¿Dónde ha quedado ya el sentido de la auténtica Navidad?
El 28 de noviembre, una vez terminado el año cristiano o litúrgico anterior, daba comienzo el nuevo año litúrgico, con la celebración del primer domingo de adviento. Cuatro domingos de adviento, o cuatro semanas, que nos llevarán justamente al día de Navidad, referencia suprema de esta primera parte del año.
Adviento significa venida o llegada, y es un tiempo de espera ante la llegada del Sol naciente, el sol de justicia, Cristo el Señor y Mesías. Anunciado por los profetas, sobre todo Isaías, Juan el Bautista y María, la Madre que ofrece al Niño que va a nacer, el refugio y el compartir de su propio vientre.
Navidad es tiempo de nueva vida, ofrecida por el Señor Dios y aceptada por cuantos hemos conocido y profesamos este misterio. La vida que nos trae y nos ofrece el nuevo Sol, nos hace partícipes del gozo que nos trae el Mesías. Por eso celebramos y cantamos en el tiempo de Navidad.
Y por eso endulzamos la vida con polvorones, turrones y otros dulces navideños. Y por eso encendemos luces y montamos belenes que nos recuerdan y actualizan el gozo de la llegada del Salvador.
Lo llamativo es la impaciente espera que nos hace adelantar los símbolos de la Navidad, pero que está ajena a lo que realmente celebramos, de modo que, cuando se aproxima lo que estamos esperando, ya llegamos cansados de luces, villancicos, dulces, comilonas, regalos, que nos saturan y nos aburren antes de que llegue la realidad de lo celebrado.
En Salamanca, el ayuntamiento celebró la apertura del tiempo navideño en la Plaza Mayor con villancicos de los coros del mismo ayuntamiento y el encendido del artilugio plantado en la misma plaza. Y aún no había llegado ni siquiera el mes de diciembre. En otros ayuntamientos, las luces que alumbran profusamente sus calles con un gasto ciertamente injustificable, tanto más en tiempos de crisis como éstos por los que estamos pasando, esas luces se encendieron con tiempo más llamativamente mañanero, y con alarde y presunción de la mejor muestra de grandeza frente a pueblos de menores manifestaciones callejeras.
¿Dónde ha quedado ya el sentido de la auténtica Navidad? Desde luego que necesitamos un largo y profundo adviento de conversión y preparación. Cuatro domingos o cuatro semanas aparecen manifiestamente insuficientes. La Navidad, como tantas otras fiestas de origen e intención cristiana, se está quedando en una larga riestra de ofertas de consumo, que acaban con la paga extraordinaria, del que la tenga, por supuesto. Y está bien lejos de la muestra de humildad que nos ofrece el Niño que nace en una simple cueva de Belén, y es recogido entre las pajas de los pobres animales que no dudan en compartirlas.
Es verdad que, aparte de los juguetes, y de las comidas de familia o de empresa que abundan en estos días, procuramos hacer campañas de alimentos, de viviendas o de otras necesidades de urgencia, como las provocadas por el volcán de La Palma. Pero aun estas muestras de solidaridad están secularizadas y generalmente ajenas de cualquier sentido religioso. Se pierde así una magnífica oportunidad de dar un sencillo sentido de fe a esas obras de caridad o de cercanía al necesitado.
Tiempo nos queda, en el proceso del adviento, para recuperar y prepararnos a una correcta celebración de la Navidad. La oportunidad nos la ofrece el mismo tiempo de adviento, tiempo de espera y de esperanza, tiempo de conversión, de oración y de cambio, que nos abra y nos prepare para la llegada del que viene, de Jesús, el Salvador del mundo, de las familias y de las personas. Despertemos del sueño o de la modorra que nos adormece, y allanemos los caminos por los que llega el que va a nacer, y encontremos junto a él, como los pastores o los magos, a quien es la causa de nuestra auténtica salvación.
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