Hay momentos en la vida que tienen especial significado y cuya irrupción acarrea un profundo impacto. Los dos meses que siguen al cambio de hora a finales de octubre son para mi amigo un periodo especialmente sombrío. Unas semanas de mal humor, pesimismo a ultranza con ausencia de expectativas y, sobre todo, un permanente estado de desasosiego. No lo vincula en absoluto con la pandemia porque desde hace mucho tiempo padece ese estado de ánimo en esta época cuyo decaimiento no es solo anímico sino también físico. Tiene que ver con ciclos vitales vinculados con la progresiva orfandad de luz y con la irrespetuosa irrupción del frío. Así mismo, está relacionado, me dice, con ciertos cambios hormonales y, sobre todo, con la acumulación de recuerdos tristes de sucesos que marcaron su existencia. Con gesto apagado exclama, "son los heraldos negros que nos manda la Muerte", añadiendo a reglón seguido con tono sencillo, "no es una frase mía sino de César Vallejo, no creas que mi sensibilidad poética llega a tanto".
Yo solo recordaba aquello de me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo que escribiera hace 83 años el bardo peruano, así que su cita y el contexto que quería reafirmar me dejó pensativo. De alguna manera, además, compartía su aversión con respecto a estos días en los que también mi tono vital se resentía, pero no quería abundar en la cuestión para no profundizar más su desazón. Por ello quise dar un giro a la conversación que nos llevara a otros derroteros. Sin embargo, no lo logré. Al contrario, me deslicé por la tortuosa senda que abrí, inadvertidamente, cuando le recordé que también era un tiempo de sementera. Por tanto, una feliz época promisoria. Sin cambiar su semblante taciturno me dijo que, si bien era cierta mi observación, la siembra no era sino una etapa de un ciclo más general en el que las semillas y su producción estaban primero.
Mi acotación lo llevó a denunciar el impacto de lo transgénico, de ahí pasó a la explotación por doquier de la mano de obra inmigrante, al uso indiscriminado de pesticidas, sin omitir el papel desempeñado por las cadenas de comercialización que rompían el factor de proximidad para desarrollar circuitos demenciales intercontinentales. En fin, argumentó con pesar que los heraldos negros no cejaban en su tarea tan fácilmente y que sentía que mi optimismo fuera tan ingenuo. Arrinconado por su labia que parecía incansable callé. Pensé en el poeta y jugué a adivinar algo que desconocía por completo y que se relacionaba con el anuncio premonitorio de su muerte y si en algún instante el asesinato de Federico García Lorca habría supuesto un aldabonazo en la ruina de su vida. Pero ambos hallaron la muerte en la primavera y el verano cuando los heraldos negros actuaron con insidia diferente. Mi silencio se confundió con la mirada perdida de mi amigo mientras le quería transmitir que también yo detestaba estas semanas del año.
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