Tragedia en París

Me he sentado al teclado del ordenador con la intención de elaborar mi próxima columna, pero hay algo que me incomoda y no puedo centrarme. Una y otra vez, vienen a mi mente las imágenes ofrecidas por los medios sobre los atentados de París.

Todos vocalizamos en estos momentos la palabra terror, como si ya no hubiera lugar para la esperanza. Me gustaría que se tratara de una película; de una ficción, de las muchas que se recrean en el cine. Pero, ¡no! Desgraciadamente, es cierto. Muertos, y más muertos; cadáveres de gente joven. Personas a las que la fatalidad situó en lugares que no pudieron evitar, porque la muerte se les sirvió a domicilio.

He oído en varios medios que, tales conductas, son estrategias de guerra de quienes no tienen otro ideario que sembrar el terror para destruir el orden de Occidente. Quizá tengamos que utilizar la inteligencia para convencernos que, a través de las armas, nunca se consiguió la paz. Son necesarias otras tácticas; nuevas vías de entendimiento. Vivimos en un mundo globalizado donde no es posible filtrar el peligro como si de impurezas se tratara.

No valen los métodos de ayer. El resultado de las guerras que nos precedieron invalidan las formas aplicadas para conquistar la paz. Ninguna de las partes ganó en las contiendas. Quedaron demasiadas cuentas sin saldar. Esas diferencias, solo necesitan ser abonadas con desigualdades sociales, y fortalecidas con doctrinas que ofrecen la gloria a cambio de la vida. Con estos dos componentes, retoñará la violencia en todas sus variantes.

No será posible la paz, si ignoramos que, una parte de la población mundial, se hunde en la miseria. Hasta el punto de despreciar la vida. Su existencia se ha convertido en una lucha diaria por sobrevivir.

Nuevas vías de entendimiento han de abrirse. Es posible que tengamos que ceder en algunos de nuestros privilegios en aras de la seguridad. Pero, mejor sería, compartir voluntariamente los recursos, para socorrer, en sus propios países, a quienes se ven obligados a huir de la miseria. Ni siquiera en una causa tan justa se ponen de acuerdo los socios europeos. Demasiado egoísmo pulula en el ambiente.

Es hora de la diplomacia a gran escala para neutralizar en terror. Todos los discursos han de ser escuchados. Pues, vivimos tiempos de desconcierto, difícilmente comparables a los de otras épocas. Es imprevisible lo que pueda ocurrir en el futuro. Los medios con los que hoy contamos son tan precisos como mortíferos, difícilmente controlables, incluso por quienes tienen la responsabilidad de mantener el orden.

Muchos de los terroristas que siembran desconcierto en las calles, han sido educados en nuestras propias universidades. Conocen, por tanto, los medios que se aplican para neutralizar sus funestas intenciones.

Sin duda, hoy tenemos motivos para la tristeza. El pueblo francés vive momentos extremadamente difíciles, en los que no le falta el aliento y comprensión de sus vecinos Europeos. Sirvan también mis palabras para unirme sinceramente a su dolor.

Pero hay que hablar en todas las lenguas para comprender y valorar los discursos de las partes enfrentadas. De nada sirve la inteligencia si no somos capaces de comprender las razones que impulsan a los terroristas a ejecutar sus actos. Causa y efecto no pueden separarse, siempre caminan juntos. Por eso, hay que profundizar en las causas para evitar el terror. Si solo respondemos al daño con las armas, alimentaremos la guerra indefinidamente.

Hay que diseñar nuevas estrategias, porque, quienes están dispuestos a morir por causas equivocadas, serán capaces de llegar mucho más lejos y no podremos protegernos de quienes caminan a nuestro lado envueltos en la muerte.