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La palabra comprometida
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La palabra comprometida

Actualizado 25/09/2015
Redacción

Julio Collado, poeta y articulista del Diario de Ávila, reseña el último libro de Alfredo Pérez Alencart, recientemente presentado en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca.

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"De la abundancia del corazón / habla la boca".

Mateo, 12,34

Ya hace tiempo que conozco a Alfredo Pérez Alencart. Lo conocí en la Universidad de Salamanca, en su Sede de Ávila, en donde impartía clases de Derecho del Trabajo. Desde el primer momento, me llamó la atención su "torpe aliño" machadiano y su pasión contagiosa por todo lo que hacía. Ya fuera dar una clase o levantar un poema. Con su desprendimiento característico comenzó a regalarme su conversación y sus libros. Desde entonces, he leído con delectación cada uno de sus poemarios. En todos ellos, se adivina su doble compromiso: con la palabra amada, acariciada largamente, con la que busca el supremo bien de la belleza; y con sus hermanos, los excluidos, los desposeídos, los sufrientes, los solitarios, a los que tiende su corazón y sus manos, como el Maestro a quien tiene por ejemplo vivo y permanente. En este compromiso, busca la justicia.

Hace unos días, pude leer Los Éxodos, los Exilios. Me llamó la atención el título. ¿Por qué dos palabras tan parecidas, que yo usaba hasta entonces indistintamente? Y busqué en el diccionario. De éxodo dice que es emigración de todo un pueblo. Exilio es, sin embargo, separación de una persona de la tierra en la que vive; generalmente por motivos políticos. Al adentrarme en el poemario, comprendí este empeño del poeta por afianzar casi la misma idea con una doble palabra: la historia humana es un solaparse éxodos (colectivos) y exilios (individuales) desde los primeros vagidos que los poetas han narrado. Desde Adán y Eva, anda el hombre desterrado de su "paraíso", de su tierra primera. Y por mal que le hubiera ido allá o por bien que le venga acá, no ceja en su empeño de poder volver algún día. Eternos Ulises somos los hombres a sabiendas de que todas las Ítacas nos defraudarán en cierto modo. Esta reflexión hace que Alfredo intente comprender su "particular" exilio y el de su familia dentro de esos otros éxodos o exilios generales. Y lo hace para enraizarse con los más cercanos, para agradecer a los amigos el que facilitaran su destierro y para no olvidarse de todos los que pasaron por lo mismo que él. Siempre solidario y siempre agradecido, constata en su poema-prólogo que ha sido un afortunado. "A veces el exilio/ se transforma en reino/ fácil de amar", porque Salamanca es ya su tierra en la que tiene "su amor y el fruto de su amor": Jacqueline y José Alfredo. Además de muchos amigos y a la Universidad que le ha dado un trabajo gustoso del que vive y que le ha facilitado arraigar como ciudadano. Al fin, como dice Séneca, "Ubi bene, ibi patria". O sea, donde se está bien, allí está la patria.

Pero como nunca olvida a los otros, "Hoy por ti, mañana por mí", el poemario es un cántico, unas veces, dolorido y esperanzado, otras. Versos para unirse a los que no tuvieron su suerte y sufren el exilio con tanto dolor que bien podrían decir con el Mío Cid: "Como se arranca la uña de la carne". Entonces, dice Alfredo, "Nos asomamos a los ojos tristes del mar o al hangar de los aviones". Pero, como hombre profundamente creyente, no olvida la esperanza y anima a los demás a mantenerla para que el vivir sea más dulce. Como Terencio, "nada humano le es ajeno" y ríe con los que ríen y llora junto a aquellos a los que el exilio "avienta la nieve sobre los sueños/ traídos de lejos./ Entonces, el éxodo/ pierde su brújula/ de porvenir". Y la imagen de la nieve que congela los sueños, cala hasta lo más hondo del lector que se adentra y se deja "tocar" por la alencartiana "Poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el pan de cada día/ como el aire que exigimos trece veces por minuto/ para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica" al decir de Celaya. Esto es, un sí de lucha y de esperanza. Es esta poesía la que nos hace no sólo sentirnos y sentir al otro sino reflexionar sobre qué nos pasa. Porque apenas aprendemos nada de la historia. Seguimos repitiendo las mismas guerras, la misma rapiña, los mismos fanatismos, las mismas fronteras y las mismas grietas entre unos y otros. La misma estupidez humana. Por eso, puede decir Alfredo que "Nos sentimos extranjeros en todo lugar, también en donde nacimos". Como se sienten hoy tantos desahuciados y expulsados de sus hogares por el pretexto de la crisis.

[Img #436983]Tal vez, la insatisfacción humana que el hombre arrastra por sus venas nos juegue una mala pasada y necesitemos andar de allá para acá y de acá para allá. Y eso estaría bien si siempre fuera querido y no obligado por el hambre o por las creencias o por las opiniones políticas. Porque, como bien señala Alfredo en algunos de sus poemas, no todo exilio, aun obligado en su origen, resulta negativo. Casos ha habido en los que el desarraigo original procuró otra mirada y dio alas al desarrollo personal y a ser engranaje feliz en la nueva sociedad. Los desterrados poetas republicanos españoles son sólo un ejemplo de incardinación en la cultura latinoamericana. Y serían los ejemplos más cotidianos si pensáramos como Herodoto para quien los forasteros son enviados de los dioses y como tales hay que tratarlos. O si tuviéramos la visión humanitaria de Cervantes al narrar la vuelta del morisco Ricote y la alegría de Sancho por encontrar de vuelta a su antiguo vecino. Ocurre, sin embargo, que demasiadas veces aparece la intolerancia. "Roto el cordón umbilical/?Irás a patria ajena/ y callarás/ y aprenderás/ como huérfano sin heredad", escribe Alfredo. Porque el pobre nunca es bienvenido. Aquí y ahora, están los emigrados (exiliados, desterrados) del África hambrienta y de las guerras tribales y empobrecidas por los países ricos que les roban materias primas y les venden armas. Salen hacia Europa con el espejismo de la vida regalada y encuentran en el Marenostrum (¿de quién?), su tumba. Y si arriban a las tierras fértiles, a su soñado paraíso, serán "cálices sufrientes" en dolorosa metáfora de Alencart. El poeta habla desde la experiencia, de lo que ha visto y de lo que ve; y lo hace con mirada atenta y poética para adentrarse mejor en la espesura. Por eso, son versos verdaderos. Porque sólo hablando desde lo vivido profundamente se puede "dar razón cierta", como escribió Teresa de Jesús. Lo demás es mirarse el ombligo.

Mientras leía y releía estos Éxodos y Exilios, oía la voz terrosa de A. Yupanqui: "Tú que puedes/ vuélvete/ me dijo el río llorando? los cerros que tanto quieres/ allí te están esperando? Es cosa triste ser río/ ¡quién pudiera ser laguna/?oír el silbo del aire?". Y yo volvía a los versos de Alfredo prestando su voz a los sin voz: "Somos gentes sin culpa", (gritan los expulsados). "Migraste adonde pudiste", (no adonde quisiste). "Nadie te abre las puertas de la ciudad del esplendor". "Quema la tierra, quema el aire". Y el poeta echa mano de su compromiso cristiano para unirse a todos los que quieran oírle denunciar con metáfora nueva y atrevida que "Grueso es el himen de la indiferencia" y temible su resultado: "Ay del hombre que queda/ sin hablas y sin patrias! Ojalá que nunca te suceda?Veo cómo el rechazo/ crece en pueblos que se dicen /cristianos". Ante tales injusticias, el poeta no puede callar aunque su actitud le ocasione, como a los profetas, más de un disgusto.

El poemario termina con dos sencillos deseos. Uno: Sintiéndose el poeta un ser indigente, falto de poder para cambiar las cosas, no espera recompensa alguna para él por estos versos sangrantes sino, imitando a Berceo, "Entre músicas bebo vino tinto del Duero" mientras recita su 'Brindis del bardo trasterrado', un bellísimo canto a todo lo bueno que, a pesar de todo, habita esta tierra. Dos: "(Al) hombre (que), insolado hasta de noche, persiste en su éxodo hacia otro lado mejor que nada, adonde le den un "aguinaldo humildoso, un pedazo de esperanza", Alfredo le ofrece su sincera amistad. Aquella que "Hace su ronda alrededor del mundo y, como un heraldo, nos convoca a todos a que nos despertemos para colaborar en la mutua felicidad" en palabras del filósofo Epicuro.

En fin, a pesar de sus versos dolientes, Los éxodos, los exilios procurará al lector esa brizna de felicidad que cada uno de nosotros buscamos con la lectura de este comprometido y excelente poemario. Y mientras llegan los postres, brindemos con el poeta: "Brindo por el suelo de acogida? por la mujer de amor inagotable?por el retoño/ nacido entre altas torres de esta tierra?por los pájaros que comen la cebada/ y vuelan en libertad? Brindo por aquellos que hospedan extranjeros? porque no existan sombras de banderas?porque la paz no tenga diccionario/ y nos entendamos sin requerir traductores? Brindo...".

Julio Collado / Ávila 2015

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