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Cantos de griot: una historia de violencia
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Cantos de griot: una historia de violencia

Actualizado 07/12/2021

Una historia de violencia, pero también de espiritualidad y de empoderamiento yace en la exposición de arte cubano que se exhibe en el DA2 de Salamanca. La muestra forma parte de un convenio firmado por las autoridades de la capital charra y el coleccionista Luciano Méndez. Si bien Cantos de griot evoca desde su rótulo a los narradores de historias y actores en la transmisión de saberes de origen africano, no fue precisamente en Cuba donde habitaron estos; quienes sí fungen como facilitadores de la memoria colectiva y ponen voz a todo el dolor y la crueldad colonial son los artistas que integran la exhibición.

La muestra tiene dos grandes ejes temáticos: el primero es la espiritualidad, entendida como las múltiples expresiones religiosas de origen africano que se practican en la isla, pero también como una manera de preservar la cultura e identidad propias ante la civilidad impositiva del colonizador. El otro tópico es la denuncia a la marginalidad y el racismo sobre el sujeto negro, que derivó de la esclavitud y que aun hoy pervive en las imposibilidades y desigualdades sociales que existen en Cuba.

Los nueve creadores que integran la exposición dan voz a personajes e historias olvidadas y con una mirada desprejuiciada nos acercan a un misticismo que no debe leerse desde lo exótico, sino desde lo antropológico como lo vivencian los propios artistas -la mayoría practicantes de expresiones populares de religiones con origen africano. Por su parte Manuel Mendive lleva la espiritualidad a su hábitat cotidiano; su obra, profundamente enraizada en la naturaleza, se asienta en mitos fundacionales donde se aprecia el carácter animista de la religión. Hay una voluntad de convivencia con el entorno, de fundirse con él y nutrirse de sus energías. Sus piezas adquieren un sentido narrativo donde el tiempo no es lineal, por el contrario, parece tener un sentido cíclico semejante al de la tierra. Los caracoles son un motivo recurrente en sus trabajos, y aluden al uso de estos para la adivinación resaltando el gusto del artista por la fábula y lo anecdótico.

Santiago Rodríguez Olazábal es otro de los creadores cuya obra está inspirada en su propia práctica como religioso. Sus piezas se distinguen por la síntesis y una economía de recursos como el color, que Olazábal emplea para señalar determinada idea o elemento de la liturgia. En contraste a la aparente simplicidad visual, su trabajo presenta una gran carga simbólica. De manera semejante, acontece con Eduardo Roca (Choco), quien le concede una peculiar simbología al color, como puede apreciarse en el homenaje que realiza en su cuadro a Shangó, uno de los dioses del panteón yoruba.

Por otra parte, Carlos Quintana nos muestra un gusto por lo visceral que se aprecia en la gestualidad de su pintura. Su obra no solo se vincula a la religión afrocubana pues también alude a otras iconografías, siendo en sí misma espiritual. Sus piezas denotan un universo caótico que viene a acentuar su expresividad. Ese interés por emplear elementos estéticos provenientes de diferentes culturas también está presente en la creación de Moisés Finalé. El artista, que ha vivido y desarrollado una buena parte de su obra fuera de Cuba, emplea un conjunto de referencias mítico religiosas que abarcan desde el antiguo Egipto hasta cuestiones más contemporáneas, insertando así a las prácticas afrocubanas en una tradición mayor.

La investigación de carácter antropológico sobre diferentes culturas, junto a la convivencia y la experiencia de las mismas, distingue la operatoria de José Bedia. El artista es conocedor de diferentes grupos étnicos y antes de representarlos, experimenta convivir con ellos. También su obra se relaciona con su práctica como religioso y utiliza un sistema de signos propio de la religión del Palo monte, de la cual es gran conocedor. La intención de documentar y entender el modo de vida de una determinada población, yace en las fotografías de Roberto Chile, quien se desempeña mayormente como cineasta. Sus instantáneas muestran diferentes momentos de la liturgia y la vida cotidiana en espacios marginales.

La culminación de la violencia viene a materializarse en la tipología del central azucarero y la plantación de azúcar, que en su momento fueron los principales rubros económicos del país y por tanto, los espacios donde el racismo y la crueldad calaron con mayor profundidad. El fotógrafo Ricardo Elías ha realizado una documentación de las ruinas de los centrales azucareros de antaño, aludiendo a una memoria ligada al fracaso, a la depauperación y al olvido, que deviene en crisis social.

La violencia colonial se cernió sobre los cuerpos negros aun después de la abolición de la esclavitud; el artista Roberto Diago reivindica al sujeto negro tratando de denunciar la criminalización a la que han sido sometidos. Sus piezas discursan sobre la cicatriz, el trauma que no puede ni debe olvidarse. Los queloides provocados por el látigo son uno de los recursos que emplea para evocar la magnitud de la represión, la pervivencia de la huella.

Las imágenes desplegadas en Cantos de Griot encierran una historia de violencia que va desde la colonialidad hasta nuestros días. El dolor que transmuta estas narraciones evidencia que actualmente se mantienen los vestigios de aquellas prácticas en el camuflado racismo de la sociedad cubana. La espiritualidad devino no solo una vía de escape, sino también una expresión identitaria, una forma liberadora de construir un mundo interior para esas voces desoídas y menospreciadas, que estos artistas han empoderado.

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