La poeta y profesora ecuatoriano/norteamericana Ivonne Gordon
Dejo conocer otro de los poemas que me están llegando y que se incluirán en la antología "El ciego que ve", dedicada a Antonio Colinas y dentro del homenaje que se le tributará en el XXIV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, previsto para los días 13 a 19 de octubre, por mí dirigido y formando parte del programa de actos de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes.
Ivonne Gordon Carrera Andrade (Quito, Ecuador, 1958). Doctora en Filología Hispánica y Teoría Literaria. Ejerce como catedrática de literatura latinoamericana en Estados Unidos. Es poeta, ensayista, crítica literaria y traductora. Ha publicado un libro de ensayos sobre la obra de Gabriela Mistral, La femineidad como máscara (1991); también ha publicado los poemarios, Nuestrario (Editorial Imprentei; México, 1987); Colibríes en el exilio (Editorial El Conejo; Ecuador, 1997) por este poemario fue finalista del Premio Extraordinario, Casa de las Américas; Manzanilla del insomnio (Editorial El Conejo; Ecuador, 2003) por el cual obtuvo el Premio Jorge Carrera Andrade; Barro blasfemo (Editorial Torremozas, España; 2010); Meditar de sirenas (Simon Editor; Suecia 2013, segunda y tercera edición, Editorial La Trastienda; Chile, 2014, 2019); Danza inoportuna, El Ángel Editor; 2016); El tórax de tus ojos (Amargord; Madrid, 2018); Ocurrencias del porvenir (Ediciones Hespérides; Argentina, 2018) Premio Internacional de Poesía Hespérides 2018; Diosas prestadas (Torremozas 2019), finalista del Premio Internacional Francisco de Aldana.
No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,
desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,
pues ya sé que, vacío,
en la hora en que todo ya parece morir
a punto está todo de nacer.
Antonio Colinas
Faltan siempre peldaños para llegar,
y sobran perdidas en el camino que siempre se desbaratan
en hilachas posibles de la nada.
No importa cuan frágil sea la arena, no importa
cuan movedizo sea el fango. No importa
la inconsistencia de la lluvia. Mis células caminan párpados,
mientras las pupilas esperan con sed la quietud
de la velocidad. Gira la rueda. Los ojos sienten
la báscula del corazón, no deseo volver atrás
ni desandar el camino con aire raído entre las raíces,
solo deseo permanecer sin movimiento ante el mundo fugitivo
que oscurece en un murmullo de un sauce que llora
detrás de un animal perdido, que de repente aparece
para arrancarme las nubes, donde nada perdura ni siquiera
la puerta envuelta en prodigios, donde recojo las lágrimas
de un perro en el intenso peligro.
El paso de ahora reconcilia el exilio de los huesos,
rectifica la luz del mar extendido. Hace del mundo
el reflejo más palpable. Sólo en ese paso, en esa hora
surge la vigilia más clara de todo simulacro,
y todo está a punto de nacer.
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