Siete días después del entierro de Adolfo Suárez, fuera del fragor y la pasión que alimenta tal hecho luctuoso, quiero ser fiel dentro de las disidencias con las que encabezo la presente sección y sin quitarle ningún mérito, decirles que la obra del señor Suárez fue gracias a su carisma, sagacidad y al uso frecuente del factor sorpresa, pero también, del Rey abajo, obra del pueblo. Fue una sorpresa su presencia en primera línea siendo un auténtico desconocido; fue otra sorpresa su elección por el Rey para conducir la transición, y no menos que las anteriores, fue una sorpresa la legalización del Partido Comunista.
Quien esto escribe tenía veintidós años cuando murió Franco y veinte cuando mataron a Carrero, y le tocó hacer la mili entre los dos entierros. Mis conocimientos políticos en 1973 eran para un aprobado, pero no pasaba lo mismo con la nota media de los españoles, pues cuando asesinaron a Carrero la pregunta más buscada, no en Google precisamente, que estaba por inventarse, era "el número que hacía dicho señor en el escalafón de mando", y una vez aclarado, escuchabas: "bueno, ya pondrán a otro".
La mayoría de la gente aún pensaba que Franco era eterno, y la política, cosa de él y de los militares. Y en el plano personal, si me permiten, no era descabellado pensar que nos acuartelaran y no nos dejaran licenciarnos. No ocurrió así y con aquella liberación cuartelera sentí un aire purificador. Eran tiempos en los que el hecho de objetar no se podía ni mencionar.
No hace falta decir dónde estaban la mayoría de los jóvenes, pues si con veinte años, muerto el dictador, no eras solidario y de izquierdas, no tenías ni corazón ni cerebro. Me sentía un privilegiado por mis ideas y por vivir en aquella época en Madrid, lejos del caciquismo imperante en los pueblos y pequeñas capitales de provincia.
Así, entre manifestaciones y marcha atrás y adelante, se fue pasando por la presidencia de Arias Navarro, incapaz de apearse de los Principios del Movimiento, el Fraga naufraga y el candidato de la prensa civilizada José María de Areilza, conde de Motrico, de quien la derecha de la derecha desconfiaba. Hasta que en una terna presentada al Rey por Torcuato Fernández Miranda, a la sazón presidente del Consejo del Reino, en la que estaban López Bravo, Silva Muñoz y Adolfo Suárez, el Rey optó por este último. Nunca se me olvidará el artículo de Ricardo de la Cierva en la prensa del día siguiente titulado "Qué error, qué inmenso error".
Ya tenemos a Suárez en La Moncloa y los argumentos que emplea la izquierda para calificar de inoportuna su elección son contundentes: haber sido leal al franquismo siendo nombrado Secretario General del Movimiento, y posteriormente ocupar la cartera de Ministro Secretario General del Movimiento en el primer Gobierno de Arias Navarro. Por otra dirección, la derecha menos civilizada desconfía y ve en ello la miopía de un Rey a quien cree un inepto. Suárez lo tiene muy difícil para ganarse el respeto y la confianza de todos los sectores. Pero el escollo no era la sinrazón de la derecha, sino que la mayor parte de la izquierda, incluidos intelectuales y exiliados, optaban por la ruptura, ya que todo lo que echara tufo a Franco había que reprobarlo.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.