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Recuerdos de un niño del Barrio del Rollo, 2ª parte
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Recuerdos de un niño del Barrio del Rollo, 2ª parte

Actualizado 19/10/2021
Antonio Matilla

Recuerdos de un niño del Barrio del Rollo, 2ª parte | Imagen 1

Voy a refrescar mi memoria histórica ?y por tanto, subjetiva- sobre la creación ?erección canónica sería la palabra técnica- de la parroquia del Nombre de María, cuya sede está en los bajos del edificio que da a la Glorieta del Rollo, al Paseo del mismo nombre y a la calle Orense, como si fuera un navío enfrentado a otro, "La Pajarera", delimitado también por la Glorieta y por las calles Filipinas y Colombia.

Resulta que fui ordenado presbítero -sacerdote, vaya- en un garaje. Sí, porque un taller mecánico o un garaje hubiera podido ser el bajo que llegó ser parroquia del Dulce Nombre de María, que es una redundancia del Nombre de María, lo de dulce, digo. Eran los años en que la Iglesia española estaba acercándose a la clase obrera y sus templos y locales parroquiales debían estar en consonancia con el modo de vivir y trabajar de los obreros. Hay muchas parroquias en Salamanca que son expresión de ese deseo obrerista de encarnación: Nombre de María, San Isidro, San José, San Mateo o la Anunciación, Cristo Rey, San Juan de Ribera. Ahora es lo propio ordenarse en la catedral, que es la sede del obispo, pero entonces lo normal era hacerlo donde uno había hecho las prácticas pastorales.

Otros complejos parroquiales quizá tuvieron una visión más amplia y se construyeron como templos exentos, modernos, más o menos agraciados arquitectónicamente, compaginando la intención de encarnación en los barrios, pero sin renunciar a la dignidad estética, que no está reñida, sino todo lo contrario, con la vivencia comunitaria de la fe: el Milagro de San José, fruto de donaciones ladrillo a ladrillo pero con relieves de Núñez Solé, lo mismo que Fátima, con su maravilloso Vía Crucis del mismo autor, Es probable que las secuelas de nuestra Guerra Incivil impidieran seguir la estela marcada por el neogótico de San Juan de Sahagún. Otros complejos parroquiales más modernos tampoco pudieron seguir esa estela, probablemente por falta de medios y porque no estaban los tiempos para exhibiciones constructivas, si bien hicieron un esfuerzo de modernidad no siempre práctica y de difícil mantenimiento, como es el caso de los complejos parroquiales de Lourdes, Santa Teresa, la Sagrada Familia del barrio del Zurguén o la misma parroquia de Santa Marta y sus filiales del Carmen y de Santiago, financiada ésta por sus feligreses. Una excepción digna de mención por su atrevimiento arquitectónico y su simbolismo fue la parroquia de San Juan de Mata.

Ahora que me acuerdo: había quedado en explicar un poco el origen de mi parroquia, Nombre de María. Cada uno cuenta la feria según le va en ella y a mí me fue bien. De entre los muchos recuerdos que se me abalanzan a la memoria destacaré solo tres:

Uno es la magnífica relación que tenían Antonio, mi padre, primer presidente de la Junta Parroquial -hoy diríamos Consejo de pastoral- y D. Heliodoro, el párroco. Eran opuestos en política pues mi padre había hecho la guerra en el bando "nacional", mientras que D. Heliodoro era de tradición socialista desde la cuna. Cada uno sabía cómo pensaba el otro, pero eso no impedía que ambos trabajaran por el bien de la parroquia y del barrio y que, además, se quisieran, con el apoyo de mi madre, María Cruz, metida también de lleno en asuntos parroquiales. La relación entre mi padre y Heliodoro creo que puede considerarse un anticipo de lo que después fue la Transición.

Heliodoro Morales Hernández era una persona y un sacerdote brillante: enamorado de la Biblia ?de hecho pasó un año entero en Jerusalén, viviendo con los franciscanos del Santo Sepulcro-, buen predicador, gran latinista, buen conocedor y seguidor de Theilard de Chardin, nos llevó muchas veces a los monaguillos a Cabrerizos a ver fósiles y a buscar restos de cerámica romana y teníamos largas charlas con él sobre la teoría de la Evolución, la Informática ?fue un adelantado en el manejo de ordenadores y se fue una temporada a Houston a aprender informática-, la Historia de la Iglesia?No había tema por el que no sintiera curiosidad y nos la contagiara a los adolescentes. También le acompañamos muchas veces al barrio de Puente Ladrillo, que entonces estaba empezando a formarse y él apoyó a las familias que construían su casita, aunque fuera de modo ilegal, para conseguir mejoras en la urbanización, el agua y los desagües, la electricidad y, sobre todo, la conciencia de barrio a través de la parroquia y de la Asociación. De hecho por algo fue que el barrio le dedicó en vida el nombre de una calle: Calle de Heliodoro Morales.

Dos: a D. Heliodoro le ayudaban unos seminaristas del Colegio de El Salvador, donde yo acabé cursando mis estudios eclesiásticos y donde me preparé para la ordenación diaconal y sacerdotal. Parece ser que el apoyo de D. Heliodoro fue decisivo para que el obispo D. Mauro aceptara la ordenación, pues yo no debía ser de mucho fiar por haber andado metido en cargos de representación estudiantil y en luchas pacíficas antifranquistas y de reclamación de la democracia en los finales de los sesenta y principios de los setenta del Siglo pasado. Estos seminaristas, Paco Bartolomé, Ricardo Rico Basoa y José María ?no recuerdo el apellido- nos introdujeron en el Aspirantado de Acción Católica, que era por entonces una copia fidedigna del Escultismo Católico francés y, de hecho, Paco Bartolomé había sido Comisario Scout en Zamora antes de venir al Seminario abandonando su Carrera civil. Nos organizaron en tres patrullas: los Castores, cuyo líder era mi amigo Álvaro Espina que, andando el tiempo se casó con la después ministra de Felipe González, Dª Rosa Conde, y llegó a ser Economista del Banco de Bilbao y uno de los asesores más cercanos de D. Joaquín Almunia durante las negociaciones de entrada de España en la Unión Europea. Su hermano Edmundo, también amigo mío, era el jefe de la patrulla de los Leones y yo lo era de los Águilas, cuyo lema era "Por las alturas" y a la que pertenecía también Antonio Martiño, otro amigo inolvidable. En cada reunión de patrulla leíamos un trocito del Evangelio e intentábamos aplicarlo a la vida concreta de cada uno y de la Patrulla, una Escuela de Evangelio que fue penetrando en mi conciencia y, en su medida infantil y preadolescente, en mis sentimientos y en mis obras.

Tres y última, por el momento: el Evangelio y la Sagrada Escritura, la Biblia, vaya, continuó entrando en mí también de un modo un poco más maduro y sistemático: El profesor de Teología del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca, D. Casiano Floristán Samanes y su ayudante D. Jesús Burgaleta Clemos, navarros ambos, estaban protagonizando, junto con las Misioneras Seculares de la Casa de Espiritualidad del Rollo, la introducción en la parroquia del Nombre de María de la Liturgia renovada del Concilio Vaticano II, entonces en pleno desarrollo. No se trataba solo de celebrar la misa en castellano y adornarla con una buena estética y mejores cantos, sobre todo de Lucien Deiss, el gran músico religioso francés; cada semana nos reuníamos en la trastienda de la Librería PPC, que estaba en la Plaza de las Agustinas, donde ahora se encuentran Enmarcaciones Chordi, para leer y explicar los textos litúrgicos del domingo siguiente, e intentar sacar conclusiones prácticas para la vida de la comunidad y preparar moniciones, peticiones y gestos, con la recomendación expresa y permanente de que las rezáramos por nuestra cuenta durante el resto de la semana, hasta la celebración dominical.

Fueron años intensos, como todos los de cualquier adolescente, que luego fueron derivando, poco a poco, en la maduración de nuestras opciones personales de vida.

Hubo, desde luego, otros muchos factores que nos ayudaron a crecer como personas, como cristianos y como ciudadanos: la vida del barrio, el Kiosko de la Sra. Rosa, la radio, el almacén de maderas del Sr. Espina..., pero de ellos escribiré la próxima semana, Dios y mi moribundo ordenador mediantes?

Antonio Matilla, sacerdote.

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