Es tremendamente aburrido hablar con artefactos que responden con fórmulas frías, secas, muertas. Que hacen siempre lo mismo y que no tienen expresión. Que no tienen alma ni espontaneidad ni sorpresas. Que no discuten contigo ni te hablan de su abuela ni te sueltan un recuerdo de infancia. Tenían razón aquellos tipos que hacían aquellos exámenes en Blade Runner, claro que tenían razón. Le preguntan al bicho grande si recuerda algo de su infancia y el tipo como no recuerda nada empieza a disparar. Por mucho que después nos pongan a Sean Young en plan atractivo y delicuescente, por mucho que quieran seducirnos con ella. No, de la máquina solo surge la máquina, no surge nada vivo. Y nunca se saldrá de su programa.
Resulta tan aburrido que la máquina expendedora de bebidas te ponga las bebidas limitadas que tiene con los mismos ruidos siempre, con los mismos crujidos previsibles, con la misma falta de alma. Y es tan miserable y tan abstracto lo que te suelta el algoritmo. Y es tan ciego y tan falto de matices lo que te sueltan las fórmulas. Y es tan aburrido que la alarma suene toda la mañana aunque no haya ninguna amenaza. O que el termostato te siga dando calor agobiante aunque afuera de manera sorprendente haga calor en esas fechas. Resulta tan aburrido que nunca se puedan salir de sus fórmulas.
Resulta tan aburrido que el programa de internet desconozca tanto tus circunstancias particulares, que no puedas soltarle ninguna apreciación que no esté en sus circuitos, que no sepa contestar a tu pregunta si no es una de las preguntas frecuentes, que te remita machaconamente a la misma respuesta si no sabe otra respuesta. Resulta tan aburrido que la máquina no capte nada y no sepa nada más que datos. Y sobre todo que no vibre contigo. Resulta tan desoladamente aburrido.
ANTONIO COSTA GOMEZ, ESCRITOR
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