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El vínculo luminoso de un resiliente 
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El vínculo luminoso de un resiliente 

Actualizado 19/04/2021
Francisco López Celador

¡Lástima que este gobierno tenga más facilidad para encontrar vocablos estrambóticos que para solucionar problemas! Puede que la aparición en escena del covid-19 haya impresionado a los fontaneros de la Moncloa, obligándolos a compensar su falta de iniciativa con el empleo de palabras que no suenen demasiado y puedan impresionar a sus interlocutores. Puestos a presumir de erudición, ahí va desescalada, cogobernnza o resiliencia, además del nombrecito de algunos Ministerios: Inclusión, Innovación, Agenda 2030 etc. Puestos a ser cursis y almidonados, nuestros gobernantes no tienen precio. Lo de gobernar, eso es harina de otro costal.

En fecha tan señalada como el 14 de abril, Pedro Sánchez tenía que marcar su territorio en el arco parlamentario. Levantó la patita y soltó la correspondiente meadita: "Los aniversarios nos sirven para reflexionar, para poder echar la vista atrás y también comprobar que hay un vínculo luminoso con nuestro mejor pasado que debemos reivindicar". Resultado: media cámara de palmeros aplaudiendo la estulticia de Su Sanchidad y la otra media con cara mitad estupor mitad sarcasmo.

Llegada la democracia, y hasta que apareció en escena el infausto Rodríguez Zapatero, los españoles conocimos un nuevo partido socialista. Los mayores porque lo habían vivido en su juventud y los más jóvenes porque lo habíamos escuchado o estudiado, nos familiarizamos con unos dirigentes socialistas que habían superado parte de las páginas negras escritas antes de la dictadura para adaptarse a los tiempos modernos y a lo mismo que habían asumido sus homónimos de medio mundo.

Si el vínculo luminoso al que se refiere Sánchez hay que buscarlo en el régimen que surgió el 14 de abril de 1931, apaga y vámonos. Más le vale que se busque otro farol porque, precisamente ese, aquí no alumbra. Estoy por asegurar que, si la II República hubiera sido fiel a sus principios, España no habría sufrido la guerra civil y un gran porcentaje de españoles ?entre los que me incluyo- la consideraría ahora como algo normal. Basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que existen naciones en régimen democrático, perfectamente adaptadas y con un grado de bienestar no menor que el nuestro. Hay que reconocer que actualmente las monarquías reinantes son la excepción, pero eso no quiere decir que funcionen peor que todas las repúblicas. No es ningún secreto que, lo que se dice gobernar, es justo lo que no hacen los monarcas. En las democracias, esa labor es responsabilidad de los políticos elegidos por el pueblo.

Si España no es hoy una república se debe a la irresponsabilidad de los políticos que gobernaron nuestra II República. Lo que nació de unas elecciones municipales ?cuyo resultado aún no está claro- se empleó como plebiscito para acabar con la monarquía y, de paso, proclamar un régimen que se declaraba democrático, pero en una democracia muy "a la española". En 1931 faltó algo que sí se dio en 1978: consenso. El nuevo régimen inició su andadura dominado por fuerzas políticas demasiado radicalizadas (socialistas y republicanos de izquierda) que pronto dejaron asomar sus tics revolucionarios y anticlericales. Aprobada la correspondiente Constitución, los roces entre las diferentes facciones pusieron al descubierto sus verdaderas intenciones. Fruto de esos encontronazos, fue el triunfo de la derecha en las primeras elecciones verdaderamente democráticas del año 1933. Esta derrota sirvió para que los republicanos apostillaran que para ellos la República, más que un régimen surgido de una Constitución, era un método para implantar la revolución, y para que los socialistas buscaran acomodo ?y poder- en formaciones más a su izquierda. La UHP (Uníos Hermanos Proletarios), integrada por PSOE, UGT, PCE, CNT y Bloque Obrero y Campesino, tenía como verdaderos cabecillas a Prieto y Largo Caballero, responsables, respectivamente de PSOE y UGT y no admitía la entrada de la derecha en el gobierno. Su primera iniciativa fue declarar una huelga general revolucionaria en toda España.

La revuelta, que buscaba terminar con el orden constitucional republicano, tuvo distinta incidencia. Lluis Companys aprovechó para declarar la independencia del Estado catalán, aunque fue rápidamente depuesto y encarcelado. La coalición UGT-CNT, sin embargo, logró tomar la región de Asturias con un Ejército Rojo formado por más de 30-000 mineros y obreros. El gobierno se vio obligado a enviar fuerzas de La Legión y Regulares, dirigidas por el general Franco, para sofocar el golpe de Estado y conseguir la rendición de los rebeldes. La "broma revolucionaria" costó 1300 muertos y 3000 heridos. En cualquier caso, sofocado el golpe de Estado, la luminosidad de la II República sólo sirvió para alumbrar nuevos enfrentamientos en medio de unos gobiernos que mostraron su incapacidad para reconducir la situación. Así se llegó a la aparición del funesto Frente Popular ?tampoco está demostrada la limpieza de las elecciones de febrero del 36-, que constituyó todo un ejemplo de proceso revolucionario presidido por la violencia y la barbarie, y en el que los gobernantes cerraron los ojos al salvajismo reinante en la calle. Aquel estado de cosas, trasladado a la actualidad, rebasaría cualquier barrera democrática y hoy no se habría tolerado.

Es curioso el paralelismo entre la situación de la España frentepopulista de 1936 y la actual. La primera decisión de los dirigentes del Frente Popular fue poner en libertad a los encarcelados por el golpe de Estado del 34. Por otra parte, en el llamado bienio revolucionario, el socialista Largo Caballero lanzó la siguiente proclama: "Hoy estoy convencido de que realizar obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible; después de la República ya no puede venir más que nuestro régimen".

El breve período entre febrero y julio del 36 fue desgraciadamente suficiente para comprobar la clase de democracia que auspiciaba aquel gobierno. Las cacareadas reformas agrarias o del ejército se hicieron sin contar con los colectivos afectados y siempre con el empleo del socorrido cordón sanitario. Se acabó de abrir la veda contra cualquier persona que no se declarara de izquierda, poco importaba lo demás. Entre todos los desmanes tolerados por los gobernantes, la vesania con todo lo que oliera a religión sobrepasó todos los límites. Además de asaltar e incendiar iglesias y conventos, se encarceló y asesinó a religiosos y religiosas, y a cualquier laico que decidiera ir a misa, sin importar ni el sexo ni la edad. Los listos del PCE enviaron una delegación a Moscú para pedir asesoramiento. Lógicamente, se les ordenó presionar a gobierno tan débil e ir preparando la llegada de la nueva democracia.

En la España de Sánchez, el apoyo recibido en el Parlamento y la formación del gobierno Frankenstein son el equivalente al Frente Popular promovido por Largo Caballero. No hace falta decir que aquí también se ha puesto en libertad a los autores del golpe de Estado catalán, se cede el control de las prisiones allí donde más terroristas purgan sus crímenes, se legisla sin contar con la oposición, se persigue a la propiedad privada y no se pierde ocasión para atacar a la Iglesia. Y nada debe extrañarnos porque Sánchez está más cerca de Largo Caballero o Putin que de Felipe González o Leguina. La democracia que él practica ?tal vez pretende que sea esa ?la nueva normalidad- se parece más a la que imperaba en las repúblicas democráticas tras el Telón de Acero que a la de las actuales socialdemocracias europeas.

Con tales políticos y tal democracia ¿alguien se imagina a un Sánchez, Ábalos, Iglesias, Garzón o Junqueras como Presidentes de la República de España?

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