El último día de julio, a la hora de la siesta, supimos que la Audiencia Nacional entendía que el Consejo Superior de Deportes debió dar el visto bueno, el verano pasado, a la transformación de una promotora inmobiliaria mallorquina en sociedad anónima deportiva con el objeto de hacer uso de los derechos de competición que había adquirido al liquidarse el club representativo del fútbol salmantino, nuestra Unión Deportiva Salamanca. Club que ya no era un club como tal, sino una sociedad anónima deportiva acogida a concurso de acreedores con resultado de extinción. Doctores tiene la Iglesia y magistrados la Justicia. Me fío de ambos aunque de entrada discrepe en algunas ocasiones.
La reacción ante la noticia fue tibia en la ciudad. Congruente con la tibieza con que fue recibida la desaparición de la Unión Deportiva Salamanca tras noventa años de historia, doce de ellos jugando en Primera División, y en contraste con el alborozo manifestado por gran parte de la prensa local, deseosa de contar, cuanto antes, con un equipo en Segunda B, que reactive en cierta manera el interés por la actualidad deportiva. Una de las reacciones del impulsor del proyecto fue plantearse la reclamación de "daños y perjuicios" por "el año perdido". Es verdad, el equipo no ha podido jugar. Lo llamativo es que cuando el equipo entrenaba, el anterior agosto, no hubo manera de inscribirse como abonado de ese club, y cuando el equipo se disolvió, siguió sin haber club al que apuntarse o con el que empezar a identificarse. Algunos de los anteriores aficionados de la Unión Deportiva han visto apagarse su interés por el fútbol. Unos pocos han apoyado al club que ha competido en Tercera heredando la plaza del que era su filial, que al parecer, según los administradores concursales, no tenía ningún valor patrimonial y fue segregado de la sociedad poco antes de su liquidación (cuando menos, curioso criterio). Bastantes más, hemos optado por sostener un club de reciente creación, fundado en homenaje a la Unión y con aspiración de crecer, un club de socios: Unionistas de Salamanca C.F.. Arrancará en la categoría más baja, la Provincial, el próximo octubre.
Resulta llamativa la expresión "daños y perjuicios" en este contexto. Daño irreparable sufrió la Unión Deportiva, que ha sido extinguida. Tres eran sus grandes propiedades: un estadio, una plaza en Segunda B y otra en Tercera. El primero, ahora inutilizado, tiene un valor dependiente de las otras dos. Si la tercera propiedad no atesora valor patrimonial, dijeron, lo único que en verdad interesaba era la plaza en Segunda B, adquirida por esa entidad balear que se siente dañada. ¿Por qué si pagó por lo único aprovechable de una sociedad, dijeron, condenada a desaparecer? Pagó por ascender tres categorías en los despachos. El daño, y grave, el propinado a la deportividad.
Por otro lado, si hablamos de perjuicios, basta con echar un vistazo a la lista de acreedores, y descubrir que a Hacienda, que somos todos, dicen, la Unión dejó a deber más de diecisiete millones de euros. Tampoco pagó, a muchos otros particulares, proveedores o instituciones, siete millones de euros más. Ni a los profesionales que defendieron su camiseta en su último año de competición. El perjuicio, y grave, el sufrido por todos ellos.
Cuando ante esa reclamación pública de "daños y perjuicios" no se contrapone la realidad de estos impagos y esta falta de compromiso con la palabra dada, o de no asunción de responsabilidades en la nefasta gestión de la sociedad extinguida, cuando la verdad de los hechos se oculta y se sirve al criterio del dinero, uno no puede dejar de sorprenderse.
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