Fructuoso Mangas Ramos, compañero en estas páginas virtuales los sábados y en otros muchos ámbitos reales todos o casi todos los días, en su columna del sábado pasado nos ayudaba a reflexionar y nos inquietaba el espíritu, lo cual es de agradecer, con un título provocativo, como debe ser: "La parroquia muere, ¡viva la parroquia!". Con ánimo complementario procedo a desgranar algunas de las reflexiones que me ha suscitado:
"Hacer de la necesidad virtud": cada vez somos menos curas y cada año que pasa somos un año más viejos, aunque ayer se rejuveneció un poco el presbiterio salmantino con la ordenación de Antonio Carreras. Laus Deo y que cunda el ejemplo. Ante la escasez de sacerdotes, creo que estamos en un buen momento para que los fieles laicos asuman tareas en la Iglesia. Por una parte se trata de que los laicos asuman responsabilidades y por otra, es una ocasión de gracia para que los curas nos desprendamos del clericalismo. El clericalismo tiene que ver con el poder, pero a mí me ordenó el obispo Mauro Rubio diácono y presbítero para el servicio. A modo de ejemplo: hace ya unos veinte años que me presentaron a la tercera persona que más mandaba en la diócesis de Essen, la Gerente; no había recibido un ministerio ordenado pero mandaba mucho (lo hacía bien, según testigos presenciales alemanes). La tarea de los laicos bautizados creo que es llevar el Evangelio a todas las estructuras y ámbitos de la vida, empezando por la familia. Pero algunos de ellos (y ellas, como nuestra actual Administradora diocesana) pueden y deben tener responsabilidades diocesanas, arciprestales, en las Unidades Pastorales o en las parroquias, amén de en otras múltiples formas de asociacionismo de los fieles. Tienen ese derecho y ese deber por el Bautismo, porque todos los bautizados, desde luego también y especialmente los presbíteros, somos colaboradores del obispo. El obispo, sucesor de los apóstoles, es la clave.
Vivimos tiempos de cambio, pero no solo en la Iglesia, sino en el mundo mundial. En esta vorágine es necesaria, desde luego, la virtud de la prudencia. Pero la prudencia, que antes tenía tendencia aritmética a situarse más o menos en el centro ("in medio virtus"), ahora experimenta, de acuerdo con los tiempos, variaciones cuánticas que nos permiten ver como deseables situaciones que antes podíamos considerar contradictorias. Por poner un primer ejemplo: las iglesias están habitadas sobre todo por los mayores, a los que tenemos que cuidar y mimar; pero, a la par, es necesario y urgente abrir caminos nuevos para la evangelización y para la vida comunitaria de la fe entre los jóvenes. Es prudente abordar ambos extremos, insistiendo alternativamente en ellos.
Otra pasarela de contradicción donde ejercer la prudencia cuántica en la parroquia, en la Unidad Pastoral, en el Arciprestazgo o en la diócesis, es el ámbito de la Evangelización a través de la Estética y del Arte, para lo que hay que cuidar con extremo cuidado y calidad profesional el cuantioso Patrimonio artístico recibido de nuestros mayores. A la par, está uno llamado a preferir y mimar a los feos, a los pidepelas, a los drogodependientes, a los que no aguantan el ritmo infernalmente cibernético de nuestra "civilización", a los pobres y a los descartados de acá o de acullá?
Otro pasillo donde ejercer la prudencia cuántica sería el de la sacristía, en el que clérigos y laicos tenemos que preparar y cuidar la calidad y la belleza de la Sagrada Liturgia, a la par que damos un abrazo a uno de los pobres asiduos, que muchos de ellos suelen oler mal y sobre esto, "El olor de la pobreza", ya escribí un artículo. ¿Se referiría a eso el Papa Francisco cuando habló de que los pastores -y por qué no también los laicos- teníamos que oler a oveja?
En tiempos tan convulsos como los actuales es absolutamente necesario el silencio interior, la reflexión, la oración larga y paciente, pero también es casi obligatorio ser youtubers del Evangelio, o algo así. Pero, claro, ahora que ando intentando mantener en marcha el reloj de torre del Siglo XIX en San Martín, caigo en la cuenta de que los días tienen 24 horas, no más. Estoy aprendiendo mucho sobre relojes antiguos, pero no paso de ser un mero peón del laico relojero D. Emilio Corona.
Un último balcón sobre el jardín de la prudencia cuántica ?habría muchos más y no renuncio a analizarlos en un futuro próximo-, éste más bien clerical: ¿es preferible estar, como el cura de Ars, 41 años en la misma parroquia, o es apostólicamente más rentable ser un "culo de mal asiento", con perdón, y cambiar de parroquia cada lustro, más o menos? ¿Cuál de las dos situaciones favorece más el clericalismo, suponiendo que en ambos casos los curas no quieran ser clericales, sino servidores de la comunidad?
No sé lo que nos deparará el futuro, pero esta situación de crisis vocacional ?escasez de curas- que estamos viviendo creo que es una ocasión de gracia que Dios nos da para discernir la importancia de la parroquia ?la parte cercana- y de la diócesis ?aparentemente más "lejana"-. El Concilio Vaticano II parece que da una especial importancia a la Iglesia local, a la diócesis, sin negar la importancia de lo inmediato, que es de sentido común. Esto de la "diocesaneidad" me parece un déficit claro en nuestra Iglesia de Salamanca, pero tal vez es que he leído mal el Concilio, o que no he hecho bien el conveniente discernimiento sobre la situación actual de nuestra Iglesia. Tengo claro que el futuro es: curas, religiosos, religiosas y laicos trabajando en equipo y en estrecha comunión con el obispo, evitando toda forma de clericalismo, sea este conservador o progresista, que de todo hay en la viña del Señor.
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