrás gorros, bufandas, guantes y orejeras camino al columpio helado. Pienso en los bebés convertidos en una estrella de mar de buzo, la sillita convertida en un capullo contra el frío. Abriga bien al niño, que se pilla lo que no le hace falta, decían las madres para, acto seguido reclamarte que ibas a ahogar a la criatura con tanta ropa. Una nunca sabía si dejarle como en los tiempos de posguerra, las piernecitas al aire o vendarle cual momia. Es el frío de enero y la cola que habla a despecho de los silencios pandémicos, los móviles que nos tronchan el cuello, el citadino aislamiento. Y el del café caliente se lo bebe mientras ríe y los demás, mojamos la mañana en la gracia de los rituales de siempre, pasando las páginas de los días.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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