Sábado, 20 de abril de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
El vuelo de los ángeles, Luciano Díaz-Castilla
X

El vuelo de los ángeles, Luciano Díaz-Castilla

Actualizado 01/10/2021
Redacción

Hasta mañana 2 de octubre, festividad de los Ángeles Custodios, el pintor abulense Luciano Díaz-Castilla expone "El vuelo del ángel" en la Capilla de Santa Catalina de la Catedral de Salamanca

Nimbado de luz y ángeles, el pintor abulense Luciano Díaz-Castilla se desplaza por la Capilla catedralicia salmantina con el gesto pausado de quien hila su hermoso discurso más allá de los tiempos apresurados, las obligaciones de la tradición, las convenciones del arte mismo. Cambia para nosotros la luminosa estancia de su estudio en el Valle del Corneja, en Piedrahíta, por la capilla iluminada de Santa Catalina, también llamada de la música, donde los ángeles de piedra policromada que realizara en el siglo XV Francisco Gallego, tañen la armonía celeste en nervaduras y ménsulas. Un espacio de luz destinado, como nos cuenta el deán de la catedral, don Antonio Matilla, a ser la primera biblioteca de la universidad, dedicada ahora a privilegiada sala de prensa. Capilla donde se guardan los instrumentos del Maestro Salinas y la tumba del músico salmantino Doyagüe, ahora convertida en magnífico e inusual espacio museístico en el que se suspende el aire de su vuelo, el de los ángeles de un pintor muy cercano a la mística de su tierra.

Charo Alonso: ¿Es este espacio el más adecuado para tu exposición sobre los ángeles?

Luciano Díaz-Castilla: En principio diré que la catedral de Salamanca es el "santo y seña" de la ciudad. Si me preguntan qué "visión" tengo de la ciudad, sería cómo sus catedrales dominan sus espacios y se elevan hacia la altura, creando entre sus piedras doradas y sus cielos cambiantes una armonía inigualable. Para mí es un lugar esencial. Por esto considero que es el espacio adecuado para exponer esta obra que lleva por título "El vuelo del ángel" ya que no se trata de una obra cualquiera. Y, para mí, este espacio es tan grandioso, que creo que aquel que se acerca a él, percibe en su interior ese "algo" tan sutil e indescifrable que, aunque dure un instante, te hace ser otro.

Ch.A.: El entorno influye en el espectador cuando visita esta muestra. ¿Es el contrapunto perfecto para la obra?

L.D.C.: Cuando un espacio penetra en tu interior y te comunica, te sugiere o te provoca y te encuentras con una exposición que no rompe la armonía ni el equilibrio de lugar sigue el ritmo de lo contemplado, como sucede con "El vuelo del ángel", y el espectador puede llevárselo en su museo imaginario, se ha logrado el fin que se deseaba. El espíritu está ahí, ese algo tan singular y tan especial que trasmite este espacio.

Ch.A.: Tu obra siempre se sitúa en esos espacios del espíritu. ¿Cómo se pinta lo invisible, la transcendencia? Porque los ángeles son seres misteriosos, emisarios de lo divino, espíritus protectores?

L.D.C.: Lo invisible se expresa con el color de la luz. Lo sublime, lo transcendente, lo inasible, lo inefable se tiene que hacer vivencia en el alma para, con su fuerza interior que como don del cielo se nos da, seamos capaces de manifestar e iluminar caminos y abrir nuevas sendas. Considero que si mi lenguaje le ha impactado a alguien en el fondo de su ser, me siento un privilegiado.

Ch.A.: La exposición se acompaña de breves textos sobre los ángeles ¿Cómo surge esta larga serie?

L.D.C.: Cuando te enfrentas a una obra de arte te está comunicando algo distinto cada día porque el soplo del arte es como el vuelo de un pájaro? se va y dices ¡Qué bello! Pero no reparas en los giros que hacía. Todo tiene un espíritu aunque no lo veas, hay algo y lo haces vivencia tras la videncia, y cuando es constante, eso es una evidencia. Es élan vital de Bergson, la manifestación de algo que es sublime. Después de toda una vida surge algo porque lo tienes dentro. Es algo que surge porque he querido, sí, porque lo llevaba dentro.

Carmen Borrego: Y no solo has pintado la serie de los ángeles, sino que la has organizado y agrupado tú mismo en este lugar tan especial?

L.D.C.: El obispo me preguntó en qué estaba trabajando y cuando se lo conté llamó a Tomás Gil y me trajeron a esta capilla donde se ha expuesto este trabajo tan antiguo y tan moderno que está organizado en retablos como si fuera una intervención.

Ch.A.: A diferencia de toda la tradición pictórica, que ha sido mucha, incluso a diferencia de los ángeles de Gallego que nos sobrevuelan, no has tratado de humanizar a los ángeles.

L.D.C.: No he tratado de humanizar lo invisible, sino su vuelo. La belleza es el sumo grado del espíritu. A los ángeles los humanizaron demasiado en la antigüedad. Hoy hemos aprendido a manifestar otras realidades que se hacen vivencia en el espíritu sin necesidad de "figurarlas". He tratado de abrir la ventana del alma para que entre la luz del espíritu y, el vuelo del ángel, sea expresado en color.

Ch.A.: En un mundo tan materialista como el nuestro, es un atrevimiento hablar de transcendencia sin recurrir al esoterismo u otro tipo de discursos?

L.D.C.: El artista fue abriendo camino "golpe a golpe" ¿Esto es atrevimiento? Quizás lo sea, y si es así, es una forma de afrontar la vida. Hace años decía de mí un amigo: "Vivir es recorrer caminos nuevos/no doblegarse nunca/no claudicar por nada ni por nadie". Existe un contrapunto de lo invisible y lo material que es irreconciliable. Yo elegí el primer camino.

Ch.A.: ¿El camino de lo invisible? Es una paradoja viniendo del oficio de pintor.

L.D.C.: Hablar de oficio de pintor nunca me gustó. En mi larga vida aprendí muchas palabras con contenidos muy diversos, tales como habilidad, sensibilidad, curiosidad, aprendizaje, técnica, imaginación creadora, pasión, virtuosismo o virtud. Y supe qué era expresar con el alma. El día que tuve esta vivencia y se hizo videncia en mí, me lancé a expresar todo mi mundo interior con verdadera pasión. Y aquí sigo.

Ch.A.: Un mundo interior para un pintor que siempre se asocia con el paisaje, la luz de su tierra y, a la vez, con la transcendencia mística de Ávila.

L.D.C.: No me gusta hablar de paisaje. El paisaje invita a la confusión y recorta y reduce la naturaleza a la mínima expresión. La naturaleza suscita en mi interior la pasión de lo absoluto. La contemplé, me sumergí y la expresé durante 30 años todos los días en los que fue comunicándome el proceso de cómo la luz actuaba sobre ella en todo momento, y de esta íntima contemplación surgió la trascendencia que, quizás, se percibe en mi obra.

Ch.A.: Una obra que se identifica con la luz del Valle del Corneja?

L.D.C.: Mi valle me ha hecho a mí. Gredos me ha hecho a mí. Ávila y Salamanca me han hecho a mí. Pero no olvidéis que hacer paisajes es acotar. Yo estuve muchos años pintando en la naturaleza, no en el paisaje, en la naturaleza, en el campo, que es un concepto grandioso porque en él está el canto del pájaro, la espiga? elementos que quizás no pones en el cuadro o sí, pero que están ahí, asimilados a ti, como lo cambiante de una puesta de sol. La naturaleza crea instantes y el proceso de observación es muy profundo. Me hiere que digan de alguien que pinta paisajes. No se puede reducir todo a lo material, es la vibración del espíritu lo que capta el artista.

Ch.A.: Entonces tampoco te gustará que te llamen "el pintor del color".

L.D.C.: Si me consideran que soy el pintor del color es porque busco la esencia de la luz y en ella se encuentra el color, siendo su parte esencial íntima y secreta. Si se trata solo de la superficialidad que, habitualmente, damos al color, rotundamente no, es como lo que os he explicado del paisaje. Sin la luz no existiría el color. La luz lo penetra todo, lo invade, ilumina nuestro ser y nos transforma.

Ch.A.: Esta exposición y esta capilla son un prodigio de luz, y tú tienes la luz en el nombre. Luciano, el día de la presentación hablaste de la habilidad y del espíritu? ¿Me lo puedes explicar de nuevo?

L.D.C.: Era algo que los griegos sabían muy bien, una cosa es la habilidad y otra, la virtud. Sin el dominio de la primera, ritmo, línea, color? la técnica, no llegaríamos a la verdadera expresión del ser, el espíritu. Ambas forman parte de mí mismo y con ellas expreso mi vivencia interior.

Ch.A.: ¿Esa luz y ese paisaje de tu tierra son propicios para la mística? Has trabajado la obra de san Juan de la Cruz y sobre todo, de santa Teresa de Jesús?

L.D.C.: Lo da la tierra, la luz. Yo he viajado a Alemania buscando las huellas de santa Hildegarda y allí también había una luz especial? Entre Ávila, Medina, Salamanca? hay una luz especial que penetra en los ojos. Y luego está la dureza de la piedra, de la vida. San Juan de la Cruz nació en Fontiveros en la pobreza más absoluta y eso le hizo ver más claramente la luz. Somos hijos de la luz, sin ella el universo sería una catástrofe, no hay vida en la cara oculta de los planetas. La luz nos penetra hasta lo más profundo del ser que es como una forma sin forma, allí donde surge para el artista toda obra de arte. Si la luz nos penetra es porque somos capaces de asimilarla, incluso de ir creciendo en la luz.

Ch.A.: Tus ángeles parecen volar sobre el mar o flotar en el cielo, son esbozos que se reiteran como un eco y tienen vestiduras de luz?

L.D.C.: Los ángeles están en el ámbito celeste. Son eternos como Dios que los creó, porque para mí no existen los ángeles perversos, los ángeles caídos. Son emisarios, adoradores y son eternos porque han sido creados para la eternidad. Esta catedral fue neoplatónica antes que aristotélica, y ese es el espíritu que alienta esta obra nacida del mundo de la intuición. Siempre me dije que el vuelo del ángel es una bella metáfora?

Y es en esta infinita catedral de piedra donde los ángeles se elevan en las estancias destinadas a la sabiduría, música de las esferas, luz de toda luz, donde se iluminan, como en una miniatura medieval, los trazos a vuela pluma, las pinceladas de prístina inocencia que conforman los ángeles del pintor abulense. Por encima de la tierra quemada, el valle pétreo, los cielos de Benjamín Palencia, los tiempos detenidos de la transcendencia de Díaz Castilla, el espíritu de lo inefable se hace arte y nos estremece el roce de las alas de un pincel mojado en la luz de su valle, caricia de su vuelo?