Miércoles, 24 de abril de 2024
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Sesenta y cinco
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Sesenta y cinco

Actualizado 29/10/2021
Mercedes Sánchez

Llegó un día, de repente, y nos abrió sus puertas de par en par, con sus tubos de rayos catódicos recién peinados, y una pantalla de esquinas redondeadas inserta en un mueblecito rectangular que, casi siempre, imitaba madera y tenía un gran volumen (me refiero ahora a lo que abultaba, porque para cambiar el nivel al que se oía había que levantarse varias veces a girar uno de los botoncitos que tenía en el frontal).

Cambió muchos hábitos en los hogares y fuera de ellos. Costumbres y formas de relacionarse mutaron de pronto. Las familias, que comían alrededor de una mesa escuchando la radio, tuvieron que cambiar la estructura de sus salas de estar y comedores para poder ver a esa novedosa y deseada diosa llamada televisión. Y lo que fueron conversaciones que unían a la familia al interesarse cada uno por lo que hacían sus convivientes pasó a ser comer la sopa en boca cerrada aunque todo el rato abierta mirando la tez en blanco y negro que asomaba por aquella ventana para darnos las noticias. Rápidamente aquellos nombres empezaron a ser conocidos, tanto como sus rostros, asomándose a diario a nuestra mesa camilla.

Lo mejor era que te trajeran la tele y la ubicaran en el lugar previamente elegido lo que, por cierto, no resultaba nada fácil, porque no debía estar de frente a la ventana para evitar que hiciera reflejos, ni muy lejos de la toma de la antena para no tener engorrosos cables por medio. En muchas casas hubo grandes debates, pues había que contemplar situarla en un sitio donde se viera tanto desde los sofás como desde la mesa de comedor. Y claro, si la familia se componía de varios miembros, siempre sobraba alguna cabeza (a veces una cabeza bien hermosa), que tenía que hacer lo posible por apretujarse, intentar encogerse, o no levantar mucho la cara del cocido para no impedir la visión a los demás y así evitar discusiones y roces.

Lo peor, con diferencia, era tener que esperar a que viniera el técnico a montarla y a explicar su funcionamiento. A veces, incluso, había que mirar con atención la esfera de los relojes hasta que comenzara la emisión, porque solamente había conexión unas horas al día. Lo primero era entrenar la paciencia hasta que llegara el comienzo de la carta de ajuste, que era una especie de cartulina que se mantenía enfocada con una cámara desde los estudios centrales en el Paseo de la Habana de Madrid. En ella, además de las letras tve, había dibujada una circunferencia y una serie de cuadros y líneas con matices desde el blanco hasta el negro, pasando por una gama de grises, que servían para ajustar el brillo, tono, contraste, con el fin de sintonizar la emisión de forma que permitiera ver los programas con una calidad óptima. De fondo podía oírse música clásica para comprobar el sonido. ¡Cuántas personas habrán contemplado nerviosas ese amasijo de trazos hasta que empezara la programación!

El mayor castigo era, cuando ya estaba todo funcionando, que aparecieran las frecuentes y molestas interferencias que dejaban con las ganas de ver el programa favorito. En aquel tiempo abundaban los buenos musicales con artistas internacionales de todos los géneros, y el apasionante teatro con los mejores autores clásicos y de la época interpretados por los más prestigiosos actores del momento.

Durante estos 65 años desde que se creó Televisión Española, han cambiado muchas cosas. La tecnología de los aparatos ha evolucionado, los modelos son cada vez más finos, los mandos a distancia nos mantienen aplastados en el sillón hasta la hora de ir al gimnasio a movernos, apareció el color, ha aumentado el número de canales y de formas de ver, las pantallas tienen cada vez más pulgadas pero se puede seguir todo a través del ordenador y de los pequeños teléfonos que nos mantienen instantáneamente conectados con el mundo, y sobre todo ha cambiado infinitamente la forma de comunicarnos y de relacionarnos en nuestro día a día.

La televisión, y los móviles cada día más, nos transportan, con una pulsación, a otro lugar. Desde contemplar llegar a la Luna hasta hacerlo en Marte. ¿Podemos acaso imaginar qué ocurrirá en los próximos 65 años?

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