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Unos por otros, la casa sin barrer
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Unos por otros, la casa sin barrer

Actualizado 06/09/2021
Francisco López Celador

Abundando en la teoría de que España es diferente, que somos un pueblo maximalista, dimos buena prueba de ello cuando nos dotarnos de un régimen democrático. Pasamos de un mando único a repartir la gestión de lo público nada menos que en cuatro niveles: Unión Europea, Gobierno Español, Autonomías y Ayuntamientos. Puestos a no querer asumir los propios errores, así lo tenemos muy fácil para "cargar el muerto" a otro.

Nuestra democracia ya es lo suficientemente adulta para que comencemos a llamar las cosas por su nombre. Cuando los partidos están en época de predicar ?léase campaña electoral-, juran por lo más sagrado su sincero compromiso de buscar el bienestar de todos los ciudadanos, hayan apoyado, o no, su candidatura. Conseguido el poder, cuando se trata ya de dar trigo ?léase gobernar-, si te he visto, no me acuerdo. Se me dirá que eso sucede en otros sitios. No es del todo cierto porque en otras naciones se miente menos y, cuando la situación lo requiere, se olvidan las disputas partidistas y, para solucionar las graves dificultades, suelen ponerse de acuerdo gobierno y oposición.

Seamos sinceros. En España no hemos alcanzado grandes acuerdos que, además de solucionar un determinado problema, hayan sido lo suficientemente duraderos como para dar por solucionado el tema. Si un gobierno ha adoptado medidas que han probado su eficacia ¿por qué modificarlas? Eso, tan frecuente en España, no sucede en otras democracias de nuestro entorno. Hasta que los políticos no adquieran conciencia de que, si ocupan los cargos ?y reciben sus sueldos-, es porque así lo han decidido los ciudadanos -a los que se deben en cuerpo y alma-, no podremos hablar de democracia plena. Para que sea posible, deben asumir que determinadas decisiones a tomar, aunque sean contrarias a sus postulados, pueden ser las más eficaces. Que por obrar así no perderán la esencia de su credo político, si con ello se consigue mayor bienestar para la mayoría de ciudadanos. Que, a la larga, no verán mermado su apoyo en posteriores elecciones. De hecho, esa es la esencia de las democracias consolidadas, donde los electores, a la hora de emitir su voto, se olvidan de los programas, pero no de lo que se ha conseguido, y de lo que se ha perdido.

La película de nuestra historia congeló la imagen en julio del 36. El ensayo de la Segunda República, encaminado a conseguir avances democráticos en libertad y en derechos humanos, por mucho que nuestra izquierda se niegue a reconocerlo, se quedó en un régimen adornado por la violencia y la falta de autoridad. Al final, degeneró en una revolución que, en ningún momento, buscó la conciliación ni la paz.

Hay historiadores imparciales, españoles y extranjeros, conservadores y progresistas, que han desmenuzado esa etapa dejando muy claro dónde y cómo se produjeron los asesinatos, incendios y saqueos, y quiénes fueron los responsables. Ese fracaso y ese caos fueron el origen de nuestra guerra civil. Con un gobierno republicano fuerte, justo y cabalmente democrático, nunca hubiera sido posible el enfrentamiento. En todo el mundo existen regímenes republicanos que han acreditado se buen hacer. Aquí siempre fracasaron. Ahora bien, no echemos toda la culpa de nuestros males al régimen y sí a los responsables de esa Segunda República; un quinquenio de zancadillas, empujones, y vendettas, convertido en mito y elevado a los altares de la política por quienes se niegan a reconocer la penosa realidad.

Ahora que creemos estar en una verdadera democracia, se supone que las zancadillas y revanchas deberían estar superadas, pero no es así. La bocanada de aire fresco que entró en la Transición, auspiciada por el verdadero consenso de todas las fuerzas, comenzó a hacer agua con la llegada de Zapatero y se está anegando con Sánchez al timón. No es que se estén perdiendo las buenas costumbres ?que también-, es que se legisla para desmoronar la democracia. Conceptos tan vigentes como la unidad de España, la independencia de los poderes del Estado, la garantía del complimiento de las leyes, la cohesión entre los territorios, el impulso a la economía, la educación o la sociedad, parecen miuras que nadie quiere lidiar. El primer espada da la espantada y sacude la responsabilidad sobre los hombros de los subalternos. Pero no sólo eso; es que, además, se niega a reformar el reglamento que permita ese cambio. Como piensan muchos españoles, cada vez somos menos democracia y más dictadura.

Desde que Sánchez se puso al volante de este vehículo que es España, se vio claramente que circulaba con dos frenos de mano: el de los socios de gobierno y de investidura. Con el escaso poder alcanzado en las urnas, unos y otros nunca pensaron influir en la marcha del vehículo, pero, al mismo tiempo, tienen muy claro que no encontrarán otro conductor que los deje subir a la cabina. Sánchez, por su parte, sabe que sin esos dos ayudantes le echan de la empresa, y por nada del mundo está dispuesto a contrariarlos.

Lo que de verdad preocupa el ciudadano de a pie es la pandemia, la crisis económica, el quebranto de la economía, la incertidumbre con inmigrantes y refugiados, la falta de medidas legales que aporten soluciones, etc. Pero, con un gobierno que no quiere tomar medidas que deterioren más su descalabrada imagen y una oposición que no vio aquel programa concurso llamado "La unión hace la fuerza", pues eso, la casa sin barrer.

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