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Ahora pasemos a una pregunta inevitable
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Ahora pasemos a una pregunta inevitable

Actualizado 08/01/2022 09:19
Juan Ángel Torres Rechy

Si tú pudieras salir a caminar, le pregunté a una persona querida confinada en casa debido a naturales motivos de la edad y la salud, qué harías. Ella me respondió que caminar y ver departamentos (se refería a tiendas departamentales, para ver ropa). Yo creo que toda persona, con el descanso proporcionado por tener la conciencia tranquila, en más de una ocasión se ha planteado la pregunta similar de qué haría si dispusiera de los recursos del tiempo y el espacio abiertos para tal fin. Hablo en este caso de las personas con la conciencia tranquila, pues quienes no la tienen no disponen de la posibilidad de esta idea en la concepción de sus corazones. Y la respuesta a esa pregunta, me parece, abogaría por una virtualidad transparente y pública, manifiesta, fecunda no solo para el sujeto de la respuesta, sino para los demás también, pues como sabemos si bien nosotros somos seres individuales y sujetos al derecho a una vida privada e íntima, el efecto de nuestro quehacer, del tipo que sea, no deja de impactar de un modo u otro en nuestros seres más cercanos y en la sociedad.

Hay quienes llevando este planteamiento hasta una dimensión fantástica dicen que les gustaría volar, o ser invisibles, o ser mayores de edad por un efecto mágico del tiempo. Lo de ser invisible, yo creo que todos lo podemos entender, se origina en la causa del deseo de ver sin ser visto, de atestiguar esas cosas que no podríamos atestiguar de otro modo. Lo del vuelo, pues bien, eso en ocasiones lo tenemos conseguido en sueños donde nos vemos a nosotros mismos flotar por encima de la ciudad. En otro sentido, hablando de recursos materiales, algunos individuos se decantan por el gusto de disponer de mucho dinero, de otros bienes materiales, o por el gusto de la fama. Ser reconocidos con honores fáciles se cree que puede suplir vacíos que solo se llenan con la diligencia de una labor paciente y disciplinada. Pero todo esto, como podemos notarlo fácilmente, lucen como complementos para un ser necesitado de algo, incompleto. Suplen lo que no se ha adquirido de una manera ordenada o biológica. Con la excepción del objeto vuelo, la invisibilidad o la mayoría de edad forzadas nos llevan a reemplazar desarrollos graduales de la persona, o capacidades orgánicas, biológicas, por una ficción irreal. Dejé el vuelo aparte por considerarlo una expresión normal de la imaginación y de la necesidad de aventura.

Tal vez un ejemplo sencillo del planteamiento inicial de mirar qué haríamos si dispusiéramos de la oferta de la vida para llevarlo a cabo lo encontraríamos en el Quijote. En un momento de la novela, Sancho Panza le pregunta a su caballero si no gustaría mejor de ser ahora pastores, «quizá tras de una mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver.» Otro ejemplo lo tendríamos en la poesía castellana de un siglo anterior, cuando San Juan de la Cruz escribe: «¡Oh cristalina fuente, / si en esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibujados! // ¡Apártalos, Amado, / que voy de vuelo!» (en el espacio, o en el silencio, entre la primera y la segunda estrofa, separadas por una barra doble, //, aparecen los ojos deseados del Amado). Un ejemplo más podría ser el de Borges en su cuento homónimo Borges y yo, cuando el Borges de la terna de profesores, de los diccionarios biográficos, de la literatura, inventa al Borges de los paseos por Buenos Aires, demorados en la contemplación, o el recuerdo, de las formas de las casas y edificios, al Borges del gusto por los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, etc. O, para poner un punto final a nuestra enumeración, probablemente no quedaría fuera de lugar la cita de Fernando Pessoa y su heterónimo Alberto Caeiro.

Ahora pasemos a una pregunta inevitable. ¿Yo qué haría si pudiera hacerlo?... Si dispusiera del pincel pobre de Van Gogh qué pintaría, si estuviera entre mis dedos la música de Beethoven qué compondría, si mi brazo tuviera la fuerza del de Alejandro Magno, adónde iría… Qué haría si pudiera hacerlo… Haría esto mismo, lo de ahora. Sentarme en la austeridad de mi silla de madera, de mi escritorio de madera, coger el bolígrafo y redactar una columna como la presente, sin el virtuosismo de los autores premiados, ni sin la paga de los columnistas invitados a otros periódicos dirigidos por magnates de los medios de comunicación. Como ahora, escucharía el rumor opaco de la gente al otro lado de la ventana, caminando de regreso rumbo a sus hogares. Vería el hermoso tocado en el cabello de aquella mujer no tan mayor llevando en su brazo la compra para la cena de su familia. Me sonreiría con el simpático gesto de ese cachorro que justo ahora se ha detenido frente a mí y ha parecido hacerme una señal. Llevaría el vaso de agua de mi escritorio a mis labios, para sentir, como lo dice Borges en su poema Las causas, «la frescura del agua en la garganta / de Adán». Perdería unos minutos para ver de nuevo los cuadros colgados sobre mi cama desde siempre. Pensaría en el rayo de sol de Maiacovski cuando escribió en su poema Adolescente «A mí, pues / me enseñaron a amar en la cárcel. / ¿Qué vale comparado con esto, / la tristeza del bosque de Boulogne? / ¿Qué vale comparado con esto, / los suspiros ante un paisaje de mar? / Yo, pues, / me enamoré de la ventanilla de la cámara 103, / de la “oficina de pompas fúnebres”. / Hay gente que mira al sol todos los días / y se enorgullece. / “No valen mucho sus rayos” —dicen. / Pero yo, / entonces, / por un rayito de sol amarillo, / reflejado sobre mi pared, / hubiera dado todo un mundo.»

Xalapa, Veracruz, 8 de enero de 2022

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