La carretera avanza ante mis ojos sin parar. A la derecha, una línea continua no me transmite nada, sólo pone límite, tan constante, tan monótona, tan infinita. A la izquierda, sin embargo, se suceden con celeridad líneas discontinuas que van pasando como gotas de espacio, que van cayendo en la calculadora de sumar kilómetros, que transcurren como segundos, como fragmentos de tiempo silencioso, como minúsculos granitos que bajan de un contenedor a otro, incontenible hilo de arena.
El resto, es todo incoloro, bruma espesa. Sólo existen líneas en el asfalto y pensamientos en mente.
Arriba, en lo alto, el sol convertido en moneda de plata sin inscripciones. Lívido, intensamente blanco entre la densa niebla.
Mi memoria me lleva de la mano a recordar aquel árbol del parque vestido de poesía, lleno de hojas ocres, al que un golpe de aire dejó casi desnudo, quedando en un segundo sus ramas despobladas. Fue como si hubiera pasado en un instante del bello otoño al crudo invierno, despojándose precipitadamente como una lluvia de serpentinas, permaneciendo escasas pinceladas amarillas en la parte alta de su copa, y sus delgados brazos blancos recortándose en el azul del cielo.
Pienso en tantas personas que conozco y en sus recorridos, y en esta etapa como si fuera un inciso, esa falta de color, esa incertidumbre? Para algunos será ese intenso dolor, esa soledad deshabitada, ese desgaste? Este invierno será un sudario desértico, un corazón helado, una coraza ante el mundo hasta que la pena deje de ahogar. Cielo sin estrellas, tan solo ese pesar de aspecto macilento que se esparce en la atmósfera y la vuelve espesa. La vuelve penumbra, silencio, ausencia. Deseo de regresar a épocas pasadas en las que encontrar tierno refugio, un espacio acogedor. Quizás dejar de existir, momentáneamente, quedándose entre esos dos paréntesis dibujados, tratando de buscar la fuerza sobrehumana para continuar.
Pero esa sucesión de espacios y líneas blancas que se alternan en el viaje entre la niebla invita a seguir el recorrido y a aprender a esperar. De pronto aparece ante los ojos un nuevo escenario iluminado por tibios rayos de sol que permite ubicación, que anima al bienestar, que pone colorido tenue en la mirada del corazón y lo habita, lo caldea, le da cobijo. Y parece que el paisaje adquiere una nueva perspectiva, otra imagen, una verde esperanza.
El mundo en el que sentimos parece obligado a ser permanentemente intenso, feliz? Quizás para vivir no sea tan necesario ese eterno repicar de campanas, esa constante música celestial. Quizás haya una enorme franja, un amplio espacio intermedio en el que la vida sea un discurrir llevadero y amable.
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