Erase una vez

Había una vez un país, tercermundista, claro, en el que cincuenta y seis niños se hacinaban en dos barracones de obra, de 38 metros cuadrados en total, para recibir clases. Los niños padecían asma, bronquitis y otras enfermedades serias a causa de las condiciones infrahumanas que tiene lo que nunca podrán llamar escuela.

En ese mismo país la gente que quería adoptar un niño llevaba cuatro años esperando por una firma: el técnico de la administración que tenía que evaluar su idoneidad pidió traslado, se lo dieron, y en su puesto no volvieron a poner a nadie.

En este país gobernaban los Unos y los Otros, según los sitios. En esa región del centro, donde los hijos sin padre y las parejas sin hijos no podían reunirse por la desidia administrativa gobernaban los Unos. En el Sur, donde los niños se asfixiaban, abrasados de incuria los bronquios por aprender las letras en lugares insalubres, gobernaban los Otros.

En el Centro y en el Sur, la explicación ?los políticos sinvergüenzas, sin entrañas ni cerebro llamaban explicación a su coartada- la explicación, digo, era coincidente a pesar de la disparidad programática de los Unos y los Otros: no había presupuesto. La crisis, la penuria económica del Estado, la situación mundial, los bancos ? impedían disponer de recursos para solucionar el problema de los ciudadanos.

En este país los Unos tenían militantes y dirigentes procesados por llevarse dinero público en una trama que llamaban Gürtel. Los Otros tenían procesados militantes, dirigentes y aforados por llevarse perras de los ciudadanos en una trama que llamaban de los ERE.

En ese país había gentes que ponían por escrito, en periódicos, este tipo de cosas; para que sirviera de denuncia, de sensibilización y con la esperanza de contribuir a la imprescindible reacción ciudadana que pudiera acabar con semejantes felonías.

Se habla de columnistas que, en ese país, escribían con profunda amargura este tipo de comentarios, que derramaban alguna lágrima cuando tecleaban pensando en los niños con asma, imaginando aquellas madres, Yermas rotas de ausencia al pensar en los inalcanzables hijos creciendo sin amor en un absurdo limbo burocrático.

Pero se habla, sobre todo, en voz baja por las esquinas, de columnistas que a la vista de las encuestas electorales coetáneas con la situación descrita, quisieron mudar por metralla la pluma y, no atreviéndose a tanto, con cierto sentimiento de culpa cambiaron la pena por rabia, las lágrimas por tinta militante y el estupor por desprecio comprometido? Pero no sirvió de nada.

Este país, tercermundista, insolidario y profundamente injusto, se llamaba España y los hechos acontecían en los albores del siglo XXI.

Ese país es éste: nuestra malherida España y el instante es ahora.

¡Despierta, coño!, los canallas no merecen tu silencio ni tus hijos tu quietud.