Tal vez hasta se paralizó la circulación de la sangre. Y hasta los latidos del corazón. Iba por las calles de Salamanca y había una desolación absoluta. Como en el Valle de la Muerte, en el desierto de California, donde no crece ni una brizna. A eso lo llaman fiesta y descanso. Y celebración de la Virgen. A paralizarlo absolutamente todo durante tres días. Nunca experimenté una tristeza más absoluta, regresé inmediatamente a mi casa y me tomé unas cervezas con lomo.
Había estallado la bomba de neutrones, que respeta los edificios pero elimina todas las formas de vida. Siempre me espantaron esas fiestas terroríficas que varias veces al año lo paralizan absolutamente todo en Occidente. De repente no vive nada, no late nada, no existe nada. Las personas estarán escondidas como cucarachas debajo de los sofás, o engordando encima de los sofás, o tragando datos de internet sin fin con el culo en la silla. O si no se han ido todos en los mismos días a hacer lo mismo a las mismas playas.
Todos a freírse como salchichas en las playas después de trabajar todo el año. Y en las playas repetir la misma actividad aburrida durante toda su vida y el mismo masoquismo. Todos a tomar la misma cerveza y a mirar el mismo rascacielos impersonal junto a la costa destrozada y despersonalizada. Y a freírse sin fin bajo un sol prepotente que no deja ver nada ni deja pensar. Como San Lorenzo en la parrilla: dame la vuelta, que por este lado ya estoy hecho. El masoquismo rutinario y pasmón de todos los años. Y las ciudades convertidas en desiertos desolados, en espacios de lo que ha huido toda forma de vida. Así vivimos en el mundo moderno. Somos tan masivos y falsamente democráticos que nos alienamos todos en el mismo tormento.
Antonio Costa Gómez, Escritor
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