Amo el futbol por muchos motivos.
Me ayudó a continuar en el internado, cuando vine a Salamanca con once años. Las dos primeras semanas me resultaron difíciles. Durante ellas le decía a Vicente, amigo y compañero del pueblo que vino conmigo: "Vámonos, todavía llegamos a vendimiar". Era septiembre y acabábamos de llegar.
Pero a los quince días ya era un líder en el único deporte que entonces se practicaba. Formar parte de un equipo y jugar era obligatorio en el colegio, en aquellos tiempos.
El futbol es un juego muy especial. Once contra once; en el que lo que cuenta son los goles y se suelen meter pocos. Por eso, no siempre gana el mejor.
Aprendes a ganar y perder. Tienes que colaborar con diez personas a la vez. Manejar estrategias de equipo y motivar a cada uno. Rubio se ponía a cazar grillos en medio del campo ¿Cómo motivarle?
Las reglas son claras, pero su aplicación es confusa, y más en esos campos cuyas porterías eran dos piedras. Hay que aprender a discutir, convencer o ceder.
Las estrategias de juego son esenciales y a esas edades la mayoría solo sabe correr tras el balón.
Disfruto mucho viendo los buenos partidos y los buenos profesionales. Los genios, como Mesi, me entusiasman. Como me ocurrió con Maradona. Pero estoy desolado por otros muchos aspectos económicos y políticos de este deporte. Usted seguramente ya conoce lo que mueve el futbol y sus corrupciones; También sus usos políticos. De hecho, por eso he ido en contadas ocasiones a los campos de juego.
Uno de los aspectos más insoportables es esa minoría, nada pequeña. que insulta, vocifera y escribe barbaridades en las redes sociales.
Esta minoría, cuando gana "su equipo" grita: "Ganamos, somos los mejores". Se ríen del rival y hacen héroes a sus jugadores. Cuando pierde su equipo: "Han perdido", son?. Gritan y escriben verdaderas crueldades. En realidad no saben ganar, ni perder.
Los presidentes son encumbrados o vituperados, también los entrenadores y no digamos lo que pueden llegar a decir de los árbitros.
Esta minoría, no pequeña, necesita saberse ganadora, arrolladora si puede ser, protagonista de una victoria sobre el enemigo. Identificarse con el que gana y humillar al enemigo. Si no lo consigue, su frustración justifica todo. El resto de la historia la conoce usted.
El partido y pos-partido son momentos para creerse importante, vencedor, sentirse unido a un grupo al que pertenece, el de los que ganan y desprecian a los derrotados. Y si pierden, la desolación y frustración se convierte con frecuencia en violencia verbal, escrita o física, al amor a sus jugadores se convierte en odio, se ensañan con algún jugador que tuvo un fallo, no metió el penalti, etc.
Que se lo pregunten a Morata o a un jugador británico negro. Los dos estuvieron a punto de ser héroes y acabaron insultados y despreciados. El Yo de estos hinchas necesita encarnarse en una persona victoriosa y no soporta descubrir su verdadera realidad, su propia miseria psicológica y social.
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