Atravesamos un tiempo, que ya va siendo largo, lleno de cambios en nuestras vidas, modificaciones de todo tipo que nos obligan a adaptarnos a diario a las circunstancias y contrariedades que vivimos. Y, como un espejismo, deseamos hacer parones porque necesitamos respirar, pero todo sigue siendo contenido pues, aunque vamos aprendiendo con cada nueva ola y teniendo algunos recursos más que al principio (sabemos cómo cuidarnos y cuidar, protegernos y proteger a los demás), también nos vamos cansando y nos entran a veces prisas.
Hace poco encontraba a alguien muy querido que me hablaba del agotamiento que le estaba produciendo la sobreinformación, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, incluso en las llamadas telefónicas entre familiares y amigos, de casos, cifras, variantes, etc. Y me decía con toda su alma, y lo entiendo, que ya no podía oír más, que quería escuchar y hablar de cosas normales.
Leyendo hace unos días, no recuerdo dónde de tanto como pasa por mis ojos, comencé a reflexionar (es lo que tiene leer, que invita al pensamiento, al análisis, a la meditación) sobre cuáles pueden ser los pilares que más me han ayudado a lo largo de mi vida y ante situaciones diversas, por complicadas o difíciles que sean.
Si tuviera que elegir sólo tres, creo que comenzaría por la constancia.
Cuando me propongo algo, tengo una voluntad férrea hasta conseguirlo. Diría que casi me define esa capacidad de esfuerzo continuado, tesón, perseverancia, lucha, denuedo, trabajo infatigable, nunca tirar la toalla, empleando todas mis fuerzas sin escatimar nada, sin perder ni un segundo, para ponerlo al servicio de esa meta que me propongo, sea del tipo que sea, en cualquier ámbito de mi vida. No hay nada imposible, me digo a menudo. Todo, al final, se consigue. Y casi siempre es así. Al menos en aquello que depende más directamente de mí.
Otro aspecto que creo que me describe, y muy unido a ella, es la paciencia. Quizás sea esa virtud que implica saber esperar, no tener prisa, no querer correr, no empeñarse en quemar etapas; como solemos decir, dar tiempo al tiempo. Hoy día el mundo está hecho de milésimas de segundo, todo es instantáneo, inmediato y, a su vez, de duración momentánea. Todo es a la voz de ya y sin opción para asimilar, disfrutar, saborear para que deje huella. Para que forme parte de nosotros mismos y ocupe un lugar en nuestro recuerdo. Algo que sea para que perdure, y no todo de usar y tirar.
Y otra faceta, también muy vinculada a ambas, sería la esperanza. La capacidad de ilusionarme confiando en el mañana, en el tiempo en que llegue una situación mejor, en que las cosas se arreglen. Creer firmemente en que algo va a cambiar. Poner el acento en el futuro y confiar, con perseverancia.
Cuando hay que subir cuestas con pesadas cargas, a menudo nos convertimos en Sísifo. Pero son muchas las cualidades personales que vamos desarrollando a lo largo del recorrido vital, y que nos van haciendo más fuertes para afrontar nuevas circunstancias y retos. Todas ellas van construyendo la fortaleza que tenemos, que somos. El terreno, por abrupto que sea, se allana cuando recordamos situaciones por las que ya atravesamos y logramos superar, aumentando la confianza en nosotros mismos.
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