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Rojo y verde
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Rojo y verde

Actualizado 10/12/2021
Mercedes Sánchez

De esta época me encanta todo, mire por donde mire.

Incluso me gustan las películas de Navidad, tan tórridas, y todas tan similares? esas historias llenas de colorido rojo y verde, verde y rojo, venga luces, venga acebo, venga venga? Como dice mi querida amiga Isabel, con su gracia andaluza, ¡sin miserias!

Sí, porque con este tiempo tristón, frío y lluvioso, lluvioso y frío, con ese sol huidizo, con esas estampas campestres llenas de neblina, a veces apetece ovillarse en un sillón, después de comer, con una infusión en la mano, con sabor a frutos rojos, por supuesto, no podía ser menos para hacer juego con el ambiente que se va pintando a pinceladas, y mientras se sopla para que se enfríe, soplido va soplido viene, dejarse envolver por esa cálida historia que aparece en pantalla.

Y claro que son todas iguales o, al menos, muy parecidas. Yo las juntaría por bloques.

Están esas en las que la persona protagonista, ya hasta el gorro de tanto trabajo, empieza a despotricar de la vida que lleva, a quejarse por todo, y de repente es atropellada por un coche, está muy malita, y la vida le da una segunda oportunidad para enmendar todos los errores de su pasado, comprendiendo así el verdadero sentido de todo y, por supuesto, de la Navidad. Yo, la verdad, prefiero hacerlo todo lo mejor posible desde el principio, y resuelto de una vez sin necesidad de que ningún coche me arrolle, ¡quita, quita! Y en otra variante, los días se repiten sin cesar hasta que por fin se acierta con lo que se espera de ella. ¡Menuda pesadilla!

Otra modalidad es aquella en la que la chica, (siempre es una chica) tan feliz trabajando día y noche, noche y día sin sosiego para la empresa y llamando a su novio de hace años casi a diario para decirle que no pueden verse porque tiene muchas tareas, de repente recibe la mala noticia de que su padre ha fallecido, y tiene que dejarlo todo y volar miles de kilómetros para hacerse cargo de su negocio, de su hostal, de su tiendecita, o de su librería, que aquí ya hay muchas versiones. El caso es que ella toma las riendas como puede, aunque con muchas dificultades, hasta que un día se encuentra en la frutería con aquel chico con el que fue al baile en la fiesta de fin de curso de último grado en secundaria, cuando ella se puso aquel vestido tan bonito y él fue a buscarla a casa con su primer traje y pajarita y llamaba a su padre señor para mostrarle respeto y el padre de la chica le llamaba hijo para demostrar cercanía. Aaaaaaaayyyyyyyy... ¡¡Qué tiempos!!

La cuestión es que siempre se habían acordado uno del otro desde entonces, pero como ella se fue a Nueva York pues el chico se sintió un poco dolido y abandonado, sin embargo ahora que la vuelve a ver queda prendado de nuevo, y empieza a ofrecerse y a ayudarla y a quedar, con el mosqueo consiguiente de la chica del pueblo que siempre estuvo enamorada de él y la tiene entre ceja y ceja, hasta que un día los ve besándose y ya se desengaña y comprende que ese chico no es para ella. Lo mismo le ocurre a su novio de siempre, que se presenta de repente, cansado de esperarla en la Gran Manzana, y descubre que ese chico con la camisa de cuadros y el pantalón vaquero es el que le dio el primer beso en aquella fiesta hace años y que nunca dejó de estar enamorada de él, y contra eso no se puede hacer nada, así que le dice que lo comprende y que sean muy felices y coman perdices, yéndose con su descapotable, corriendo a toda pastilla de nuevo a la empresa a ver si consigue otro ascenso.

Mientras tanto ella, que era muy miedosa patinando porque una vez de niña se cayó, en cuestión de una semana aprende a hacer florituras en el hielo porque el amor de su vida resulta que ahora es entrenador. ¡Así cualquiera!

¡Menos mal que ya ponen anuncios, porque no quepo de felicidad!

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