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El lío de las cabalgatas
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El lío de las cabalgatas

Actualizado 10/01/2022 09:07
María Jesús Sánchez Oliva

A estas alturas, los Reyes Magos, ya deberían estar en Oriente, felices por el deber cumplido y poniendo en marcha las fábricas reales para empezar a fabricar juguetes, pero este año han tenido que trabajar tanto que han tenido que retrasar el viaje de vuelta para recuperar fuerzas y todavía no han llegado.

Este año, por las consecuencias del virus , les costó organizar el viaje más que el año pasado incluso. Para empezar, no pudieron enviar los juguetes por adelantado, muchos de los comerciantes que habitualmente les prestaban sus locales hasta que los recogieran al llegar, les comunicaron que este año no contaran con su ayuda, que por ser más los gastos que los ingresos, habían tenido que cerrar sus negocios, y tuvieron que traerlos ellos mismos. Esto les obligó a tener que salir antes de lo previsto pues con tantos juguetes y caramelos a cuestas los camellos tenían que parar de vez en cuando para descansar. Por otro lado, recibieron menos cartas que otros años. Extrañados le preguntaron al cartero real y esta fue la respuesta: “Escribir la carta, la han escrito todos, pero como el virus ha dejado a muchos padres sin trabajo algunos la echaron al buzón sin sello real y no han podido llegar a mis manos”. Y para impedir que los niños afectados se acostaran ilusionados y se levantaran sin encontrar sus regalos, tuvieron que contactar con todos los ayuntamientos para que los respectivos alcaldes les informaran de sus direcciones, de sus nombres y de sus deseos. A estos trajines se les añadió un gran disgusto: las autoridades sanitarias les comunicaron que habían tenido que empezar a vacunar también a los niños, porque el virus, que no se atrevía con ellos cuando la pandemia estaba en pleno apogeo, ahora tenía a unos contagiados, y a otros, hospitalizados, y como tenían que visitar más hospitales que de costumbre, más que correr, tuvieron que volar para ganarle tiempo al tiempo pues el día nunca espera a que acaben de recorrer las casas. Pero lo peor estaba por llegar.

La víspera de la mágica noche y a pesar de tantos contratiempos llegaron puntuales a la cita del encuentro anhelado a partes iguales y dispuestos a recorrer simultáneamente todos los pueblos y ciudades. Salvo que todos tenían que moverse con mascarilla, desconocían más prohibiciones, pero nada más ponerse en marcha las carrozas surgió el problema: el Gobierno central había dejado el asunto en manos de los Gobiernos autonómicos, y de diecisiete gobiernos surgieron diecisiete leyes distintas unas de otras. En unos lugares podían tirar caramelos; en otros, no. En unas calles podían quedarse todos los que cupieran; en otras, no. Cambiaron los recorridos habituales, en unos sitios los hicieron más largos, en otros sitios los hicieron más cortos… y en algunos hasta se suspendieron las cabalgatas. Ninguno de los tres reyes salía de su asombro. ¿Cómo era posible que lo que en unos sitios era riesgo de contagio en otros no? ¿En qué cabeza cabía que el virus se paseara por unas calles y por otras no? ¿En qué demonios se basaban para determinar que las cabalgatas suponían un peligro en unos sitios y en otros no…? Ni cuando la República del 31 tuvieron que enfrentarse a este lío de cabalgatas. “Aquí no entran ya más reyes que los Reyes Magos”, dijeron, tanto gobernantes como ciudadanos, cuando vieron embarcar al rey Alfonso XIII camino del exilio, y fue la única vez en la que los españoles estuvieron de acuerdo en algo, que antes y después, ni en el fútbol, aunque sean socios del mismo equipo. Y para colmo de trabas, las familias españolas, están tan alarmadas con las escandalosas subidas de la luz, que en lugar de lámparas encendidas, les dejaron tres velas y tres cerillas para encenderlas, y poco menos que a tientas tuvieron que escalar balcones y ventanas para dejar cada regalo en su zapato, por lo que acabaron más muertos que vivos, y en lugar de emprender el viaje de vuelta como de costumbre, tuvieron que aplazarlo unos días para recuperar fuerzas y todavía no han llegado.

Menos mal que son magos, porque si fueran humanos, está claro: se quedarían en su palacio tranquilamente y no volverían a aparecer por aquí.

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