Transformar nuestra cara de funeral en cara de pascua
No es que se escuche ya mucho, ni siquiera que se encuentre escrita esta expresión de "tener cara de pascua", que evidentemente procede de tiempos mejores, de un tiempo de vivencia cristiana más poderosa. Y lo mismo le ocurre a la expresión contraria, la de "estar cara de funeral".
Desgraciadamente, hoy los cristianos estamos más cerca de esta segunda expresión. Nos cae mejor la manifestación de dolor, y parece que vivimos con más naturalidad las expresiones de dolor de la cuaresma y la Semana Santa que las vivencias felices de la Pascua. Lamentablemente.
Sin embargo, quiero pensar que todavía quedan grupos y comunidades que viven profunda y felizmente la gran alegría de la Pascua. Comunidades religiosas y grupos de espiritualidad nueva, de influencia posconciliar. Y tendríamos que ver con qué alegría viven todas las fiestas cristianas, y sobre todo las de la Pascua, las comunidades creyentes del África cristiana. Cómo acompañan las fiestas con cantos y hasta con danzas. E incluso aportan sus viandas y resaltan la importancia de la fiesta con la comida en común,
La Iglesia resalta la importancia y los motivos de alegría, manifestándolos en la noche de la Vigilia Pascual con los signos positivos, expresión de la máxima alegría y felicidad, como son: la luz del cirio pascual, el agua preparada para realizar el bautismo de los nuevos cristianos, y el Pan de la Eucaristía, para poner de relieve la comida de la gran fiesta, en cuya mesa se sientan, y de la cual participan todos los creyentes. Es la fiesta que celebra que Cristo ha vencido a la enfermedad, la guerra, el pecado y la muerte. ¿Puede haber un motivo de mayor alegría?
Especialmente en los tiempos de pandemia, de hambre, de violencia y de tantas muestras de desesperación, tenemos por delante los cristianos el reto de recomponer nuestro mundo con signos claros de alegría, de esperanza y, sobre todo, de amor, el amor que llevó a Jesús a entregar su vida por nosotros, para alcanzarnos la vida nueva, la vida de un mundo nuevo, que contagie amor, servicio, alegría y esperanza.
Ojalá vivamos los cristianos con una atrayente cara de pascua. Seguramente, en lugar de que nuestras iglesias se vayan quedando vacías, o reducidas a un pequeño grupo de viejos, se verían sin duda repletas de caras jóvenes, alegres y esperanzadoras.
Está bien que celebremos con misas, via crucis y procesiones, con imágenes maravillosas, y valiosísimas por otra parte, los cuarenta días de la cuaresma preparatoria de la Semana Santa y la Pascua. Pero tendríamos que encontrar la forma de resaltar con acciones más alegres y frecuentes, los cincuenta días de la Pascua. Con razón la Iglesia dedica a la celebración de la Pascua ni más ni menos que cincuenta días, prueba del valor que concede a este tiempo de Pascua, pero que quizá no hemos acertado a comunicar a nuestros fieles.
Una cierta renovación y alegría sí percibimos en las celebraciones y manifestaciones cristianas de las iglesias de América y África. Un poco de ese aire nuevo nos ha traído el argentino Papa Francisco. Su primer escrito programático lleva el título, y el contenido, de "La alegría de anunciar y vivir el evangelio". Y se esfuerza en presentar con sencillez y gozo el contenido y la práctica del evangelio.
Que nuestras fiestas pascuales no queden reducidas a los huevos de pascua o las monas de pascua, ni siquiera a nuestros sabrosísimos hornazos. Comuniquemos amor y alegría de verdad, ése es el auténtico camino de la Pascua. Que se nos note que vivimos la Pascua porque la llevamos verdaderamente por dentro y la comunicamos. Feliz Pascua para todos.
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