En ocasiones, la literatura nos atrapa tanto por lo que hay detrás de las páginas como por lo que se refleja en ellas. La vida de los autores, muchas veces es tan fascinante como sus obras, se mezcla con la ficción, creando una mitología que perdura en el tiempo. Cuando las peripecias de estos escritores son trágicas o atribuladas, esa fascinación se traduce en un término que, mal que a algunos les pese, los acompaña en la imaginación colectiva: "los malditos".
El malditismo, que no es exclusivo de la literatura, sí que está íntimamente relacionado con ella. Quizás el punto de partida de esta estirpe de autores conectados entre sí por causas muchas veces ajenas a lo literario se encuentre en Los poetas malditos, libro en el que Paul Verlaine glosa la vida y obra de varios autores a los que conoció en vida.
Arthur Rimbaud,
¡Mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal
y me vierten en él chorros de sopa,
mi triste corazón babea a popa:
con las bromas sangrientas de la tropa
que brama un carcajeo general,
mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal!
Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado;
y de noche componen unos frescos
Personifica el mito del escritor endemoniado en toda su magnitud. Adolescente prodigio, de obra tan deslumbrante como breve, espíritu nómada y su temprana muerte? a los 37 años, hizo de él un mito que perdura en el tiempo y que sigue atrapando a los lectores tanto por su aura como por su obra.
Antes que Rimbaud, otro autor en lengua francesa (aunque nacido en Uruguay) se había ganado ya su puesto en el club: Isidore Lucien Ducasse, conocido por Conde de Lautréamont, creó Los cantos de Maldoror con apenas 22 años, obra que no fue editada en su totalidad hasta poco antes de su muerte por su carácter "supuestamente" blasfemo.
Oh pulpo de mirada de seda!,
tú, cuya alma es inseparable de la mía,
tú, el más bello de los habitantes del globo terráqueo,
que mandas sobre un serrallo de cuatrocientas ventosas,
tú, en quien residen noblemente como en su morada natural,
en perfecto acuerdo y unidas por lazos indestructibles,
la dulce virtud comunicativa y las divinas gracias,
¿por qué razón no estás junto a mí,
tu vientre de mercurio contra mi pecho de aluminio,
ambos sentados sobre alguna roca de la costa,
para contemplar ese espectáculo que idolatro?
Recuperado por los surrealistas, su acercamiento onírico al sadomasoquismo y lo obsceno, le instauró, en el panteón de lo oscuro y lo intrigante.
Entrado el siglo XX, los modelos de escritor perverso se multiplican. La imagen clásica del maldito se asocia popularmente a la de ese autor pendenciero, proclive alcohol y otras sustancias, como motor de su creatividad, vida desordenada y peripecias a menudo tragicómicas. En otras palabras, ese modelo lo encarna a la perfección : Charles Bukowski cuya figura a menudo fagocita a la de su obra. Otros motivos fueron los que llevaron a John Kennedy Toole a ingresar en este círculo. Su suicidio al no conseguir que La conjura de los necios se publicase, y su posterior éxito, premio Pulitzer, es el ejemplo de otra vía de entrada al malditismo de la tragedia.
La existencia torturada, por la mala suerte, enfermedad o una combinación de ambas, se asocia instantáneamente en la mente del lector al escuchar una serie de nombres. Es el caso de Sylvia Plath,
El jardín solariego
Las fuentes resecas, las rosas terminan.
Incienso de muerte. Tu día se acerca.
Las peras engordan como Budas mínimos.
Una azul neblina, rémora del lago.
Y tú vas cruzando la hora de los peces,
los siglos altivos del cerdo:
dedo, testuz, pata
surgen de la sombra. La historia alimenta
esas derrotadas acanaladuras,
aquellas coronas de acanto,
y el cuervo apacigua su ropa.
Brezo hirsuto heredas, élitros de abeja,
dos suicidios, lobos penates,
horas negras. Estrellas duras
que amarilleando van ya cielo arriba.
La araña sobre su maroma
el lago cruza. Los gusanos
dejan sus sólitas estancias.
Las pequeñas aves convergen, convergen
con sus dones hacia difíciles lindes.
Marcada por la depresión, un matrimonio infeliz y el suicidio, su obra poética hoy sigue siendo alabada y reivindicada. Otro personaje que es mi libro de cabecera
Alejandra Pizarnik.
DÍAS CONTRA EL ENSUEÑO
No querer blancos rodando en planta movible.
No querer voces robando semillosas arqueada aéreas.
No querer vivir mil oxígenos nimias cruzadas al cielo.
No querer trasladar mi curva sin encerar la hoja actual.
No querer vencer al imán la alpargata se deshilacha.
No querer tocar abstractos llegar a mi último pelo marrón.
No querer vencer colas blandas los árboles sitúan las hojas.
No querer traer sin caos portátiles vocablos.
Poeta de trágico final y versos deslumbrantes el gran Horacio Quiroga, una vida marcada por la enfermedad y la muerte de sus familiares.
Leopoldo María Panero, su historia familiar quedó recogida en la película El desencanto, convivió con la esquizofrenia que le llevó durante gran parte de su vida por distintos psiquiátricos.
A menudo el calificativo de maldito se aplica a autores que, en vida, apenas pudieron disfrutar de un merecido reconocimiento. Pero ser un autor alabado y leído, no le libra de la tragedia personal, su final trágico se asocia, con la etiqueta de maldito.
La última autora que voy añadir a este club, es Lucia Berlín, su obra ha sido recientemente recuperada y reivindicada después de una vida de alcoholismo y escasa difusión. No es menos cierto que sus relatos son descarnados, directos, fuertes. Pero también poseen la suficiente dosis de ternura como para teñir ese dramatismo que no es seco, sino contundente. No le hacen falta demasiadas palabras para ubicarnos ante una lavandería de Nuevo México rodeada de chatarrerías y tiendas de segunda mano, junto a indios que miran sin prisa cómo su ropa da vueltas y más vueltas en la máquina de lavar. Rápidamente estamos ante una reunión de borrachos en la cabina de un coche pasándose la botella o ante una clase de adolescentes en la que un chaval recién salido de la cárcel desafía a la profesora ? ¿fue ella misma?? o una mañana cualquiera en una ciudad pequeña, sin nombre en el mapa, tatuados, aburridos, hartos de todo y de nada, sin presente y menos aún futuro.
?Mamá odiaba la palabra amor. Le decía con el mismo desprecio que la gente dice la palabra furcia.
?Odiaba a los niños. Una vez la fui a buscar al aeropuerto cuando mis cuatro hijos eran pequeños, y chilló ´ ¡Quítamelos de encima!´, como si fueran una manada de dóberman.
La publicación de algunos textos; palian el dolor, pero jamás lo sustituyen.
Gracias a todos, por dejarnos entrar en vuestras almas, gracias por la belleza de los poemas, frases y pensamientos que quedaron escritos para deleite y mejor comprensión de los que os seguimos amando. ¡Quizá demasiado tarde!
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