Aunque sea una Constitución modélica, no es ni mucho menos perfecta
Esta semana hemos celebrado los 43 años de la Constitución Española, es decir, de nuestra Carta Magna. Es la norma general por la que nos regimos, al menos teóricamente, todos los españoles. La elaboraron, no con pocas dificultades, los llamados padres de la Constitución, un grupo de representantes de la mayoría de los partidos políticos entonces existentes, y finalmente la aprobamos en referéndum la gran mayoría de todos los españoles.
La Carta Magna es el manual de las reglas del juego, por las que queremos y debemos regirnos los españoles. La elaboración y aprobación de la Carta Magna fue un gran logro de España en un momento bien difícil de superación de una larga dictadura de más de cuarenta años. Y fue un modelo para todo el mundo occidental, particularmente para todas las democracias o los intentos de alcanzarlas.
Fue un gran logro de redacción de aquel momento, pero se ha comprobado que fue sobre todo un logro práctico, que nos ha servido para más de cuarenta años de práctica democrática en nuestro país.
Después de estos cuarenta años, hemos podido comprobar que, aunque sea una Constitución modélica, no es ni mucho menos perfecta. Y nos encontramos hoy con muchos que querrían cambiarla, y no precisamente en cuestiones de menor importancia.
La misma Carta Magna prevé la posibilidad de cambiarla, en muchos aspectos fundamentales o menores. Pero la Constitución tiene previstos los modos de hacer los cambios que, para cuestiones de mayor importancia, exigen el entendimiento de una gran mayoría de los españoles, lo que presupone el acuerdo, al menos, de los dos partidos mayoritarios. Y el cambio exigiría luego ser aprobado en referéndum también por la mayoría de los ciudadanos. E incluso pasar por unas nuevas elecciones.
Por supuesto que no es fácil el cumplimiento de todas estas condiciones. Pero no hay otro camino, las normas son las normas y no se pueden saltar las reglas del juego. A algunos ya les gustaría, pero hemos de esperar que nadie caiga en la tentación de situarse fuera de las reglas del juego de la Constitución.
Hay que mantener la unidad de España, cuya soberanía reside en el conjunto del pueblo español. Hay que guardar el modelo monárquico, y agradecer y cuidar el servicio democrático del Rey de España. Hay que mantener y reforzar el valor democrático de nuestras autonomías territoriales. Hay que guardar la igualdad de todos los españoles. Sólo por este camino continuaremos reafirmando la condición democrática de nuestro pueblo.
Ojalá logremos mantener el respeto mutuo y enriquecernos con la variedad de condiciones y riquezas morales de nuestros conciudadanos. Es la ruta que nos marca nuestra constitución, y la que mantendrá nuestra paz y el crecimiento de nuestros muchos valores, que merece la pena cuidar y reforzar.
Muchos jóvenes piensan hoy que, porque no votaron la constitución en su momento, no es la suya, y hasta puede pasar que piensen saltársela o no atenerse a su cumplimiento. Mal camino sería ese, tanto para ellos como para todos los demás ciudadanos. Nuestras instituciones tienen modos legítimos de hacer cumplir todas las normas previstas, y es tarea de todos hacer que se guarden esas normas del juego. Así lograremos la paz, el bienestar y el enriquecimiento de todos los españoles.
Nuestra Constitución prevé también que seamos solidarios unos con otros, incluso con los que forman parte de países más empobrecidos. Sería bueno, por ejemplo, que nos animáramos a compartir las vacunas contra el covid-19. O aportar nuestro apoyo a los afectados por los terremotos del pueblo pobre de Haití. O que seamos verdaderamente generosos en la solidaridad con nuestros hermanos de la isla de La Palma. Pongamos en práctica la posibilidad de cooperación que nos ofrece nuestra Carta Magna. Y que podamos gozarla muchos años.
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