¿Es posible la vida sin internet?, ¿Podemos llegar a imaginarla?, ¿A qué te dedicarías? sin correo electrónico, sin redes sociales, sin Zoom o Netflix. ¿Qué harías si no estuvieras delante de una pantalla?
Muchas preguntas cuyas repuestas condicionan la forma en que vivimos. Nuestro contacto con familiares y amigos, nuestro trabajo, nuestras compras, nuestro ocio, el viajar, los servicios y hasta el acceso a la salud, están en internet. Nuestra vida depende de internet.
Parece un ejercicio estéril plantearnos estas reflexiones. Pero nunca están de más, porque esta dependencia tecnológica puede llegar a producir fatiga y, en consecuencia, fantasear sobre cómo andar por la ciudad, cultivar hortalizas en la huerta o el jardín, visitar o llamar más frecuentemente por teléfono a los abuelos, leer aquellos libros apilados que, en su día, te comprometiste a leer, o descansar sobre el poyo, a la puerta de tu casa, al fresco de una noche de verano.
La línea divisoria entre el trabajo, las largas jornadas laborales, la vida familiar y el ocio, se han desvanecido y, si a ello sumamos el efecto de la pandemia, resulta que nuestro bienestar se ha visto afectado de forma negativa. Científicos de la Universidad de Stanford han venido a confirma lo que muchos ya sabíamos, que las videollamadas conllevan un esfuerzo mental mucho más agotador que las interacciones y transacciones cara a cara, de forma presencial.
Cada vez que nos ponemos delante de una pantalla, concentramos en ella nuestra atención y estamos renunciando al contacto cara a cara, a la introspección en uno mismo, a una parte importante de las sensaciones, a nuestra conexión física y directa con los demás, con aquellos que pueden transmitirnos sus sensaciones y vivencias. Pareciera que esa virtualidad se haya llevado, también, parte de nuestra humanidad y de la de nuestros interlocutores en internet.
En 2013, Natalia Sanmartín publicó una novela titulada "El despertar de la señorita Prim", que se convirtió en un best-seller mundial, llegando a más de 70 países. Narra una historia acaecida en un pequeño pueblo idílico. En ella hace una crítica al estilo de vida moderno, un tanto impuesto, o al menos condicionado por internet, con la consiguiente pérdida de identidad que el abuso de la tecnología está produciendo.
Comparto con Sanmartín que el actual estilo de vida nos separa, nos aleja de la realidad, de lo concreto y natural, para sumergirnos en el mundo de las fantasías, de juegos o de realidad virtual. Pero esta, la realidad virtual, también es ya una realidad de nuestro tiempo. No comparto la idea de Sanmartín de que la actualidad sea el paradigma de todos los males, ni que solo en la contemplación platónica de la belleza está la virtud, buscada por tantos.
La virtud en estos tiempos también puede estar en el uso racional de internet y en que salgamos a vivir y a hacer directamente nuestros propios documentales en la naturaleza, a contemplar el cielo estrellado o a saborear el mundo viajero. Sin limitarnos a seguirlo u observarlo de forma pasiva como espectador en la pantalla del televisor, del ordenador o del móvil.
Con la alta tecnificación y la tecnología metida hasta los huesos, pensar en una vida sin internet es una quimera. Los españoles, como otros muchos a escala mundial, se han digitalizados, en parte obligados por la pandemia, y no quieren dar marcha atrás.
Las actividades y los servicios son cada vez menos presenciales, más virtuales, aunque, en muchos casos, sea a costa de la calidad de esos servicios, sobre todo en lo que al trato humano se refiere.
El cambio hacia una vida más digital, más dependiente de internet, está en marcha y algunos hábitos adquiridos durante la pandemia se mantendrán. Según el 2021 Consumer Security Mindset Report de McAfee, el 79 % de los ciudadanos seguirá utilizando la banca por internet. Un 74 % también continuará realizando compras personales por internet. De las personas consultadas, 7 de cada 10 llevarán a cabo compromisos sociales por videollamada y redes sociales. Pero, también, al 80 % le inquieta que le roben información financiera y, al 70 %, la posibilidad de que les ataquen en internet o hagan mal uso de su información personal.
Nos estamos deshumanizando a marchas forzadas. Las decisiones se toman en función del número de puestos de trabajo que se van a ahorrar y del abaratamiento de los costes. Dejando al ciudadano a que se entienda con internet, para prestarse a sí mismo el servicio, sin tener en cuenta el grado de conocimiento, familiaridad o de dominio que el cliente o ciudadano tenga de esa tecnología. Con lo que las personas de una cierta edad, las no nacida digitales, se quedan desamparadas, sufriendo la invasión de la tecnología. Quisieran, pero no les dejan vivir sin internet.
Escuchemos a Los Rehenes y su Amor por Internet
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