He nacido al Norte del río Duero; no muy al Norte, pero al Norte, en un pueblo pequeño distante más de 30 km de la urbe más cercana. Este es un dato importante cuando se trata de ese animal mítico. El lobo, en efecto, es un animal mítico por dos razones, una antigua y otra moderna; la moderna es la gran capacidad de comunicación del amado y recordado Félix Rodríguez de la Fuente, que tanto nos ayudó a amar nuestra fauna y nuestro medio natural, aunque algunos de sus videos tuvieran truco pues es sabido que los animales -casi como los humanos-, cuando se saben observados, se comportan de modo diferente a como lo hacen en su estado natural; son como las partículas cuánticas: cuando las observamos no se comportan con normalidad, de modo que no podemos llegar a conocerlas bien.
Pero aquellos videos cumplieron el objetivo programado por el gran Félix, que era que los telespectadores de La 2 llegáramos a amar nuestra fauna, y no tanto a conocerla, que eso es cosa de las Facultades universitarias y de los humanos que viven y trabajan ?y cazan- cada día en el campo, en la Naturaleza. Los videos de Félix, como los de National Geographic o WWF u otros grupos ecologistas, tienen una grave limitación para la mayor parte de la población, que somos o hemos llegado a hacernos urbanitas: en esos videos no puede captarse el olor de la Naturaleza. No sabemos cómo huele la cagada de un lobo ?parece que mejor que la de can doméstico alimentado con comida procesada-, ni cómo hiede una oveja preñada destripada por el lobo, con el feto de corderito muerto al lado - ¿o el superdepredador fue un perro salvaje? - ; tampoco el aroma dulzón y embriagador de la jara en flor, ni de la tierra honda recién arada.
La causa "antigua" que mitifica también al lobo son los cuentos infantiles, a veces poco infantiles, por cierto, como Pedro y el lobo convertido en Sinfonía por Prokofiev en 1936, con escaso éxito de público al principio. O Caperucita Roja, cuento popular transmitido oralmente y transcrito y adaptado por Perrault o los hermanos Grimm y muchos otros sobre lobos feroces, lobitos buenos y Lobatos, muy presentes en el imaginario y en la Pedagogía ?sí, con mayúscula- de las Manadas de los scouts pequeños.
Como no soy ganadero, ni cazador, ni técnico del Ministerio o de la Consejería de Agricultura o de la Transición ecológica, sino un niño de pueblo devenido urbanita con el tiempo, como consecuencia del Vaciamiento -¿o despoblamiento?- del Mundo Rural, me limitaré a compartir algunas experiencias mías o de mis hermanos y amigos de la infancia e intentaré sacar de ellas algunas conclusiones que no pueden ser, obviamente, apodícticas.
Gapi y Alejandro, vecinos de mis abuelos maternos, y otros amigos del pueblo cuyos padres eran pastores de ovejas, durante mi infancia me hablaban de que habían visto el lobo ?probablemente lo habían visto sus padres, pero todos estábamos en edad de fardar y presumir- en el bosque de Belver de los Montes, a la sideral distancia de 8,7 km en línea recta de mi pueblo, aunque para llegar de uno a otro había que salvar el enorme escollo del río Valderaduey, cuyo cauce está prácticamente seco durante largas temporadas hasta el punto de dudar si hay o no río (a saber "corriente continua de agua, más o menos caudalosa, que desemboca?").
Me daban envidia los niños de Belver porque tenían árboles cerca, mientras que en mi pueblo había que andar dos kilómetros para poder estar a la sombra de alguno en alguna huerta. Esa ausencia de árboles en mi pueblo podía explicar la escasa o ninguna presencia de los lobos hace sesenta años. Ahora no es así: Julio y Francisco, actuales vecinos, pastores de vocación y profesión, se siguen atreviendo a sacar las ovejas al campo de vez en cuando, pero se cuidan de no dejarlas solas y las recogen antes de que falte la luz y ya no se pueda ver, a simple vista, en las anchas planicies de la Tierra del Pan, el furtivo merodeo de los lobos, amparados en la creciente oscuridad.
Algo ha cambiado desde hace, digamos, quince ? veinte años; desde entonces los lobos no viven, porque de momento no hay bosque que les oculte, pero pasan frecuentemente por mi pueblo. Esta presencia de los lobos detectada en mi pueblo y en otros muchos lugares del Centro de España, alejados de la frontera natural del Duero, puede deberse, al menos, a dos razones, entre otras: o bien las manadas de lobos han caído en la cuenta de que las asociaciones ecologistas les protegen y, lo que es más, enterados de que en los Ministerios de Transición Ecológica y de Agricultura, estaban empezando a elaborar un proyecto de Ley que acabaría prohibiendo su caza, se han empoderado y campan por sus respetos sin preocuparse del hombre, ni del mastín, ni de la escopeta, colgada definitivamente en la espetera del desván...excepto en el caso de los furtivos, que haberlos húbolos y haylos. La otra hipótesis, a mi modo de ver más racional, es que hay más lobos que antes. Muchos más. ¿Cuántos? Doctores tienen las Asociaciones ecologistas y los Ministerios y Consejerías.
Es cierto que el lobo, en la cúspide del sistema trófico, como superdepredador que es, es también inteligente, pero no tanto como para entender, en menos de un año, el farragoso lenguaje jurídico de las leyes, mucho más si están redactadas en español inclusivo.
Ahora bien, si hay más lobos que antes y si la Ley que impide su caza al norte del río Duero no ha podido tener un efecto práctico positivo en el crecimiento vegetativo de la especie en unos pocos meses, deberíamos pensar que los responsables y causantes del crecimiento demográfico de los lobos son los que han convivido con él durante los últimos siglos, a saber: ganaderos, labradores, madereros, cazadores? Se quejan estos colectivos humanos, sin embargo, de que los legisladores y los Ministerios implicados no han contado con ellos y han impuesto una concepción ecologista que, al no estar consensuada con los que también conocen, y bien, al lobo, se ha convertido en pura ideología. Y ya sabemos lo que pasa cuando los ideólogos se meten a políticos, que la cagan como Platón en Siracusa. ¡Mira que ha llovido desde entonces y no acabamos de aprender! El hombre es el único animal que tropieza ene veces en la misma piedra, sin caer nunca en la cuenta de nuestro error, quizá porque, al contrario que los animales, nos falta equilibrio en la gestión de nuestros instintos y, a más a más, no acabamos de integrar bien nuestros instintos con la Ciencia y con el Sentido Común, el menos común de los sentidos, al parecer. Pero sigue habiendo una forma de paliar el error: Ciencia, diálogo, acuerdo ?y sentido común. Justamente los factores que han faltado en la gestión de esta Ley y están faltando en su aplicación.
Y, como siempre, "el que más sepa, que más diga".
Antonio Matilla, niño y cura de pueblo.
(foto superior: castillo y alrededores de Belver de los Montes, Zamora; foto inferior: ovejas muertas por un ataque de lobos en un pueblo también de Zamora)
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