Hay pasajes recurrentes en la historia de la humanidad. Aunque a veces parece que son asuntos que quedaron atrás no es así. Si bien la agricultura supuso un salto relevante en la evolución, el nomadismo no desapareció, simplemente adquirió otro carácter. Nomadland, una extraordinaria película de Chloé Zhao, así lo muestra al abordar una faceta dual de la vida actual que resulta indisoluble. Lejos de dar continuación a la tradición norteamericana de los peregrinos o de quienes marchan hacia el oeste como reivindica una personaje -yo si acaso más bien lo situaría en el legado de Thoreau o de Whitman- denuncia la precariedad y la profunda descomposición social a las que ha conducido el capitalismo neoliberal a la vez que reivindica a quien a la postre renuncia a tener una casa, pero no un hogar. Esta doble y simultánea lectura se enmarca en los paisajes fascinantes de Dakota del Sur, Nevada, Arizona y California donde la comunión con la naturaleza es insoslayable.
La protagonista, Fern, abandona Empire la ciudad donde ha vivido los últimos años, hoy ya desaparecida, porque la crisis de hace tres lustros ha liquidado a la principal empresa local. La muerte de su esposo contribuye a agudizar su desarraigo. Un día decide echarse a la carretera con una furgoneta en la que lleva enseres personales que suponen una atadura mínima con su pasado. En el camino encuentra a una comunidad heterogénea de personas, la mayoría de edad, que viven una situación parecida. Mujeres que tras una ardua vida laboral cobran una pensión mensual de 500 dólares o que machacadas por un cáncer terminal han decidido vivir sus últimos meses como desean. Individuos que han perdido a sus hijos. Son los despojos de las múltiples reconversiones, de la precariedad laboral, de la inestabilidad personal y emocional, del carrusel de la vida. No son parásitos sino supervivientes que han optado por una existencia libre y aislada en un país cuyos bordes están delimitados por sus vehículos y que termina resultándoles suficiente.
La maestría de Zhao en esta que es su tercera película le lleva a ironizar con el hecho de que uno de los trabajos temporales de Fern, enmarcado en el extremado individualismo del momento, es en un gran almacén de empaquetado de Amazon, el paradigma del eficiente consumismo presente. Ella rechaza la invitación de su hermana o de su compañero en el camino, Dave, porque es consciente que su hogar es su furgoneta donde prefiere dormir antes que en cualquier cama de ambas casas que, por otra parte, son el epítome clásico del idílico sueño americano. Repudia, por tanto, ser un despojo del sistema en su andadura hacia no se sabe donde. Vive. Es una existencia en la más profunda soledad que se entrevera cada vez más con la naturaleza y que los espectadores sabemos donde va a terminar, pero ¿no es igual para todo el mundo? Cuando finaliza la película vienen a mi memoria los versos de León Felipe: "ser en la vida romero".
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