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Un problema sin solución
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Un problema sin solución

Actualizado 23/08/2021
Redacción

Los menores que a mediados de mayo llegaron a Ceuta a raíz del conflicto diplomático desatado entre España y Marruecos por la hospitalización en Logroño del líder del Frente Polisario Brahim Gali siguen siendo para todos un problema de difícil solución. El Gobierno de Ceuta no tiene capacidad para tener a tantos menores en condiciones dignas y la situación se ha hecho tan insostenible que hasta los ceutíes que les ayudaron al principio con ropa y comida ya empiezan a quejarse. El Gobierno central, que lleva afirmando desde el primer momento que trabaja de día y de noche para restablecer las relaciones con el país vecino, encontró por fin la solución: acordar con Marruecos su repatriación. Fuera por casualidad, fuera con intención, aprovechando que el puente del 15 de agosto ni el virus nos quita las ganas de viajar, empezaron las repatriaciones, pero los menores empezaron a huir de las Fuerzas de Seguridad para no ser devueltos a su país y el juez del juzgado correspondiente ha paralizado el proceso: según las denuncias el Gobierno no ha respetado los derechos que las leyes españolas otorgan a los menores inmigrantes. Pero no está claro que en la repatriación esté la solución del problema.

Según el ministro Marlaska, que por cierto, es juez y debería conocer las leyes, los menores, donde mejor están, es con sus padres, con sus familias, en su casa y en su ambiente. Tiene razón: los niños prefieren estar con sus padres con lo básico, antes que rodeados de lujos entre desconocidos, pero no todos los niños tienen unos padres que puedan, sepan o quieran quererlos. Desgraciadamente fueron pocos los padres que al enterarse de la desaparición de sus hijos volaron a localizarlos para rescatarlos, la mayoría prefieren que se queden aquí, sin duda porque piensan que tendrán más oportunidades de prosperar. "Cuando supimos que se abrió la frontera mi abuela me dio cinco euros y me dijo que me viniera", decía uno de los chavales. También los hay que no tienen padres, que son una carga para los parientes, que son obligados a trabajar como adultos, que sufren malos tratos, pobreza extrema, abusos de todo tipo? ¿Qué pasará por la cabeza de estas criaturas cuando aseguran que prefieren vivir de caridad en una nave sin luz y sin agua que volver a casa?

Quizá en breve se reanuden las repatriaciones, quizá sean ellos los que se cansen de vagar por las calles y decidan marcharse voluntariamente, pero en lo que no puedan vivir en su país como vivirían aquí si pudieran quedarse, seguirán siendo, para ellos y para nosotros, un problema sin solución.

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