'Brianzuelo de la Sierra', texto recperado por Antonio Sánchez Puerto que relata el viaje del escritor y filósofo a La Alberca
La pequeña colección Paladares de Cordelia se engrandece con un texto de Miguel de Unamuno. Desde que en 1891 el escritor vasco llegase a Salamanca para asumir la cátedra de Griego en la Universidad, demostró su afición por las excursiones. Atraído por la Sierra de Francia, el valle de las Batuecas y la Peña de Francia, recorrió la provincia a pie y en caballerías. Enseguida mostró su predilección por La Alberca, pueblo sobre el que el 8 de agosto de 1900 publicó el artículo 'Brianzuelo de la Sierra' en la revista La Ilustración Española y Americana. Este texto ha sido recuperado ahora por Antonio Sánchez Puerto, quien, con varias imágenes, reconstruye el paso por La Alberca del gran escritor de la Generación del 98.
El autor
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la Generación del 98. Cultivó la novela, el ensayo, el teatro y la poesía. Rector de la Uni versidad de Salamanca, también fue diputado de las Cortes constituyentes de la Segunda República, de la que se fue distanciando hasta el punto de secundar la sublevación militar que dio inicio a
la Guerra Civil. Acabó retractándose de ese apoyo en un acto público que aceleraría su muerte. Entre su obra destacan títulos como Amor y pedagogía (1902), Niebla (1914), La tía Tula (1921) y San Manuel Bueno, mártir (1930).
Del epílogo de Antonio Sánchez Puerto
«Ante todo, mi querido amigo, dígale a esa señorita alemana que Brianzuelo y Frajenuela no exis ten como tales nombres, como no existe la Orbajosa de Galdós, que son nombres de ficción. Responden a cualquier pueblo de la Sierra de Francia, pero sobre todo a La Alberca», escribe Miguel de Unamuno en una carta al profesor de Literatura Joaquín Casalduero.
Brianzuelo de la Sierra es La Alberca (Salamanca) en la intención de Miguel de Unamuno cuan do escribe este texto, publicado por primera vez el 8 de agosto de 1900 en La Ilustración Española y Americana. En 1891 Unamuno había llegado a Salamanca para ocupar su plaza de catedrático de Lengua Griega en la Universidad, y enseguida muestra una gran afición por las excursiones. Quiere conocer la provincia y se siente atraído por los pueblos de la Sierra de Francia, el valle de las Batuecas y por la Peña de Francia; sentirá una especial predilección por el pueblo de La Alberca, que será el que más cite en sus escritos y también el lugar de la intrahistoria al que llama en su relato con nombre ficticio: Brianzuelo de la Sierra.
[…] Su primera visita a La Alberca fue en torno a 1892, según afirma en un artículo publicado en El Imparcial en 1913: «Hace ya años, lo menos 18, que me llegué desde La Alberca hasta el famosísimo valle de las Batuecas, y desde entonces quedé deseoso de visitar las Hurdes; mas aun que después he andado por la Sierra de Francia, nunca hasta este verano se me cumplió el deseo».
La Sierra de Francia se convierte en un lugar preferido en sus excursiones por la provincia. Siente verdadera pasión por los viajes, que serán una constante en su vida, siempre con algún grupo de amigos íntimos, siempre mostrando verdadero interés por conocer las costumbres, el léxi co, las tradiciones, la gente. Además visitará la Sierra de Francia y las Hurdes por razón de su cargo de rector, responsable del distrito universitario salmantino (Salamanca, Ávila, Cáceres y Zamora).
En Andanzas y visiones españolas, describe así La Alberca: «Otra vez, a la derecha, aquí, cerca, asomando tras esa loma, los tejados de La Alberca, a que domina la torre de la iglesia. Estos pue blos que se pueden abarcar así desde lo alto, en una ojeada, y que se diría cabe cogerlos en un puño. Y allí dentro es todo un mundo. Y cerrando los ojos veo las negras calles de La Alberca, los balconajes de madera, los alteros voladizos de sus casas, las mujeres sentadas en el umbral de las puertas y los niños jugando en la calle, y allí, en la fuente, una moza llenando el cántaro. Y corre la vida, como el agua de un arroyo que baja de la cumbre entre guijarrales. Y a las veces, el agua se enturbia, y otras, como en este verano, casi se extingue por la sequía. Robustos castaños ciñen a La Alberca. Y los hombres miran al cielo, por si llueve sobre la tierra».