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Después de ómicron va pi
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Después de ómicron va pi

Actualizado 04/12/2021
Tomás González Blázquez

Después de ómicron va pi | Imagen 1

Si las autoridades competentes en meteorología decidieron asignar nombres de personas a los huracanes y las borrascas que nos van complicando la vida aquí y allá, algunos de tan trágico recuerdo, las sucesivas mutaciones del maldito SARS-CoV-2 (¡qué ganas de dejar de escribirlo!) nos presentan las letras de un alfabeto griego que muchos españoles ya no hemos estudiado y aprendido en el colegio o el instituto. Lengua muerta, dicen. Bien viva, digo yo.

Así me lo parece a diario, cuando pongo en práctica la placentera tarea de escribir en las historias clínicas muchas de aquellas palabrejas que resonaban en las lecciones de lenguaje científico que impartía la profesora Gutiérrez Rodilla en primero de carrera. Nos aclaraba Bertha que el dolor es algia, la lentitud del ritmo cardíaco podemos resumirla en bradicardia, un cangrejo no sirve como eufemismo de cáncer, lo colérico nos remite a la bilis, cuando quitamos una parte hacemos una ectomía, si averiguamos estamos diagnosticando, no debemos confundir miel con médula ósea ni un mico con un hongo, las proctitis ocurren? en ese lugar, los atributos masculinos podrían cultivarse como orquídeas, y si algo se estrecha, se estenosa. Puede que no le faltara tanta razón a Jardiel Poncela cuando afirmaba con sorna que "la Medicina consiste en acompañar al sepulcro con palabras griegas".

Mucha vida hay, claro que sí, en el griego y el latín castigados con saña por cada ley educativa que sustituye a una anterior que apenas puede evaluarse, porque ni tiempo se da a saber si de algo ha servido la parafernalia legislativa acompañante. Griego, latín y en general la cultura clásica y las humanidades se ven arrinconadas en un mundo que parece orientarse a una ciencia y una técnica que comprende con dificultad. Así se ha demostrado de manera clamorosa en estos veinte meses de pandemia, a la vista de cómo tantas personas no terminan de aceptar que los numerosos grises de la Medicina rompen sus binarios esquemas de blanco y negro. La renuncia a las humanidades ha debilitado la formación de las nuevas generaciones, incluida la de bastantes profesionales de la ciencia. Escribe bien, aunque triste, sobre ello mi amigo Javier Blázquez, que lucha cada día por transmitir a sus alumnos el amor a unas disciplinas fundamentales.

Yo no tengo alumnos, acaso algún compañero embarcado en el MIR (¡cuidémoslo!) que se deja caer por una de mis guardias, pero ya me toca en casa ponerme al día de los temarios de 2º de Primaria. El miércoles pasado tuvimos examen de las unidades 2 y 3 de Religión. Entre otros asuntos, los "muchos hijos" de Jacob y el "mucho tiempo" que llovió cuando el Diluvio Universal. Fui incapaz de referirme a la prole sin decir que fueron doce (¿recuerdan sus nombres?) y a las precipitaciones sobre el arca de Noé sin concretar que jarreó durante cuarenta días. Sabiendo por qué doce y por qué cuarenta va uno mucho mejor formado a visitar la Catedral de Salamanca o el Museo del Prado, o a manejar y disfrutar el calendario de las fiestas, o a entender una obra literaria, se tengan siete o setenta años, o setenta veces siete.

Entre el alfa y la omega, bueno es saber que después de ómicron va pi, cifra y letra, objeto de deseo de todos los estudiosos de la geometría. Curiosamente, el día del número pi, 3.14, es el 14.3, nuestro 14 de marzo de la alarma inolvidable, y ahora será, quizá ya lo sea, una nueva variante del virus. Ojalá se demuestre vulnerable a la circunferencia de tratamiento y prevención donde aspira a atraparla nuestra Medicina, que nunca será infalible pero siempre habrá de ser humana. Si no, no será Medicina.

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