Una larga espera precedió a la pregunta. Por fin, el silencio se rompió y los periódicos, desordenados sobre la mesa, perdieron nuestro interés. Pero no imaginaba el tema de tu conversación. ¿Qué es el tiempo? -preguntaste- No supe qué responder. Sabía que cualquier aseveración acerca de él no deja de ser una quimera; algo alejado de la realidad. Sólo pude comentar en voz alta aquello que, con carácter indeleble, tenia grabado en mi memoria.
Y seguí, para complacerte, hablando del tiempo. Sin más dilación, comencé: el tiempo se me antoja como un pentagrama en el que acuñamos los anhelos, las sensaciones, las propuestas de la vida; todas nuestras metas y aspiraciones. Pero nunca espera lo suficiente para que podamos rescatar, aquello que grabamos con todo el ardor del corazón y que hemos olvidado por completo.
Cierto, que es la referencia de la vida; como la luz para la vista. Pero no es posible añadir más. ¿Cómo hemos de medirlo si desconocemos su extensión? ¿Cómo se puede evaluar cuando se ignora su naturaleza?
A lo largo de nuestra vida conocemos muchas cosas. Alguien se encarga de que así sea. Incluso, aprendemos a concebir este mundo que no entendemos como un escenario de posibilidades infinitas. Pero, ¿sirve de algo realizar tantos esfuerzos sin conocer el fin?
Después, aparecen las enfermedades; la precariedad de la vida, en todas sus formas. Se hacen más pesados los minutos, las horas, los días y, con mayor insistencia, volvemos a preguntar: ¿qué es el tiempo? Y, aunque se trata de la misma pregunta, ya no es igual. Ha cambiado el contexto; nuestra realidad es otra y, el pentagrama donde dejamos reflejada nuestra cartografía personal, se ha desvanecido por completo; muestra nuevas líneas sin contenido.
Vienen entonces a mi mente unas palabras que me dijeron hace mucho tiempo: "tú exiges muy poco a la vida". Aún recuerdo mi respuesta: "a la vida no le puedes exigir, porque jamás te da lo que le pides; te entrega lo que quiere". Incluso para que esto ocurra, primero, has de poner en sus manos todas tus energías; el sudor a través del trabajo y todas las esperanzas por medio de la paciencia.
El tiempo, por tanto, es el ladrón invisible que se lleva lo mejor que tenemos. Pero es, asimismo, la única referencia con que contamos para acreditar nuestra presencia sobre las cosas. Cada ser viviente se alimenta de una fracción de eternidad que no puede administrar.
Habían pasado unos minutos, los suficientes para que se hiciera de noche. Ya no se percibían al trasluz las huellas sobre el vaso de agua y, las tazas de café, hace tiempo que estaban vacías.
Habíamos hablado del tiempo estableciendo otras referencias y, quizá por eso, lo habíamos congelado, al menos en aquella ocasión. Ambos acordamos que, el tiempo, está relacionado con la mente, y su duración, depende más del pensamiento que del medio físico donde transcurre la vida. Se trata, por tanto, de una percepción y, su duración, no puede ser la misma para todos.
Aunque nuestros relojes sean precisos, su medida difiere enormemente de lo que estamos hablando. El alma tiene otras referencias y es capaz de percibir la eternidad en un segundo si descubre, en ese instante, el sentido de la vida.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.