«¿La gente está loca? No, la gente está manipulada»
José Luis Sampedro
Tras un año con la actualidad informativa centrada en el curso de la pandemia y otras cuestiones adyacentes, durante el último mes han accedido al foco de las agendas mediáticas otros temas. Asuntos complejos, poco novedosos y que nos recuerdan las otras tragedias, las que no protagoniza el virus. Olor a una vieja normalidad a la que ?personalmente? no me gustaría haber retornado. Desconocemos cuando volverán añoradas actividades, como celebraciones sin límites u otras aglomeraciones sin medidas de protección. En cambio, ya hemos avistado evidencias de que el mundo postcovid continuará albergando vetustas problemáticas, en muchos casos agravadas por la gestión de la pandemia.
¿No creen que sería maravillosa una nueva normalidad en la que no tuvieran cabida las barbaries de la guerra, las tragedias migratorias o los esperpentos democráticos? Sin embargo, antes de la pregonada inmunidad de rebaño, han regresado a la palestra el conflicto palestino-israelí, las dinámicas de presión migratoria o el circo del separatismo catalán, entre otros escenarios poco alentadores. Todos ellos, actos derivados de la convivencia humana, dignos de la Biografía de la inhumanidad (Ariel, 2021), último libro del pensador José Antonio Marina que lo define como una "historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas". Grescas tan inhumanas como típicas de nuestra existencia en sociedad.
En los términos expuestos, no puedo evitar recurrir a las doctrinas del sociólogo Edgar Morin, que se refiere en diversas ocasiones a todos los hechos y sucesos humanos como eventos complejos, en tanto que resultan multicausales. La ininteligibilidad que acompaña a gran cantidad de eventos como los reseñados no impide la búsqueda de una explicación lógica para los mismos. Con todo, por encima de narraciones complejas que no aportan certezas, se elevan ?con cierta frecuencia? los discursos populistas que favorecen la emergencia de soluciones sencillas.Si se profundiza en la problemática de los flujos migratorios, su dimensión deshecha cualquier intento de dilucidación simplista, típica de los discursos aludidos, de la que emanen soluciones fáciles. No importa tanto la perspectiva como la amplitud del ángulo. Así, se observan ?a izquierdas y derechas? peroratas que limitan la respuesta a poner o quitar una barrera física que responda a la denominación de valla, muro o cualquier otro sustantivo. Bajar la persiana puede ocultar la realidad del problema, al tiempo que abrir las puertas de par en par sin capacidades reales resulta una quimera. Aquí, una vez más, nos topamos con lo que Zygmunt Bauman denominó como "crisis de la soberanía territorial", al ser el estado un receptor de problemas para cuya gestión no posee capacidades y cuyo origen excede el alcance de sus políticas.
En definitiva, quizás no estaría demás desatender públicamente a ciertos personajes que ?cual mesías? presumen de poseer soluciones fáciles y evidentes a dilemas salomónicos. La búsqueda debe centrarse en las soluciones complejas para problemas muy complejos.
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