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Recuperar la lentitud 
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Recuperar la lentitud 

Actualizado 23/05/2021
José Luis Puerto

La vida contemporánea, en las sociedades urbanas occidentales, pero también prácticamente en todo el mundo, está marcada por la velocidad, por la prisa, por la rapidez, por la instantaneidad? Es una vida al segundo, vertiginosa, acelerada, que impide pensar, reflexionar, meditar, tomar decisiones con plena conciencia.

Producto de tal tipo de vida es una enfermedad o dolencia psico-física, que padecen no pocos de los ciudadanos que viven en tal tipo de sociedades y que llevan un determinado modo de vida marcado por los horarios milimétricos, por el uso de los transportes para acudir al trabajo: el estrés. De ahí esa expresión, que de continuo se escucha en cualquier ambiente, y que forma parte ya de nuestra vida cotidiana y común, de: "?Estoy estresado".

Tal ritmo vertiginoso y acelerado de vivir afecta a todos los ámbitos de la vida: el trabajo y la producción (recordemos, en este sentido, la genial parodia de Chaplin en 'Tiempos modernos'), la vida familiar y las relaciones con los demás en cualquier ámbito.

Este tipo de vida está afectando la vida psíquica de los seres humanos, en no pocos sentidos: se pierde capacidad de concentración, de atención; no se soportan las lecturas sosegadas, ni las contemplaciones atentas de obras de arte, de la naturaleza; las conversaciones con los demás tienden a ser triviales?; y otras muchas pérdidas que podrían ser enumeradas.

¿Es sostenible tal dinámica? Comienza a percibirse, desde diversos ángulos, que no. Se habla del coste de salud psíquica que tiene para los individuos; se reclama la conciliación familiar, de la que se carece, pues este tipo de vida la ha eliminado; se comienza a pedir una jornada semanal de cuatro días, para poder 'vivir' y no estar dedicados de continuo al trabajo.

Parece que, de un modo aún muy cauteloso, nuestras sociedades sienten la necesidad de dar pasos hacia una necesaria recuperación de la lentitud, por todos los bienes que pueden traer para todos.

Una de las medidas, recientemente ejecutada, es la de la reducción de la velocidad de los vehículos en las calles y vías de las ciudades y poblaciones a 30 y 20 kilómetros por hora, según el tipo de vía por el que se transite. El auge de las bicicletas en las ciudades, para los desplazamientos, que se va consolidando entre nosotros, es también otro síntoma en la buena dirección.

Está bien. Es un paso. Pero habría que dar muchos más y de diversos tipos, para que no se exija lentitud en el tráfico en un contexto de celeridad laboral y social por el que estamos marcados.

Recuperar la lentitud tendría que ser un lema que asumiéramos todos. Un lema que habría de llevarnos a ralentizar la vida, a conquistar un ritmo más acorde con nuestra condición de seres de conciencia, que necesitan sus tiempos para hacer posible un estar en el mundo más humanizado.

Pues hemos ido perdiendo, a pasos acelerados, debido a ese ritmo trepidante que se nos ha ido imponiendo, en aras de la productividad y el beneficio (no al servicio del bien común, sino del de unos pocos), para lo que se nos ha ido vaciando progresivamente, ay, de alma.

Recuperar la lentitud. Recuperar el alma?

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